CAPÍTULO 3
¿Cómo pudo sucederme algo así? No estaba en mis planes ser madre, no por el momento. Apenas estoy comenzando a desarrollarme profesionalmente y tenía otros objetivos. Y lo peor de todo es que el padre de mis hijos, después de esa noche, no quiere verme ni en pintura. Hace una semana, me lo encontré en un evento al que asistí con mis padres. Me trató con indiferencia. Al menos algo bueno salió de ese lugar: me enteré de que había roto su compromiso con Corinna. ¿Qué les diré a mis padres? Mi abuelo, demonios, si se entera, me obligará a decirle quién es el padre de mis hijos y, lo peor de todo, le obligará a casarse conmigo. Cuando mi hermano se entere, seguro me tachará de aprovechada, igual que Sandro. Dios, ¿cómo pude olvidar tomarme la pastilla? Nunca más vuelvo a beber.
—¿Está segura? —pregunto esperanzada, deseando que sea un error.
—Sí, lo estás —me responde—. Te voy a derivar a un ginecólogo. Es un amigo mío, por lo que puede atenderte ahora mismo. Te va a tratar muy bien. Ten —me extiende el papel. Lo tomo temblando y le agradezco antes de retirarme. Me dirijo a buscar al ginecólogo, pero cuando llego a su puerta, no me animo a tocarla.
—¿Señorita busca a alguien? —escucho a mis espaldas.
—Sí —respondo en un susurro—. Vengo por recomendación de una amiga —le extiendo el papel, que ni siquiera me digné en leer.
—Oh, sí. El doctor la está esperando. Puede entrar —me dice abriendo la puerta. Me armo de valor e ingreso. El amigo de Lili se presenta y me hace las preguntas de rutina. Respondo a todas y, cuando finalmente termina, me pide que me acueste para hacerme un ultrasonido. Me pongo una bata y me recuesto en la camilla.
—Va a estar un poco frío, tranquila —coloca el gel en mi vientre y empieza a buscar al bebé—. Lo encontré —dice, cuando en la pantalla se visualiza una pequeña manchita—. ¿Quieres escuchar su latido? —me pregunta.
Asiento rápidamente. Al parecer, tienes 8 semanas de embarazo. Felicidades —sigue desplazando el transductor por mi vientre, pero se detiene abruptamente.
—¿Sucede algo? —pregunto alarmada.
—Al parecer no es un bebé —responde. No comprendo, pero lo que acabo de escuchar, ¿acaso no era el corazón de mi hijo?—. Son dos, Rouse. Al parecer vas a tener mellizos.
Me quedo helada. Si con un bebé ya me estaba haciendo un mundo, ¿ahora qué voy a hacer con dos? ¿Por qué me pasan estas cosas? Termino de arreglarme pensando en qué le diré a mi familia y salgo.
—Muy bien, he revisado tus exámenes y al parecer tienes principios de anemia. Te voy a recetar unas vitaminas —me empieza a explicar qué implica cada cosa y, finalmente, me dice—. Y lo más importante: no te estreses mucho. Trata de estar relajada. Si tu presión arterial sube, puede ser riesgoso. Ah, y no te expongas a químicos. Lili me ha informado que trabajas en la morgue. No te acerques a ningún químico, también puede afectar tu embarazo —asiento. Aunque no tenía planeado tener a estos bebés, y cada quien puede hacer con su cuerpo lo que quiera, no tengo corazón para deshacerme de ellos. No sería justo para mí ni para ellos, ya que sé cómo se realizan esos procedimientos y no quiero tener eso en mi conciencia.
Salgo del hospital divagando en mis pensamientos y, sin darme cuenta, llego a mi departamento. Ingreso y encuentro todo a oscuras. Seguro Layla está descansando. Me dirijo a la cocina y busco jugo de naranja. Cuando lo encuentro, me sirvo un poco y lo tomo. Se siente tan delicioso. Dejo el vaso en el fregadero y me encamino a mi habitación cuando alguien me agarra del hombro. Reacciono rápidamente, queriendo golpear a quien sea que se haya metido.
—Tranquila, Rouse, soy yo.
—Layla, ¿qué haces aquí?
—Aquí también vivo, recuerdas.
—Lo sé. Creí que te encontrabas en tu habitación. ¿Por qué te acercaste así? Pudiste haberme matado de un susto.
—Yo te hubiera matado —responde con sarcasmo—. No soy la que está sosteniendo una escoba con intenciones asesinas —ahí me doy cuenta de que tenía la escoba en la mano.
—Lo siento —respondo bajándola.
—¿Y qué te dijeron? ¿Cómo estás? —pregunta.
—Yo...
—¿Qué sucede? ¿Es algo malo?
—No, bueno, sí, es que depende de cómo lo mires.
—Habla —pide, sentándose en el sofá.
—Estoy embarazada —la miro y comienza a reírse.
—¿Me estás jodiendo? —la miro con mala cara—. A ver, ¿me estás diciendo que la primera vez que decides acostarte con un hombre, resulta que estás embarazada? —Asiento.
—Y eso no es todo. Al parecer, no es solo un niño, son dos —me mira incrédula.
—Menuda suerte tienes. ¿Y ahora qué le vas a decir al padre de tus hijos? Porque le vas a decir, ¿verdad?
—No lo sé, Layla. Si así reaccionó por haberse acostado un conmigo, imagínate como reaccionara cuando le diga que va a ser padre de mellizos. Seguro me va a atormentar diciendo que yo tenía planeado esto, y lo que menos quiero ahora es tener más drama en mi vida.
—Entonces, ¿piensas no decirle?
—He pensado en decirle una vez que nazcan los mellizos. Quiero pasar mi embarazo tranquila. Si no los acepta, me va a doler mucho, y el doctor me ha recomendado no tener emociones fuertes.
—Si se entera por terceros, sabes que va a ser peor.
—Lo sé, pero me voy a arriesgar. Si al nacer los rechaza, no voy a hacer nada.
—No lo vas a obligar a que lo reconozca. Después de todo, los dos hicieron a los bebés.
—Lo sé, pero yo soy la que ha decidido tenerlos. Si él no quiere esto para su vida, no puedo obligarlo a aceptarlo. Créeme que lo que menos quiero es que me lo recrimine cada vez que pueda.
—¿Y qué le vas a decir a tu familia? Si el abuelo se entera, te va a obligar a decirle quién es el padre.
—He pensado en desaparecer por eso un tiempo —respondo.
—¿Acaso te has vuelto loca? Si el día que desapareciste casi le da un infarto, imagínate cómo se pondrá cuando desaparezcas por meses.