Amor Mentalista

14

Ya en la tarde me dirigía hacia el entrenamiento de atletismo con mi maleta al hombro. En el camino me topé con varios de mis compañeros, ya casi los consideraba amigos, al menos a algunos. Jason se había enterado de mi visita a la enfermería y estaba muy complacido por eso. Cuando llegué a la pista, él estaba ahí con uno de sus “lacayos”, hablaba en voz baja con él y una inmensa sonrisa apareció en su cara cuando me vio.

–Muy bien, jóvenes–inició Rubén–. Me da gusto que cada vez sean más puntuales. Comencemos con unos estiramientos, dejen sus cosas en la banca y síganme a la pista.

Todos obedecimos y dejamos nuestras cosas para comenzar el entrenamiento. Jason caminaba delante de mí, haciéndose el payasito. Fingía que alguien lo golpeaba y que caía al suelo. Comenzaba a sentir que la furia me subía desde la punta del pie hasta la cabeza, podría darle otra lección y delante de todos para que de una vez me dejara en paz. Espera dijo una voz en mi cabeza.

–Es un idiota–susurró Santiago a mi oído–. Nadie lo soporta. Sólo ignóralo, es lo que todos hacemos ya que no podemos hacer más.

Me quedé callado, no soportaba la idea de dejarlo ir sin darle una lección por ser tan cabezota. Pero quizá Santiago tenía razón, ya le había dado una golpiza y nada había cambiado, él era el tipo de personas que nunca cambian. Me relajé y puse más atención a las indicaciones de Rubén, me di cuenta de que estaba mejorando mis tiempos y eso me emocionaba, entre todos nos apoyábamos y alentábamos, era un verdadero equipo, excepto por Jasón, que solo se la pasaba con su lacayo, aunque ni siquiera formaba parte del equipo.

Para el final del entrenamiento me sentía realmente bien y podía ignorar por completo a Jasón, sin embargo, había olvidado algo importante.

Mientras recogía mis cosas para ir a las regaderas, alcancé a mirar una entusiasta figura que se dirigía hacia nosotros, era Daniel. Ni en este mundo ni en otro se le habría olvidado la promesa que le hice, aunque a mí sí.

Llegó corriendo casi sin aliento. Su pesada mochila aún colgaba de su espalda y algunas gotas de sudor perlaban su frente.

–Uf–resopló–creí que no te alcanzaría.

– ¿De dónde vienes? –pregunté con curiosidad.

–De la biblioteca, estaba terminando mi tarea. Me di prisa, no quería perderme lo de… tú sabes–comentó con una sonrisa cómplice.

Por un momento me dio gracia el cómo estaba tomando todo esto, cada vez Daniel me recordaba a un niño pequeño demasiado entusiasta.

–Sí, claro, aunque ¿sabes? Me gustaría darme un baño antes.

Daniel me miró por unos segundos, como dándose cuenta de lo sudado que estaba.

–Oh, sí, bien, creo que esperaré entonces.

– ¿Por qué no me esperas en la habitación? Iré ahí después de bañarme y entonces ya veremos.

– ¡Excelente! Nos vemos entonces.

Se dio media vuelta y comenzó a correr hacia el campus de nuevo, iba a buen paso cuando lo vi detenerse, pensarla mejor y tomar otro camino mucho más largo para llegar a los dormitorios ¿la razón? Jasón estaba en el primer camino, supuse que había evitado a toda costa toparse con él, no sabía con certeza si Jasón seguía molestándolo, esperaba que no porque ya no me sentía capaz de intervenir por él.

Me fui a las regaderas platicando animadamente con Santiago. Él, a diferencia de mí, sí había tomado la carrera de Psiquiatría. Decía que era más difícil de lo que se había esperado pero que aun así la disfrutaba y soñaba con obtener su título.

Ya en la ducha, pensaba muy bien cómo mostrarle a Daniel el canon, me preguntaba si Elyon o sabiduría llegarían a molestarse por eso. Deseaba tenerlos en frente para poder explicarles la situación, pero era extraño, hacía ya mucho tiempo que no hablaba ni platicaba con ninguno de los dos ¿por qué? ¿habría hecho algo malo?

Cerré los ojos muy fuerte mientras el agua caía tibia en mi cara. ¿Qué debo hacer? Me preguntaba Quisiera saberlo.

–Siempre estoy en tu mente, Esteban–dijo Sabiduría de pronto.

Sonreí, me daba gusto que apareciera en el momento que la necesitaba.

–Hola–saludé en mi mente–, que bien que estés aquí.

–Ni Elyon ni yo te hemos dejado nunca–afirmó.

–Pero… hace días que no hablamos.

–Te dije que cada cosa que aprendieras conmigo, debías aplicarla por ti mismo. Dejarte solo, en apariencia, es parte de ese aprendizaje.

Eso tenía sentido, aunque me hacía sentir indefenso muchas veces.

–No sé si lo he estado haciendo bien–dije–. Hay algo que debo decirte… dos chicos de mi salón han… descubierto parte de mi secreto.

Silencio, Sabiduría no respondió nada y eso me puso nervioso a altos niveles.

–Lo sé–respondió después de minutos interminables–, lo vi todo.

– ¿Estás molesta?

No entendía por qué la opinión de Sabiduría me importaba tanto, pero de verdad lo hacía. Esos largos silencios antes de responderme me causaban ansiedad.

–Cuando le muestres a Daniel cómo funciona el canon–dijo ignorando mi pregunta–, hazlo con la imagen de David.




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