Amor no correspondido

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

Me encontraba sumida en la oscuridad, atrapada en un estado de letargo en el que mi cuerpo parecía no pertenecerme. Cada fibra de mi ser estaba entumecida, como si un camión me hubiera pasado por encima. En medio de aquel silencio opresivo, unos murmullos comenzaron a filtrarse desde la distancia. Traté de abrir los ojos, pero mis párpados eran pesados, como si pesaran toneladas. Tras un gran esfuerzo, finalmente logré entreabrirlos, parpadeando varias veces para acostumbrarme a la luz que bañaba la habitación.

—Despertaste —escuché una voz a mi lado, grave y cargada de tensión. Al girar la cabeza, me encontré con un Alessandro visiblemente enfadado. Su mandíbula estaba tensa, y su mirada reflejaba algo más que enojo; había una mezcla de preocupación y frustración que no supe cómo interpretar.

Parpadeé, aún confusa, intentando procesar dónde estaba y por qué él estaba allí. Intenté incorporarme, pero un vértigo inmediato me hizo retroceder y soltar un leve quejido.

—¡Mierda, Rouse! ¿Quieres dejar de ser imprudente por una vez en tu vida? —exclamó Alessandro, acercándose rápidamente para sostenerme mientras me ayudaba a recostarme nuevamente. Aunque su tono era duro y sus palabras ásperas, sus movimientos eran firmes pero cuidadosos. Lo miré con el ceño fruncido, aún confundida por su enojo.

—¿Qué… qué pasó? —murmuré con voz ronca, apenas reconociendo mi propio tono. Mi garganta estaba seca, como si hubiera pasado días sin pronunciar una palabra.

Alessandro soltó un largo suspiro, pasándose una mano por el cabello en un gesto de evidente frustración. Se dejó caer en una silla junto a la cama, clavando su mirada en la mía.

—¿Qué pasó? —repitió con sarcasmo, como si le costara contenerse—. Te diré lo que pasó: desapareciste por un día entero después de soltarme la bomba más grande de mi vida. Y cuando finalmente te encuentro, resulta que estás peleando con tu cuñada, poniendo en peligro a los bebés.

Su tono era una mezcla de reproche y desesperación. Cerré los ojos un instante, intentando calmarme y ordenar los fragmentos de mi memoria. Poco a poco, los recuerdos comenzaron a aclararse: la discusión con Pia, su mirada altiva, las palabras mordaces que había lanzado con intención de herirme. Había sido imposible contenerme.

—Ella empezó —murmuré, apretando los dientes mientras el calor de la ira regresaba a mi pecho—. No iba a quedarme de brazos cruzados escuchando todos sus insultos y difamaciones. ¿Crees que es fácil para mí contenerme cuando cada vez que pueden, ella y Corinna intentan humillarme? ¡Ya tuve suficiente!

Alessandro soltó una risa seca, llena de ironía, y se levantó de golpe de la silla, caminando unos pasos en la habitación antes de volverse hacia mí.

—¿El problema es que te humillan? —su tono era frío y cortante—. Rouse, el que dice la verdad no humilla. Pia simplemente defendió a su amiga. ¿No podías simplemente ignorarla en lugar de armar todo un escándalo?

Sus palabras cayeron como una bofetada. Lo observé, incrédula, sintiendo cómo el nudo en mi garganta crecía con rapidez. Sin embargo, no iba a permitir que me viera quebrarme.

—¿"Defendió a su amiga"? —repetí, mi voz cargada de indignación, como si la sola idea fuera un insulto—. ¡Lo que hizo fue atacarme, Alessandro! Como siempre lo hace. Pero claro, todo lo que dicen o hacen esas mujeres siempre tiene una justificación, ¿verdad? En cambio, yo siempre quedo como la villana.

—¡No exageres! —replicó él, alzando la voz y acercándose un paso más—. Si supieras mantener la calma, Rouse, y dejar de actuar como una niña caprichosa que no soporta un par de comentarios, las cosas no llegarían a este punto.

La rabia nubló mi mente. Ya no podía soportar un segundo más de sus reproches.

—¡Vete! —grité, incapaz de contenerme—. ¡Quiero que te largues y no vuelvas! No quiero verte la cara nunca más.

Alessandro frunció el ceño, una mezcla de burla y exasperación se dibujó en su rostro.

—Rouse... —empezó, pero lo interrumpí.

—¡He dicho que te vayas! —grité de nuevo, con la voz quebrada por la furia.

Él ignoró mi súplica, sujetándome firmemente por los brazos. Su rostro se inclinó hacia el mío, su tono se volvió helado, pero con un dejo de burla que me encendió aún más.

—Para tu mala suerte, vas a tener que verme la cara todos los días por el resto de tu vida —dijo, sus palabras impregnadas de desprecio—. Te metiste en mi cama con la intención de tener algo conmigo. Bueno, aquí tienes las consecuencias. —Desvió la mirada hacia mi vientre, su gesto cargado de insinuaciones hirientes—. Y si crees que el embarazo te dará inmunidad, estás muy equivocada.

Esa última frase fue la gota que colmó el vaso. Sentí cómo el ardor subía desde mi pecho hasta mi rostro, mis manos temblaban de pura rabia. Las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero no por tristeza, sino por pura impotencia. Sin importar el mareo que nublaba mi mente, me incorporé como pude y lo enfrenté directamente.

—Eres un idiota, Alessandro —dije con voz firme, aunque mi cuerpo temblaba ligeramente, incapaz de contener toda la rabia que se acumulaba dentro de mí—. No tienes idea de lo que siento cada vez que tú o mi hermano abren la boca para lanzar sus palabras hirientes. Si tanto te molesta mi presencia, ¡desaparece de mi vida! No te necesito. Puedo casarme con otro hombre, si eso es lo que te preocupa.

La tensión en el aire se volvió casi palpable, como si mis palabras hubieran encendido una mecha que estaba a punto de explotar. Alessandro entrecerró los ojos, su mandíbula se tensó, y sus labios se movieron apenas, como si estuviera a punto de soltar una respuesta aún más hiriente. Sin embargo, se quedó en silencio, y en su mirada había algo indescifrable, una mezcla de ira contenida y algo más profundo que no podía descifrar en ese momento.

De pronto, la puerta se abrió de golpe, y el sonido interrumpió el enfrentamiento. Giré la cabeza, esperando ver a Layla, pero no fue ella quien apareció. Con pasos firmes y llenos de autoridad, mi madre entró en la habitación. Su sola presencia transformó el ambiente; la tensión se disipó momentáneamente, sustituida por un silencio expectante. Su mirada evaluó la escena con rapidez, deteniéndose primero en mí y luego en Alessandro, como si pudiera leer cada emoción que flotaba en el aire.



#5003 en Novela romántica
#1412 en Chick lit

En el texto hay: embarazo, celos drama, dolor amor

Editado: 25.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.