Después de haber averiguado la identidad del alto y flacucho se me complicaba mucho poner atención en clase, lo único que quería era salir corriendo para encontrarlo en donde fuera que estuviera. De manera inconsciente mi mano se dirigía hacia el papel que guardaba en mi bolsillo con su nombre y dirección. Lo peor de todo es que aún faltaban dos clases más para poder salir, y para ser sinceros, no me creía capaz de soportar tanto, quizá pudiera idear algún plan para escaparme de clases.
–…el señor Espadas tal vez? –escuché que dijo el profesor, una lástima que me perdiera todo lo demás.
– ¿Qué? –Respondí como un tonto–perdone, profesor, no escuché lo que decía.
El profesor me miró un poco irritado por encima de sus gafas cuadradas, después suspiró como si ya estuviera acostumbrado a estudiantes distraídos.
–Decía que tal vez usted pudiera traducirnos el primer párrafo de su hoja cinco para toda la clase.
–Oh, sí, este… bien, claro que sí.
Rápidamente hojee mi libro de inglés y llegué hasta la página cinco, era una canción muy conocida para mí, gracias a mi hermana Linda que solía escuchar canciones en inglés, aunque no entendiera nada.
– ¿Qué más queda por decir? –Comencé a traducir, la canción me la sabía casi de memoria–Estas oraciones ya no funcionan, cada palabra cayó en llamas, ¿qué queda por hacer con estas piezas rotas en el piso? Estoy perdiendo mi voz, llamándote, porque he estado temblando, me he estado doblando hacia atrás hasta romperme. Mirando como estos sueños suben con el humo. Deja que la belleza salga de las cenizas.
–Muy bien–sentenció el profesor–tiene muy buena pronunciación y un buen entendimiento del inglés señor Espadas. Pero no es una excusa para dormirse en mi clase. Que sea la última vez que le pido atención ¿de acuerdo?
–Sí, señor–sentí vergüenza por la represión del profesor, además que la mayoría de mis compañeros estaban girados hacia mí, mirándome.
Decidí que podía esperar dos clases más para ir a buscar a Sebastián Torres, de lo contrario, todo esto se vería reflejado en mis calificaciones, y tampoco era un irresponsable sin remedio.
Centrarme en mis clases y tomar apuntes necesarios y levantar la mano cuando sabía alguna respuesta, me ayudó a que las horas pasaran rápido. Al salir del salón traté de no mostrar mucha ansiedad, no quería que Felipe retomara el interrogatorio que había tenido conmigo por lo de Bernie. Pero por fortuna, me avisó que saldría a pasear con Dina y que regresaría probablemente muy noche.
–Bueno, compadre, solo no hagas nada que yo no hiciera–advertí.
–Como si eso fuera un buen consejo.
Se despidió de Daniel dándole una fuerte palmada en el hombro.
– ¡Auch! –se quejó Daniel.
Esperé a que los pasos de Felipe sonaran muy lejos para poder decirle a Daniel que yo también saldría y que lo vería más tarde.
–Está bien–respondió Daniel–, tenía planeado ir a la biblioteca.
– ¿A qué irás a la biblioteca? –Pregunté, aunque era probable que ya supiera su respuesta– No tenemos tareas.
–Hay buenos libros de lectura también. A mí me gusta leer cuando no tengo cosas que hacer.
–Suena bien–respondí–. Bueno, te veré más tarde, adiós.
–Adiós.
Salí con mi mochila al hombro. Para llegar hasta el campus de la licenciatura en diseño gráfico tenía que atravesar la calle y no era un camino corto. La mayoría de los estudiantes se transportaban en bicicletas, pero yo no tenía ninguna. Caminé tan a prisa y aparentando normalidad en tanto podía, por alguna razón sentía que si no llegaba rápido hasta Sebastián después sería muy tarde.
Al llegar a la calle para mi mala suerte el semáforo estaba en rojo. Tendría que esperar un minuto y medio antes de poder cruzar, a menos… en cuanto vi una oportunidad corrí al otro lado de la calle, tuve que esquivar el último carro que pasó pitando con furia ante mi impertinencia, pero sin darle demasiada importancia continué mi camino hacia el campus. Una vez que llegué a las instalaciones, el guardia sólo me pidió mi credencial estudiantil para dejarme pasar. En cuanto estuve adentro le pregunté a la primera persona si conocía a Sebastián Torres, sin embargo, en ese campus había por lo menos cuatrocientas personas entre profesores, alumnos y demás personal, sería difícil que todos se conocieran entre sí. Mi búsqueda parecía estar tomando demasiado tiempo, pero finalmente me encontré con alguien que lo conocía.
–Sí, fue mi compañero de habitación el año pasado–me informó–. Es un tipo bastante extraño, ya sabes, es difícil que socialice con alguien más, siempre está solo. Me alegré deshacerme de él este año.
– ¿Dónde puedo encontrarlo? –pregunté.
–En su tiempo libre solía estar en el antiguo salón de artes plásticas, haciendo sus extrañas esculturas de plastilina.
– ¿Dónde queda?
–Por allá– me señaló un salón que parecía estar olvidado, demasiado apartado de todo, demasiado oscuro. Daba escalofríos con solo verlo.
–Bien, te lo agradezco–dije y continué con mi camino.