El sol apenas asomaba cuando Elizabeth Mora Calderón se levantó de la cama. Era fin de semana, pero su energía matutina no la abandonaba. Encendiendo el altavoz con su lista de reproducción favorita, comenzó a limpiar el departamento. Ordenó la sala, aspiró las alfombras y dio brillo a las superficies. Una vez satisfecha con el resultado, se dirigió a la cocina, donde preparó un desayuno completo: huevos revueltos con jamón, pan tostado, jugo de naranja y café.
Dos horas después, Guillermo, cariñosamente llamado Memo, se levantó. Aún somnoliento, siguió el aroma del café hasta la cocina.
“Buenos días,” saludó, mientras le daba un beso en la mejilla.
“Buenos días, dormilón. Ya pensaba que iba a tener que comer sola,” respondió Elizabeth con una sonrisa, mientras le pasaba una taza de café caliente.
“Sabes que el fin de semana es mi día de dormir un poco más,” dijo Guillermo, sentándose en la mesa. “Pero con este desayuno, valía la pena levantarse.”
“Espero que también me ayudes a limpiar un poco después, aunque ya hice la mayor parte,” bromeó Elizabeth mientras servía los platos.
“Claro que sí. Sólo dame tiempo para despejarme.”
Se sentaron juntos, disfrutando de la comida mientras conversaban sobre pequeños planes para el día.
“Había pensado que podríamos ir al centro comercial,” sugirió Elizabeth. “Quiero ver ropa y quizá comprar algunas cosas para el departamento.”
“Me parece bien,” respondió Guillermo. “Hace tiempo que no salimos a pasear juntos por las tiendas.”
Después de desayunar, cada uno se sumergió en sus propios intereses. Guillermo pasó un rato con su consola de videojuegos, mientras Elizabeth revisaba catálogos en línea y organizaba su agenda.
Por la tarde, decidieron salir. Visitaron un centro comercial cercano, donde caminaron entre las tiendas, explorando escaparates y comprando ropa y algunos artículos para el departamento. Se detuvieron en un restaurante para comer, disfrutando de una plática amena y risas cómplices.
“Mira esto,” dijo Elizabeth, mostrando un suéter que había encontrado. “¿Te gusta?”
“Se te vería genial. Deberías llevártelo,” respondió Guillermo. “Aunque creo que con lo que ya llevamos, necesitaré una segunda tarjeta.”
Elizabeth se rió. “No exageres. Sólo estoy aprovechando las ofertas.”
Por la noche, decidieron visitar un bar, donde compartieron un par de tragos y se dejaron llevar por la música y el ambiente relajado. Al regresar al departamento, el calor de las copas y la musica, hicieron el amor de manera espectacular para terminar abrazados y listos para descansar.
El domingo por la mañana, Elizabeth se despertó temprano una vez más. Se vistió cómoda y salió a una cafetería cercana, buscando un rato para ella misma. Con un café en la mano y un libro nuevo entre las páginas, disfrutaba del silencio roto solo por el murmullo de las conversaciones. Fue entonces cuando un joven, que le pareció atractivo, se acercó.
“Buen libro,” comentó con una sonrisa.
Elizabeth levantó la mirada, sorprendida, pero le devolvió la sonrisa. “Es interesante. Apenas lo empecé y ya me atrapó.”
“Eso es lo mejor. ¿Vienes seguido por aquí?” preguntó él.
“Los fines de semana por la mañana,” respondió, manteniendo un tono amable.
“Es bueno saberlo,” dijo él, despidiéndose con un ademán. Elizabeth sintió un leve sonrojo en las mejillas mientras lo veía marcharse. Cerró el libro, terminó su café y regresó al departamento.
Allí, desayunó con Guillermo. Juntos instalaron un nuevo adorno en la sala, emocionados con los detalles que poco a poco hacían del lugar un hogar más acogedor.
“Creo que deberíamos ponerlo un poco más arriba,” comentó Guillermo mientras sostenía el martillo.
“No tanto, que después nadie lo va a notar,” respondió Elizabeth, ajustando la posición. “Ahí está perfecto.”
Al mediodía, salieron a comer a un restaurante que habían querido probar desde hace tiempo. Pasearon por las calles cercanas, disfrutando del clima fresco.
Por la tarde, al regresar al departamento, abrieron una botella de vino tinto. Sentados en el sofá, eligieron una película que ambos querían ver.
“Creo que ya habíamos visto esta,” dijo Guillermo mientras Elizabeth buscaba en el menú.
“¿Seguro? A mí no me suena,” contestó ella. “Pero si ya la vimos y me aburro, la culpa es tuya.”
La noche avanzó con tranquilidad, cerrando un fin de semana lleno de momentos compartidos. Ambos se metieron a la cama, listos para enfrentar la rutina que les esperaba al día siguiente.