Amor no correspondido

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 9

Después de soltar aquella confesión, sentí cómo el aire en la habitación se volvía irrespirable. Sin pensarlo dos veces, salí apresurada, tratando de dejar atrás las miradas de asombro y rabia que había dejado a mi paso. Al llegar a la calle, busqué un taxi con la desesperación de alguien que escapa de un incendio. Pero antes de que pudiera detener alguno, un auto se estacionó frente a mí, y al ver los rostros familiares en su interior, me sentí aliviada.

— Sube —me ordenaron desde adentro. Asentí y me metí al auto sin dudarlo, dejando que la adrenalina impulsara mis acciones.

Antes de que Enzo pudiera arrancar, veo a Layla corriendo hacia nosotros. Su expresión es de urgencia, y ni siquiera espera a que abra la puerta para subirse.

— ¡Joder, vámonos de una vez! —exclama, con un tono de desesperación—. Que “el idiota más grande de este mundo” está furioso y parece que tiene ganas de asesinar a alguien.

La miro confundida, pero entonces volteo hacia la entrada del lugar y lo veo: Alessandro, con el rostro desfigurado por la ira, sus ojos buscando como un depredador. Al hacer contacto visual conmigo, empieza a moverse rápidamente en mi dirección. Siento un escalofrío recorrerme; no quiero estar aquí para descubrir qué tan lejos está dispuesto a llegar.

— ¡Enzo, arranca ya! —le exijo, pero una idea cruza por mi mente antes de que pise el acelerador. Rápidamente, le arrebato a Layla su pequeña botella de “perfume” que siempre lleva, esa mezcla especial que solo ella conoce.

Cuando Alessandro está a una distancia prudente, bajo la ventanilla y le lanzo el frasco con todas mis fuerzas. El líquido estalla en el aire, bañándolo. La expresión de horror y asco en su rostro es casi cómica, y no puedo evitar soltar una risa burlona.

— ¡Púdrete, idiota! —le grito, disfrutando del espectáculo mientras el aroma penetrante y casi insoportable lo envuelve. Alessandro se tambalea, tratando de sacudirse el líquido de encima, mientras nosotros nos alejamos a toda velocidad.

Ya en el auto, respiro profundamente, intentando calmar mi pulso acelerado. Layla sonríe satisfecha desde el asiento trasero, y Enzo me lanza una mirada entre divertida y preocupada desde el retrovisor.

— ¿Qué diablos pasó ahí dentro? —pregunta Enzo, con el ceño fruncido.

Layla ríe suavemente y responde antes de que yo pueda decir algo.

— Digamos que nuestra querida Rouse tuvo un momento de... sinceridad explosiva.

No puedo evitar soltar una carcajada, mientras me recuesto en el asiento, sintiendo la adrenalina todavía correr por mis venas.

(...)

Al llegar al departamento de Enzo, apenas puedo contener las náuseas y corro al baño. Con la adrenalina disipándose, el peso de la realidad me golpea, y termino vaciando todo el contenido de mi estómago. Me enjuago la boca y trato de calmarme, pero el miedo y la incertidumbre no me abandonan.

Cuando salgo, encuentro a Layla, Enzo y Gael en la sala, mirándome con preocupación. Saben todo, o al menos gran parte de lo que está pasando. Sus miradas me interrogan, y me dejo caer en el sofá, agotada.

—¿Por qué no nos dijiste nada, Rouse? —pregunta Enzo, y en su voz noto una mezcla de preocupación y reproche.

Suspiro, intentando encontrar las palabras adecuadas.

— No quería preocuparlos —respondo, sintiendo un nudo en la garganta—. Planeaba irme a Suiza sin decir nada, solo desaparecer un tiempo. Sabía que si alguno se enteraba, harían todo lo posible por detenerme. No podía quedarme… ya saben cómo es mi relación con Alessandro. El médico me recomendó evitar emociones fuertes, y viendo cómo reaccionó hoy, creo que tenía razón.

Layla me observa con una mezcla de tristeza, mientras Enzo y Gael se miran, sus rostros marcados por la preocupación y una pizca de rabia contenida. Gael finalmente pregunta, con un tono bajo y calmado:

—¿Y ahora? ¿Qué piensas hacer?

Respiro hondo antes de contestar.

— Voy a tener que casarme — digo al fin, sintiendo las lágrimas deslizarse por mis mejillas sin que pueda detenerlas—. Es la única manera de mantener a mis hijos y a todos a salvo.

Enzo frunce el ceño, y me mira sin comprender del todo.

—¿Dijiste “hijos”? — pregunta, sorprendido.

Asiento lentamente, esbozando una sonrisa triste.

— Sí… son gemelos. Vaya suerte, ¿no? — murmuro, intentando sonar ligera, pero el peso de la situación hace que la broma se desvanezca en el aire. Reviso mi celular y veo un sinfín de mensajes y llamadas perdidas; prefiero apagarlo antes de seguir leyendo.

— Ahora solo quiero estar tranquila, al menos por un momento, antes de que mi abuelo o Alessandro me encuentren. Aunque sinceramente espero que no lo hagan… pero Massimo nos dio un plazo de una semana — digo, sintiendo que cada palabra me hunde más en esta realidad inevitable.

— Bueno, hasta entonces puedes quedarte en mi departamento. Dudo que tu “futuro esposo” te busque aquí — dice Enzo con una sonrisa, tratando de aliviar la tensión—. En cuanto a tu abuelo… bueno, ahí no puedo garantizar nada.

Aprecio su intento de tranquilizarme y le devuelvo la sonrisa, algo más relajada. Poco después, Gael y Enzo deciden ir al supermercado. Dicen que quieren cocinar algo especial para celebrar que pronto seré madre y que ellos serán “tíos.” Me siento en el sofá, junto a Layla, observando cómo se alejan y cerrando la puerta detrás de ellos.

Cuando quedamos solas, Layla toma mis manos entre las suyas y me mira con seriedad.

— Rouse, sé que ahora mismo estás abrumada, física y emocionalmente — comienza, su tono suave pero firme—. Pero hoy diste un paso importante. Te defendiste de las humillaciones de Alessandro y le plantaste cara a Massimo. Sé que vendrán momentos en los que sentirás que todo se desmorona, pero tienes que mantenerte fuerte, sobre todo ahora que estás embarazada.

Apretó su mano, sintiendo el calor de su apoyo.



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En el texto hay: embarazo, celos drama, dolor amor

Editado: 14.11.2024

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