CAPÍTULO 2
Me remuevo en mi lugar y siento un fuerte dolor en mi cabeza y en mi entrepierna. Abro los ojos y me acostumbro lentamente a la luz que se filtra a través de las ventanas. Mi pánico aumenta cuando descubro que estoy completamente desnuda. Me levanto rápidamente, pero caigo al suelo debido a las punzadas en mi vientre. Lo último que recuerdo es ir al baño. Me ayudo del borde de la cama para pararme y, al hacerlo, visualizo una silueta frente a mí. ¿Qué tanto bebí anoche que no recuerdo haberme acostado con alguien? Me acerco lentamente y, cuando estoy cerca, reconozco el rostro frente a mí: es Alessandro, quien está completamente desnudo. Trato de despertarlo, pero es imposible. Visualizo lo que creo que es el baño y, con dificultad, llego allí. Me miro en el espejo y me sonrojo al instante. Tengo muchas marcas en mis pechos y cuello. Busco una pastilla para aliviar el dolor, pero de pronto escucho un fuerte golpe. Corro pensando que algo grave ha sucedido, pero me arrepiento al instante cuando el hombre frente a mí me mira con reproche.
—Sandro, ¿estás bien? —me atrevo a preguntar, a pesar de sentirme diminuta ante su mirada.
—¿Qué haces en mi habitación completamente desnuda, Rouse? —pregunta, mirándome de arriba abajo. Agarro la sábana con vergüenza.
—Yo no lo recuerdo —susurro.
—¿Cómo que no lo recuerdas? ¿Me estás jodiendo? —Se pasa la mano por el cabello repetidas veces, algo que hace cuando está nervioso.
Nos quedamos en silencio, y él recorre la habitación hasta que su mirada se detiene en una mancha rojiza en el lugar donde dormí.
—Demonios —se levanta y busca su ropa por toda la habitación. Cuando la encuentra, se viste rápidamente—. No sé qué planeabas con esto, pero no esperes nada de mí —se dirige a la puerta, pero antes de salir me dice la peor de las cosas—. Esto no significó nada para mí, y por tu bien, espero que no le digas a nadie lo que sucedió aquí —al terminar de hablar, sale dando un fuerte portazo, dejándome sola en la habitación con lágrimas en los ojos. No era como esperaba que terminara mi fiesta, con la dignidad por los suelos y la virginidad perdida con el hombre que siempre soñé. Hoy me confirmó una vez más que no significo nada para él.
(...)
Después de esa noche, me he sentido un poco mal. Ya han pasado dos meses y aún no recuerdo cómo pude acostarme con Alessandro. Ese día desaparecí, y cuando finalmente llegué al departamento que comparto con Layla, ella estaba muy nerviosa. Me interrogó sobre dónde había estado todo este tiempo, y solo a ella le conté lo sucedido. Se puso furiosa cuando le mencioné cómo reaccionó Alessandro después de descubrir que había perdido mi virginidad con él.
—Rouse, ¿estás bien? —escucho que tocan la puerta del baño. Termino de vomitar y salgo.
—De nuevo —interroga cuando me ve llorosa.
—Seguramente ingerí algo que me cayó mal.
—Llevas así semanas. Tienes que hacerte revisar. Puedo apartar una cita con Lili para mañana.
—Está bien, de todas formas me he estado sintiendo cansada últimamente. Seguro que solo es el estrés —llego a la cocina y busco algo cítrico, lo que he estado comiendo este mes. Cada vez que veo una naranja o un pie de limón se me hace agua la boca. No encuentro nada, así que decido salir al supermercado.
—Layla, voy a ir al supermercado. ¿Necesitas algo? —grito desde la sala alistando mis llaves.
—Hoy no tenías que ir a ver a tu abuelo.
—Es cierto —hago memoria de que el abuelo solicitó verme.
—Le mandas mis saludos y le dices que voy a ir como cada domingo a ganarle —ellos siempre se reúnen los domingos a jugar juegos de mesa. Siempre los acompaño, ya que mi abuelo manda preparar los mejores postres para ese día.
Salgo de casa y subo a mi jeep, un regalo de mis padres por haber terminado mi carrera. Al llegar a la mansión, bajo y me recibe una de las empleadas.
—Buenas tardes, señorita Moretti —le doy mi abrigo y bolso.
—Hola —respondo—. Eres nueva, ¿verdad? —pregunto al no reconocerla.
—Sí, señorita. Llegué hace poco para ayudar a mi abuela.
—¿Tu abuela? —interrogo.
—Sí, se llama Rosa.
—Oh, eres la nieta de Rosa. ¡Qué emoción! —respondo dándole un abrazo—. Ella siempre habla de ti. Es un gusto conocerte. Soy Rouse Moretti, pero puedes llamarme Rouse.
—Un gusto conocerte, Rouse. Soy Sofía López. También he escuchado muchas cosas de ti.
—Espero que nos llevemos bien, Sofía. No te molesta que te llame así, ¿verdad?
—Para nada, Rouse —nos adentramos en la mansión.
—Mi abuelo, ¿sabes dónde está?
—Claro, el señor Moretti está en el invernadero.
—Gracias —respondo emprendiendo el camino hacia el jardín trasero—. Abuelo —llamo cuando llego al gran invernadero que está perfectamente cuidado.
—Estoy por aquí —escucho que dicen.
—Abuelo, ¿qué haces ahí? —me alarmo cuando lo visualizo arriba de una escalera tratando de agarrar algo.
—Solo estoy arreglando la maceta —responde bajando—. Hola, cariño, te ves preciosa como siempre.
—Por supuesto —le respondo dándole un abrazo—. ¿Cómo estás?
—Bien, aunque un poco preocupado porque me han informado que no te sientes bien y no has querido ir a un doctor. Sabes que tienes que hacerte exámenes cada cierto tiempo.
—¿Cómo es que...?
—Cariño, yo tengo ojos por todas partes —responde tomando asiento. Estamos en medio del invernadero, donde mi abuela mandó plantar un árbol de limón, ya que siempre que quería tomar té lo complementaba con este, y para mí ahora es la gloria.
—Dijiste que habías dejado de vigilarme.
—Lo dije, es cierto, y lo cumplí. Hasta que cierta niña irresponsable desapareció por todo un día sin dejar rastro y preocupó a todos —responde sirviéndome una taza de té. Agarro un limón y lo parto por la mitad, exprimiéndolo en mi bebida—. Me recuerdas a tu abuela. Mandé plantar este árbol cuando ella me dijo que estaba embarazada. Siempre se le antojaba comer o tomar algo que tuviera cítricos —expulso la bebida de golpe—. ¿Estás bien, cariño? —empiezo a toser, y mi abuelo me ayuda a calmarme un poco. Cuando me recompongo, bebo un poco de agua.