Amor Mentalista

16

Me sentía tan frustrado ¿por qué nada podía salirme bien? Yo solo estaba intentando ayudar ¿por qué era tan difícil? Daniel seguía sentado en la cama, ocultaba su rostro entre sus manos, esta vez no tenía ganas de consolarlo, me sentía igual o peor que él. Caminé hacia mi cama y me tiré en ella, mirando hacia la pared, incluso el dolor en la garganta no me molestaba tanto como el hecho de saber que todo parecía salirme mal. Deseaba tanto que nadie, ni Daniel, ni Felipe, mucho menos Abigaíl estuvieran involucrados en mi tarea. Todo había comenzado a salir mal cuando decidí que podían formar parte de esto. Estaba cansado, buscaría respuestas por mí mismo, sin la ayuda de nadie.

Me levanté enojado, tomé el canon que seguía en el suelo, le pedí que adoptara la forma de pulsera de nuevo y me lo puse. Creí que Daniel me preguntaría a dónde iba, pero no, se quedó en la misma posición, parecía meditar demasiado.

Salí con una idea clara de a dónde ir. Probablemente Sebastián seguiría escondido en alguna parte, pero sabía de alguien más que no lo estaba, alguien que sin duda también estaba involucrado y sabía dónde encontrarlo. Caminé a paso acelerado hacia el campus de Diseño, no me olvidaba de ese rostro salvaje y peligroso que había visto en aquel olvidado salón de artes plásticas.

De nuevo, en la entrada del campus me pidieron solamente mi credencial estudiantil para ingresar, el guardia ni siquiera levantó la vista para cerciorarse que yo era la misma persona de la foto; vaya seguridad, con razón suceden cosas raras en la universidad. Tomé de vuelta mi credencial y caminé dentro. Seguí la misma ruta que la primera vez para llegar al salón de artes plásticas. No pude evitar sentir un escalofrío al recordar al extraño chico que había encontrado ahí, me había asustado en aquella ocasión, pero esta vez no iba a ser así. Reuní todo mi valor y empujé la desvencijada puerta. El salón seguía tal como lo recordaba, las extrañas esculturas seguían regadas por todas partes y del techo aún pendía el foco con luz parpadeante, sin embargo, las esculturas no me impresionaron tanto. Entré con mayor seguridad y comencé a buscar.

–Hola–saludé, pero nadie me respondió–, sé que estás aquí.

Me sentí un poco tonto diciendo aquello, pero, total, si no había nadie entonces nadie me había escuchado hacer el ridículo.

Me aventuré un poco más adentro, tal vez ese sujeto estaba oculto por ahí. Aprisioné con todas mis fuerzas el canon, sentía que podría necesitarlo en cualquier momento. Las esculturas de nuevo parecían cobrar vida y seguirme con sus extraños ojos. Empujé a algunas hacia un lado, no sé si porque de verdad me estorbaban o porque quería asegurarme que en serio eran objetos inanimados, no suelo ser muy cobarde, pero todo este lugar era demasiado escalofriante.

Cerca de la ventana, había una cadavérica escultura, era un excelente intento de querer representar a un demonio de la muerte. Los desproporcionados y penetrantes ojos lograban infundir temor a cualquiera. Toqué una de sus manos de calavera, había pensado que estaba muy bien sujeta por todos lados, pero no era así. Primero cayó la mano y después le siguió el resto del cuerpo, haciendo un increíble escándalo por supuesto. Me regañé en mi mente por ser tan idiota, iba a recoger la escultura para intentar ponerla en su lugar, pero noté que habían salido, por lo menos, una docena de paquetitos de dentro de ella.

–Así que aquí es donde los ocultaban–reflexioné.

Seguramente todas y cada una de las esculturas contenían gran cantidad de paquetitos, aun así, el lugar no era el centro de manufactura, y una pregunta que me asaltaba era ¿cómo transportaban los paquetes hasta ahí? Estaba tratando de averiguarlo cuando escuché pasos fuera del salón. No me quedaba mucho tiempo, así que me oculté detrás de un archivero, rogando que nadie notara la escultura en el suelo.

La puerta se abrió con su típico chirrido y por ella entró el tipo raro que había visto la última vez ahí. Llevaba una pesada mochila a los hombros y se le veía muy molesto.

–Tenía que desaparecer justo ahora–renegaba entre dientes–, pedazo de inútil, pero si llego a verlo… maldito.

Comenzó a sacar paquetes de la mochila y a ocultarlos entre las esculturas, también en el suelo, debajo de los azulejos. Poco a poco la mochila se fue vaciando

Esperaba que no se le ocurriera esconder paquetes detrás del archivero o estaría en problemas. De pronto sentí como guardaba silencio, me obligué a contener la respiración y no hacer ningún movimiento, ¿qué habrá sucedido? Escuché como caminaba lentamente hacia el archivero. Dentro de mi mente rogaba con toda mi fe que no me hubiera descubierto, pero la imagen de la escultura en el suelo me asaltó, eso debía ser, debía haber visto el desastre que dejé, después de todo, no podía ser tan idiota.

–¡Diablos! –se quejó–otra vez.

Comenzó a recoger los paquetes que habían caído de la escultura y los metió todos de un golpe en el archivero. Escuché sus pasos alejándose y luego un portazo, no me permití respirar hasta pasados unos segundos después de que se hubo ido.

Salí del salón con el corazón desbocado, se me acababa de ocurrir que tal vez estaría metiendo de contrabando esos paquetes y si había salido era porque regresaría por más. Si quería descubrir el lugar donde fabricaban esos paquetes, tenía que darle alcance y seguirlo sin que se diera cuenta.

Era increíble la cantidad de estudiantes que deambulaban por todos lados en el campus, no recordaba haber visto tantos cuando llegué, eso me dificultaba encontrar mi sospechoso, pero finalmente lo vi. Cargaba una sucia mochila en su espalda y parecía no haberse cambiado la ropa desde la última vez que lo vi.




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