Mi paciencia fue probada con fuego en ese entrenamiento, Jason no dejaba de mirarme ni de retarme, algo que incluso el resto del equipo notó. De haber tenido oportunidad, me habría gustado romperle de nuevo su hermosa carita, en especial cuando Rubén nos probó a ambos en la pista de los cien metros. Parecía ser que estaba empeñado en que fuéramos amigos, cómo me hubiera gustado decirle que lo estaba intentando del modo más incorrecto que pudiera existir. Desde que nos llamó a la línea de salida, Jason chocó intencionalmente su hombro con el mío cuando caminábamos hacia allá, por esa vez no hice nada y lo dejé pasar, sin embargo estuve a punto de perder la cordura cuando en muestra de su descontento por haberle ganado en lo cien metros, me empujó por la espalda y caí al suelo. Me levanté hecho una furia y lo hubiera golpeado de nuevo de no ser porque uno de los chicos del equipo se interpuso entre nosotros, y luego Rubén y después todo el equipo.
– ¡Ya basta! –Bramó Rubén– ¡parecen dos niños de kínder! Jason ve a las regaderas ahora mismo.
Jason no obedeció de inmediato, se quedó amenazándome con la mirada.
–Solo de espaldas lo haces porque de frente no puedes–le espeté.
–Podría romperte la cara ahora mismo, imbécil–respondió.
–Inténtalo, te enviaría de nuevo a la enfermería.
– ¡Suficiente! –gritó Rubén–Jason, dije que fueras a las regaderas ¡Ahora!
A regañadientes obedeció y salió de la pista de atletismo. Todos lo observamos irse y cuando desapareció de la vista de todos, Rubén dio por terminado el entrenamiento.
–Recojan sus cosas–ordenó–, nos veremos mañana.
–Ven, compadre–me dijo el chico que evitó que atacara a Jason–. Mejor que salgamos de aquí, otro día le enseñarás su lugar a ese idiota.
–Es un maldito–renegué mientras caminábamos a recoger nuestras maletas–, será mejor que me deje en paz.
–Bueno, sigue destrozándolo en la pista y jamás te dejará en paz–apuntó.
–No voy a convertirme en un mediocre solo porque eso le molesta.
–Lo sé, sería injusto además–comentó divertido–. Eres bueno, en serio.
–Gracias.
–Soy Santiago, por cierto–dijo tendiéndome la mano.
–Esteban–contesté estrechándosela.
–Creo que desde que golpeaste a Jason todo el mundo sabe tu nombre.
–Eso creo–me reí.
Terminamos de recoger nuestras cosas y mientras la mayoría se dirigía hacia las regaderas, yo decidí irme a mi habitación y usar las regaderas de allá, no quería encontrarme de nuevo con Jason. Caminé rápido para evitar que nadie me detuviera, ni siquiera dejé que Rubén hablara conmigo, escuché que me gritaba cuando ya iba lejos, pero fingí no escucharlo.
Fue un alivio que la habitación estuviera vacía, Felipe estaba todavía en clases y Daniel en la biblioteca.
Tomé mi toalla y fui a ducharme para después poder descansar un rato en la habitación, sin nadie ahí que pudiera molestarme. Al menos era mi plan, sin embargo, no tenía ni diez segundos de haberme acostado en mi cama cuando una irritante voz sacudió mi cabeza, Sabiduría estaba ahí de nuevo.
–Hola–saludó.
– ¿Qué quieres? –contesté irritado.
– ¿Quieres salir a dar un paseo ahí afuera?
Me sorprendió su invitación, no era como que ella pudiera salir a caminar afuera.
–No, en realidad no me apetece, gracias. Además, no creo que podamos, no eres precisamente alguien con quien se pueda salir a caminar.
–Por supuesto que sí, no seas ignorante. Anda, levántate que tengo algo que mostrarte.
–Estoy muy cansado, dije que no.
Hasta ese entonces creí que Sabiduría era un ser irritante que sólo tenía el poder de fastidiarme en mi mente, pero luego me mostró que su poder era mucho más superior a lo que siquiera había imaginado. Un impulso involuntario se apoderó de todo mi cuerpo y me levantó de la cama cual resorte.
– ¡Hey! –exclamé con una mescla de asombro y miedo– ¿Qué haces? ¡Para ya!