Organizar nuestros horarios resultó desastroso. Todas las materias matutinas ya estaban llenas, excepto introducción a la programación que estaba disponible con cinco lugares a las siete de la mañana. Felipe casi me ahorca cuando supo que tendría que levantarse a las seis a.m. todos los días. Después de eso, el resto de nuestras materias estaban divididas desde las cinco p.m. hasta las diez p.m.
–Esto no es bueno para mí, compadre–se quejaba–, ¡no tendré vida social! ¡Mira, todas nuestras materias son en la tarde! Adiós fiestas, adiós salidas nocturnas, adiós concursos de camisetas mojadas…
–No tenía idea de que asistieras a todas esas cosas antes–reflexioné.
Felipe se encogió de hombros.
–Bueno pues… no es que lo hiciera–admitió–, pero al menos tenía la intención de hacerlo esta vez.
–Estaremos bien–suspiré–, será solo por este semestre. Después podremos cambiar nuestros horarios.
Mientras Felipe continuaba amargado por el cambio repentino de carrera, nuestro compañero de habitación, Daniel, estaba rebosante de felicidad. En su mente, creía que habíamos cambiado de carrera porque nos interesaba ser amigos de él. Aunque Felipe y yo torcimos discretamente los ojos cuando dijo eso, dejamos que lo siguiera pensando, pues nos convendría tenerlo de nuestro lado.
El primer día de clases no tardó en llegar y Felipe se quejó con mayor escándalo cuando el despertador sonó a las seis de la mañana.
– ¡Te odio, Esteban Espadas! –lo oí gritar mientras me duchaba. Sólo lo ignoré.
A pesar de todo, caminó enfurruñado detrás de mí cuando nos dirigíamos a nuestra primera clase. Formábamos un trío bastante extraño a decir verdad. Felipe, Daniel y yo, éramos completamente diferentes y vernos caminar juntos habría sido tema de conversación para más alumnos de ser que la mayoría estuviera despierta.
Llegamos al salón y nos sentamos en las sillas de hasta atrás.
– ¡eh, chicos! –Exclamó Daniel–es mejor que nos sentemos en estas butacas–dijo señalando las de hasta enfrente–, se aprende mejor aquí ¿a que sí?
Felipe me miró de soslayo, amenazándome que no fuera a sentarlo delante de toda la clase.
–Hum–medité–, sabes, mejor no. Tengo un problema en los ojos y prefiero sentarme acá atrás.
–Bueno, como quieran–contestó con una inmensa sonrisa–. Seré yo quien se empape de basto conocimiento.
Por fortuna, ni el profesor ni el resto de los estudiantes habían llegado al salón para escucharle decir eso, habría sido demasiado vergonzoso, incluso para nosotros.
Aguardamos un par de minutos antes que llegaran nuestros nuevos compañeros de clase. Éramos un grupo reducido, de hecho, el más pequeño de toda la universidad, pues nadie en su sano juicio tomaría una clase a las siete de la mañana. Los diecisiete individuos que ahí estábamos, era sólo porque no habíamos sido lo suficientemente precavidos como para hacer nuestros horarios a tiempo. Excepto Daniel, él había escogido todas sus clases lo más temprano posible porque según él, así tendría más tiempo de estudiar para las clases.
–Buenos días, jóvenes–saludó el profesor al entrar al salón–. Soy el doctor Joel Acosta y seré su profesor por los próximos seis meses–hizo una pausa y nos miró a todos por sobre sus cuadradas gafas–. Antes que nada, me gustaría que ocuparan diariamente el mismo asiento que tomaron hoy. Espero que hayan hecho una buena decisión al escoger su lugar.
El profesor Joel era un hombre bastante normal. Usaba una camisa de vestir algo arrugada y unos pantalones de mezclilla. Tenía unas amplias entradas en la cabeza, lo cual me imagino que era tema de burlas entre sus alumnos, ya que se notaba su esfuerzo por ocultarlas peinándose hacia los lados. No era el tipo de persona que sobresale todo el tiempo, pero al menos se veía de fiar.
–No tengo tiempo de memorizarme todos sus nombres–continuó arrastrando las palabras–, así que les pediré que lo escriban en estas hojas y lo pongan en un lugar visible.
Entregó un fajo de hojas a todos los de la primera fila y ellos las pasaron a los que estábamos atrás. Daniel estaba especialmente orgulloso de ser el primero al que le entregaran una tarea y se apresuró a cumplirla, él mismo se levantó de su asiento y repartió las hojas a todos los de su fila.
–La programación de sistemas se basa, más que nada, en la lógica y la previsión de los distintos resultados de los comandos que podamos darle a la computadora–comenzó el profesor–. En nuestra vida diaria tomamos cientos de decisiones al día, algunas son buenas otras no tanto, los resultados de nuestras decisiones dependerán de las circunstancias en las que hayamos tomado esas decisiones. Imaginemos por un minuto que nosotros somos la computadora y nuestras decisiones son los comandos que le daremos ¿existirá alguna manera de estructurar esas decisiones para prever los resultados?