Desperté cinco horas más tarde, con un dolor de cabeza más soportable. Afuera ya era oscuro otra vez y yo tenía un hambre atroz. Según la enfermera, era muy importante que descansara, por esa razón nadie me había despertado a la hora de la comida.
–Pero ya que despertaste, no veo por qué no debas probar algo ahora–agregó la enfermera–. Iré a traerte algo.
Me sentí muy agradecido con ella, la verdad, el personal de salud de la universidad se llevaba un diez en su trabajo.
–Qué amable–respondí–, sí me gustaría.
La enfermera me dedicó una delicada sonrisa y se fue después de revisar a otros dos pacientes.
Mientras esperaba a que regresara, recibí una visita, una que me alegró mucho la tarde. Hacía mucho tiempo que no veía a la tía Rebeca y sinceramente me gocé cuando la vi aparecer en la enfermería.
–Vaya, vaya, miren nada más quién está en la enfermería–comentó con ironía–. Ni que fuera el hijo de Ezequiel Espadas.
– ¡Tía! –Exclamé– ¡Qué gusto me da verte!
Siempre he pensado que todos necesitamos a una tía como la que yo tengo. Alguien que nos enseñe cosas nuevas, que nos acompañe en una que otra travesura pero que también nos enseñe responsabilidades. Fui muy afortunado de tener a alguien como la tía Rebeca en mi vida.
Se inclinó y me dio un fuerte abrazo que me reinició por completo.
– ¿Cómo estás, loquillo?
Loquillo es el apodo que me puso cuando se enteró de mi obsesión por El Pájaro Loco cuando era niño, desde ese día me convertí en el loquillo para ella.
–Pues… ya sabes–contesté–, a veces pasan cosas.
–Sí, claro–dijo acusándome con la mirada–. Te conozco desde que eras un escuincle, sé cuándo ocultas algo.
Me quedé callado, tal vez no podía negar que ocultaba algo, pero por el momento no diría qué.
–De todos modos–continuó mi tía–, también sé que hay veces en que uno debe ocultar ciertas cosas.
Miré sorprendido a Rebeca, no podía creer lo que estaba escuchando ¿en serio no iba a insistir que se lo dijera?
–Oye–apuntó–, como dije, te conozco desde que eras un enano, y sé muy bien quién es tu padre además… Se parecen tanto, los dos igual de necios, héroes sin capa, cabezas duras.
Me reí cuando dijo eso, creo que en verdad éramos un par de cabezas duras, aunque no estaba muy seguro de aceptar los primeros dos. Era tan reconfortante tener a la tía Rebeca en ese instante ahí, después de semanas de tanta confusión y cosas extrañas, era bueno reír con alguien que conocía muy bien.
–Bueno, pero aun así nos quieres a los dos–señalé.
–Pues claro, no me queda de otra. Son mis torpes favoritos.
–Siempre tan linda tía ¿qué haría yo sin ti?
–Más tonterías de las que ya haces, créeme.
–No me tienes nada de fe.
–Nada.
–Mmmm ya ¿y que te trae por acá? Estás muy lejos de tu oficina.
– ¿No te has enterado? Han sucedido cosas muy extrañas aquí, en tu universidad.
Por supuesto que sabía lo que ocurría en mi universidad, lo que me parecía muy extraño era que llamaran a la jefa de la policía del estado para tratar con esas cosas extrañas.
–Pues sí, pero… tú eres la jefa de la policía, creí que en todo caso, enviarías a alguien más para investigar esto.
–Bueno, el trabajo de escritorio nunca ha sido mi favorito. Lo hago sólo porque alguien debe hacerlo, quería salir un rato de la oficina.
–Ah, sí, claro, y… ¿hay algún avance?
–No, no. Sé lo que quieres hacer, no puedo decirte nada que tenga algo que ver con mi investigación.
Por supuesto que sabía que no me diría nada, esas eran las reglas, pero era divertido intentarlo. La miré con ojos suplicantes por un rato.
– ¿Ni un poquito?
–Mira loquillo, en todo caso, tú deberías decirme a mí quién te hizo ese chichón en la cabeza.
Toqué con las yemas de mis dedos el vendaje que cubría mi cabeza, todavía me dolía aunque ya no como antes.
–Pero no lo recuerdo, tía. Todo pasó muy rápido.
Al menos la segunda parte era cierta, todo había pasado muy rápido.
– ¿Sí sabes que es delito ocultar información a la policía verdad? –amenazó.
– ¿Me vas a llevar preso?
–Tal vez, si no tienes más cuidado en el futuro, por tu bien, te llevaría preso.
–Creí que yo era la víctima, y que tu trabajo como policía era cuidarme.
–Soy tu tía, y por eso te lo estoy advirtiendo ahora. Tienes suerte, cabezón, al menos por esta vez. No tengo nada que me indique que tu ataque tenga algo que ver con la situación en la escuela, pero créeme que si por un segundo llego a relacionar lo de ayer con lo que está pasando, la tía se va a ir de vacaciones y sólo quedará Rebeca, la jefa de la policía.