Daniel estuvo conmigo largo rato en la habitación, me hacía mil preguntas sobre lo que creía era mi “poder”, insistí en que nada de lo que había sucedido era parte de mí, o algo que naciera de mi interior, pero era difícil explicárselo sin tener que mostrarle el canon, sin embargo, para ganar un poco de paz en ese momento, le prometí que después de mi entrenamiento de atletismo le mostraría cómo podía transportarnos a otra época. Aceptó emocionado y finalmente se fue. Yo me quedé otro rato en la habitación, tenía clase de Matemáticas Universitarias durante dos horas, pero decidí ausentarme al menos la primera. Este era un día importante, tenía que tomar muchas decisiones, si iba a trabajar en conjunto con Abigaíl y Daniel tenía que empezar a pensar en un plan y dejar de improvisar como hasta entonces lo había hecho.
–Muy bien–dije suspirando–, ¿cuál debería ser mi primer paso? Seguramente Sebastián ya debió poner sobre aviso a quien sea que le de los paquetes, ya saben que hay alguien buscándolos.
Sabía que eso nos ponía en una complicada situación. Una posibilidad era que incluso nos estuvieran buscando para hacernos callar y alejarnos de sus planes, pero otra y quizá menos probable, era que simplemente se escondieran por unos días hasta que las cosas se calmaran. Mi instinto me decía que era un poco de ambas, teníamos que ser precavidos y actuar rápido. Si intentaba buscar a Sebastián de nuevo, no llegaría a ningún lado, el cobarde seguramente estaría escondido en algún agujero. La mejor opción era averiguar la procedencia de ese paquete ¿dónde había estado? ¿Por cuántas manos había pasado?
Tomé el paquete y comencé a analizarlo. El listón y la envoltura café se veían bastante comunes, del tipo de material que puedes comprar casi en cualquier lado, sin embargo, la manera en cómo estaba envuelto el paquete sugería algo importante, y es que ¡los dobleces eran perfectos! La envoltura café medía cuarenta y cinco centímetros cuadrados (sí, la medí) y cada doblez estaba cuidadosamente reglamentado, al menos los que no estaban rotos por mi culpa. Este dato me llevaba a pensar que no habían sido hechos por manos humanas, y si no son hechos por humanos, entonces una maquinaria automatizada era la conclusión lógica. Lo que me llevaba a otro punto importante: la distribución de los paquetes era mucho mayor a la que pensaba, nadie gastaría un centavo en maquinaria si no tuviera una gran demanda del producto.
Hacía nota mental de cada cosa que iba averiguando, pero he de decir que me fascinó descubrir que el celular que antes guardaba el paquete ya no estaba más ahí, en su lugar había un reloj muy elegante, era dorado y de bolsillo, pero éste tenía una peculiaridad. Las manecillas andaban hacia atrás. Me pregunté qué significaría, ¿por qué iba a necesitar un reloj averiado en esta ocasión?
–No, Esteban–me regañé–, ese no es el camino.
Cada vez que me preguntaba el por qué necesitaba lo que el paquete me mostraba, estaba en peligro de caer en la tentación de tomarlo. Quizá, metafóricamente hablando, el paquete sí era una droga, si lo probabas una vez, siempre querrías más. Imagínate que ese paquete te de todo aquello que creas necesitar tan sólo si se lo pides ¿quién diría que no a algo así? Pero tenía que concentrarme, no dejarme ganar por lo que sea que hubiera ahí adentro.
–Tengo todo lo que necesito–reflexioné–. Tengo una hermosa familia, salud, amigos, una carrera universitaria. No necesito nada más.
Me hacía feliz contarme a mí mismo todo lo bueno que poseía, recordaba cada momento que atesoraba en mi corazón, todo eso era lo que valoraba en este mundo: el tiempo con mis seres queridos.
De pronto, sentí que el paquete que estaba entre mis manos dejaba de pesar, se sintió demasiado liviano. Miré hacia abajo, el reloj estaba parpadeando, como si fuera otra imagen holograma, comenzó a desvanecerse hasta que finalmente desapareció. Pero el paquete no quedó vacío, no, en su lugar quedó una pequeña aguja con una gota de sangre en la punta.
– ¿Qué ray…?–Susurré.
Estaba a punto de tocarla cuando una voz gritó en mi cabeza ¡No, no la toques! Retiré mi mano de inmediato. Decidí que era más seguro solo mirarla, después de todo, ese parecía ser el secreto de los paquetes, o mejor dicho: la trampa de los paquetes.
Suspiré, no me imaginaba lo que me hubiera pasado si me hubiera atrevido a tocar esa aguja. Tomé el listón y volví a cerrar el paquete, lo apreté muy fuerte con el listón y luego fui a ocultarlo entre los soportes de mi cama. Tenía unas ranuras perfectas para esconder el paquete sin que nadie sospechara que estaba ahí.
Todo lo que acababa de descubrir me servía para generar nuevas preguntas, por ejemplo ¿exactamente hacía cuánto tiempo habían comenzado los “desmayos” en la universidad? ¿Habrá ocurrido algo semejante en otros lugares u otras universidades? ¿y por qué elegirían esta universidad para distribuir sus paquetes?
Me daba gusto saber que tenía más respuestas y también más cosas que investigar, eso me decía que mi investigación avanzaba a buen ritmo, ahora debía concentrarme en seguir respondiendo las preguntas que se generaban en mi cabeza. Tomé mi chaqueta de nuevo y salí de la habitación, tenía que seguir con mi rutina normal si no quería que nadie más estuviera sobre mí haciendo preguntas peligrosas.
Llegué tarde al salón, todos estaban ya adentro y tomaban la clase con atención. Llamé a la puerta con suavidad y después abrí para asomarme adentro.