¿amor o amistad? un reino que salvar

Capitulo 1

—El príncipe Hugo es tan encantador —escuché decir a mis amigas mientras caminábamos por los jardines del castillo, riendo y charlando entre nosotras. Mi grupo de amigas parecía no parar de hablar sobre él. Cada vez que lo mencionaban, sus ojos brillaban con entusiasmo, como si hablar de Hugo fuera algo digno de todo su fervor.

Clio, la más efusiva de todas, caminaba justo al lado de mí. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa, y no dejaba de mirar hacia adelante, como si imaginara que Hugo iba a aparecer en cualquier momento, como si su presencia fuera algo mágico.

—Solo es un príncipe más —respondí de manera indiferente, intentando que mi tono fuera más neutral, aunque algo dentro de mí no quería ser tan cínica. Pero era la verdad, ¿no? Todos los príncipes eran iguales, venían con la misma actitud y el mismo protocolo aburrido. Yo prefería estar con mis amigas y no pensar demasiado en ellos.

—¡Sofía, cómo no te das cuenta de lo maravilloso que es! —dijo Clio, haciendo una pausa y girándose para mirarme con una mezcla de incredulidad y emoción. Sus ojos brillaban mientras sus manos se movían como si quisiera gesticular la grandeza de Hugo.

Una risa escapó de mis labios, una risa que intentaba sonar más divertida que sarcástica, aunque no pude evitar que un toque de molestia se colara en mi voz.

—A mí me parece… normal —dije, encogiéndome de hombros. Pero, al instante, como si un recuerdo me golpeara, corregí mis palabras: —No, no, no, ya sé, ¡odioso!

Mis amigas se detuvieron por un momento, y Clio, con una ceja levantada, me miró como si me hubiera caído de otro planeta.

—¿Odioso? ¿Qué dices, Sofía? —preguntó, claramente desconcertada, mientras una sonrisa divertida se formaba en su rostro. —¿Por qué odioso?

Mi mente retrocedió en el tiempo, recordando un día que me hizo sentir tan frustrada. Recordé aquella mañana en que, durante la competencia de jinetes, el príncipe Hugo había insistido en que no participara, solo porque soy una princesa. Como si mi título me impidiera hacer algo tan común como montar a caballo.

—¿No recuerdan cuando no quería dejarme participar en la carrera de jinetes solo porque soy una princesa? —respondí, haciendo un gesto con las manos que reflejaba lo absurdo de la situación. —Dijo que no era apropiado para alguien de mi estatus. Como si yo no pudiera ser tan buena como los demás solo por ser una princesa.

Mis amigas me miraron, y aunque no lo dijeron, pude ver que no comprendían por completo mi frustración. Clio, por ejemplo, parecía completamente desconectada de mis sentimientos.

—¡Eso fue porque quería protegerte! —dijo ella, con una sonrisa comprensiva. —Él solo pensaba que podrías lastimarte.

Fruncí el ceño, sintiendo cómo una oleada de irritación me recorría.

—No necesitaba que me protegiera —respondí, casi sin pensarlo, con la voz más firme que pude. —Puedo montar tan bien como cualquier otra persona. No necesito que me digan qué hacer solo por ser princesa.

—Sofía, pero él siempre quiere cuidar a las princesas, es amable y bondadoso —dijo Clio, con una sonrisa ingenua en el rostro, como si Hugo fuera la personificación de la perfección.

La mirada que me lanzó era como si estuviera esperando que, por fin, yo cayera en la idea de que él era el príncipe ideal, el tipo de príncipe con el que todas soñábamos. ¿Amable y bondadoso? ¿De verdad? No podía creer lo que estaba escuchando. No podía entender cómo podían pensar eso de él.

—¿Amable y bondadoso? —repetí, frunciendo el ceño, sin poder contener la frustración que comenzaba a hervir dentro de mí. Mi voz se hizo más firme, como si intentara convencerme a mí misma de que lo que pensaba era cierto. —De todos los príncipes que conozco, él es el peor.

Clio y las demás se quedaron en silencio por un momento, como si no pudieran procesar lo que acababa de decir. Luego, Clio me miró, sorprendida, y negó con la cabeza.

—¡Sofía! ¿Cómo puedes decir eso? —exclamó, claramente indignada por mi respuesta.

De repente, como si lo hubieran llamado, apareció Hugo. Su figura se recortó en el horizonte, emergiendo de entre los árboles del jardín con esa postura tan segura de sí mismo, como si estuviera acostumbrado a ser el centro de atención. La brisa movió su cabello oscuro con un toque despreocupado, y su mirada, al principio, buscó a mis amigas con una sonrisa abierta. Pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, algo cambió en su rostro, como si percibiera algo en el aire.

Mis amigas, que seguían hablando emocionadas sobre él, no parecieron notarlo de inmediato, pero yo sí. El modo en que caminaba, con esa arrogancia que a veces me ponía los nervios de punta, parecía como si estuviera buscando algo. O alguien.

—Sofía —dijo, y su voz, aunque suave, sonó fuerte en mis oídos. Me dirigió una sonrisa ligera, pero no era una sonrisa genuina, sino una que podía haber aprendido a usar por años. Su mirada era desafiante, como si quisiera medir hasta qué punto podía conseguir lo que quería de mí.

No pude evitar rodar los ojos internamente, pero traté de no mostrar lo que sentía. Ya había pasado por suficiente con él como para saber que no me iba a dejar tranquila.

—¿Qué haces aquí, Hugo? —pregunté, sin intentar ocultar el tono de incomodidad que se estaba formando en mi pecho. Había algo en su presencia que me inquietaba, como si el aire a su alrededor se volviera más denso.

Él simplemente se acercó más, y aunque intentó ser cortés, el brillo en sus ojos dejaba claro que no estaba aquí solo por casualidad. La manera en que me miraba, con esa mezcla de arrogancia y curiosidad, me hacía sentir como si fuera un desafío que tenía que conquistar.

—Escuché que estabas hablando de mí —dijo, sus ojos centelleando mientras lanzaba una mirada cómplice hacia mis amigas, que ahora se miraban entre sí, algo sorprendidas.

Mis amigas, que no se habían dado cuenta de que había un trasfondo de tensión en mi tono, comenzaron a reír y a hablarle como si fuera el héroe de su cuento. Pero yo no podía evitar la incomodidad que me invadía. Hugo era todo lo contrario de lo que pretendía ser: no era el príncipe encantador que se ofrecía para cuidar a las princesas, sino alguien que, a su ma—No es lo que parece —le respondí, con una voz algo más fría de lo que quería, pero era inevitable. No quería que mis amigas pensaran que estaba siendo cruel con él, pero no podía soportar cómo, una vez más, Hugo parecía pensar que su opinión era la única válida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.