El corazón de Hasna latía violentamente en su pecho mientras era conducida hacia la sala de ejecución. El pensamiento de la muerte la abrumaba, y las imágenes de aquellos a quienes había lastimado se agolpaban en su mente, rostros que no podía soportar recordar. Tal vez ellos sintieron lo mismo antes de que sus vidas fueran arrebatadas. Ahora, ella experimentaba ese mismo terror.
El miedo y la incertidumbre eran las únicas emociones a las que podía aferrarse. Se preguntaba con desesperación si Alá la habría perdonado por sus actos. La idea de un castigo eterno en el Jahannam la llenaba de pavor. Mientras la conducían al patíbulo, no podía dejar de pensar en su tumba, en la soledad que la aguardaba en la fría y implacable oscuridad. Pero se aferraba a su fe, recordándose a sí misma que Alá era su única esperanza, su único refugio.
Los guardias le vendaron los ojos, atando con fuerza un paño alrededor de su cabeza, y la guiaron hasta la plataforma donde la cuerda la esperaba. El lazo le rodeaba el cuello con fuerza, y podía sentir su peso áspero presionando contra su pecho. Sus nervios estaban destrozados, el miedo devorándola por dentro, haciéndola sentir completamente sola. La sala estaba llena de otros condenados al mismo destino, su terror silencioso reflejaba el suyo propio.
Hasna inhaló profundamente, intentando reunir el valor para enfrentar su destino. No quería morir. Necesitaba otra oportunidad, una última oportunidad de vivir. Pero a medida que el momento se acercaba, el miedo a la muerte la consumía, dejándola vacía, como una cáscara de la persona que había sido.
Su mente corría mientras permanecía de pie en el cadalso, el lazo cortándole la piel. Un profundo sentimiento de arrepentimiento y miedo la invadió al darse cuenta de que su vida estaba a punto de terminar. La aspereza de la cuerda rozaba su cuello, enviándole escalofríos por la columna. Se preguntaba cuántos otros habrían estado en ese mismo lugar, viendo cómo sus últimos momentos se escapaban mientras enfrentaban el fin.
El miedo la asfixiaba, haciendo que le costara mantenerse en pie. Quería correr, escapar de la realidad de lo que estaba por suceder, pero no había escapatoria. La sala estaba cargada con el sonido de sollozos ahogados y gemidos ocasionales de otros prisioneros, cada uno atrapado en su propio terror.
Cerró los ojos, y los recuerdos de su pasado inundaron su mente. Había habido tan pocos momentos de verdadera felicidad en su vida, pero en ese instante, incluso las pequeñas alegrías se sentían preciosas. Se susurró a sí misma: "Inna lillahi wa inna ilayhi raji'un," un recordatorio de que a Alá pertenecemos y a Él hemos de regresar.
Su corazón latía con fuerza mientras repetía la frase: "lā ʾilāha ʾillā llāhu muhammadun rasūlu llāhi." Buscaba fuerza y paz en esos últimos momentos, con la esperanza desesperada de que Alá le concediera el perdón. El miedo y la tristeza eran abrumadores, y se preparaba para recibir al ángel de la muerte, que parecía acercarse cada vez más.
Pero no era fácil.
El peso del momento la aplastaba, y temblaba incontrolablemente, su miedo manifestándose en miembros temblorosos. La muerte era aterradora, sin importar cuánta fuerza o coraje se tuviera. Hasna no era la excepción. Era humana, frágil y llena de emociones. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras clamaba a Alá, suplicando por misericordia y perdón.
"Alá, por favor ayúdame. No quiero morir ahora. Oh Alá, por favor perdona todos mis pecados. Ya Ar Rahman, por favor concédeme tu misericordia." Las palabras resonaban en su mente mientras lloraba inconsolablemente. La gente a su alrededor la compadecía, pero sabían que debía enfrentar las consecuencias de sus actos.
En ese momento, el tiempo pareció detenerse. Observó cómo el verdugo recibía una señal y se acercaba a la palanca. Su corazón latía con terror, y mordió con fuerza su labio interior, tratando de aferrarse a los últimos momentos de su vida. Las lágrimas fluían libremente mientras llamaba a Alá, sus súplicas por perdón y misericordia volviéndose cada vez más desesperadas. El peso de la muerte inminente la aplastaba, tan intenso que temía que su corazón se detuviera antes de que la cuerda se tensara. En esos últimos momentos, se aferraba a su fe, invocando la infinita misericordia de Alá, esperando un indulto.
De repente, el tenso silencio se rompió con el sonido de una puerta que se abría de golpe. Una figura irrumpió en la sala, jadeante, con el rostro marcado por la urgencia. Se abrió paso entre los guardias, entregando un papel en las manos del oficial de policía a cargo. El ceño del oficial se frunció al leer el documento, y de inmediato hizo una señal al verdugo para que detuviera el proceso. Un murmullo ahogado recorrió la sala mientras el oficial se retiraba para consultar con otros funcionarios.
Hasna, perdida en su propio miedo, apenas registró el alboroto a su alrededor. De repente, sintió una mano cálida en su cuello y luego, con un sobresalto de incredulidad, el lazo fue desatado y retirado. Exhaló profundamente, sin ser consciente hasta ese momento de que había estado conteniendo la respiración.
Aturdida y confusa, Hasna luchaba por comprender lo que estaba ocurriendo. Fue llevada fuera de la plataforma y de regreso a su celda. Un guardia le informó que había tenido suerte: su ejecución había sido aplazada debido a nuevas pruebas presentadas en su nombre. Las palabras apenas le hicieron sentido. ¿Podía ser verdad? ¿Realmente le habían dado otra oportunidad de vivir?
De vuelta en su celda, Hasna se sentó, su mente era un torbellino de emociones: alivio, confusión, gratitud y un miedo persistente. El peso de la muerte inminente había sido levantado, pero la incertidumbre sobre el futuro ahora tomaba su lugar. Le habían concedido más tiempo, pero ¿qué haría con él? La pregunta rondaba en su mente, tan pesada y persistente como el lazo que acababan de quitarle del cuello.