Me quedé allí, viendo cómo Hugo se alejaba, con los pasos firmes y su espalda tensa, como si quisiera dejarme claro que no pensaba volver a mirar atrás. Quise gritarle algo más, decirle que estaba equivocado, pero las palabras se atoraron en mi garganta.
Sentí un nudo en el pecho, y antes de darme cuenta, mis ojos se volvieron llorosos. El calor de las lágrimas empezaba a acumularse, pero apreté los labios con fuerza, negándome a dejar que cayeran. Este no era el momento. No iba a darle la satisfacción de saber cuánto me habían dolido sus palabras.
Respiré hondo, tratando de calmarme. El aire fresco no parecía suficiente para disipar la tormenta que sentía dentro. Apreté los libros contra mi pecho como si fueran un escudo, aunque nada podía protegerme de lo que acababa de pasar.
—No. —Murmuré para mí misma, alzando la cabeza y parpadeando rápidamente para despejar mis ojos. —No ahora.
Empecé a caminar hacia el salón principal, con pasos rápidos y decididos. Cada paso que daba parecía un esfuerzo para mantenerme entera, para no desmoronarme en medio de todo. Las paredes de la academia se sentían más grandes, más frías, como si quisieran aplastarme.
Entré al salón sin mirar a nadie, depositando los libros sobre la mesa con un golpe seco. Amber, que estaba allí, levantó la vista al instante.
—¿Qué pasó? —preguntó, acercándose con el ceño fruncido.
—Nada importante. —Mi voz sonaba más dura de lo que pretendía, y desvié la mirada, ajustando mi corona por pura inercia.
Amber no parecía convencida. Puso una mano en mi brazo, obligándome a mirarla.
—Sofía, ¿estás bien?
No podía contestar de inmediato. Tragando el nudo en mi garganta, asentí lentamente.
—Sí, estoy bien. —Aunque ambas sabíamos que no era cierto.
Amber frunció el ceño aún más, pero no insistió. Simplemente me dio un abrazo rápido y apretado, como si supiera que eso era lo único que podía hacer en ese momento.
—Ese chico es un idiota. No merece ni un segundo de tu tiempo —dijo con suavidad, como si intentara consolarme.
—Lo sé —respondí, aunque la sensación de vacío en mi pecho decía lo contrario.
Intenté sacudir el malestar mientras Amber seguía hablando, pero las palabras de Hugo seguían resonando en mi mente. ¿De verdad creía todo eso de mí? ¿O solo lo dijo para herirme?
No importaba. No podía permitir que sus comentarios me definieran. No ahora, no nunca.
Enderecé los hombros y ajusté mi tiara con determinación.
Mientras me sentaba en mi lugar, mis pensamientos se arremolinaron como un torbellino, imposibles de controlar. Las palabras de Hugo seguían resonando en mi mente como un eco cruel. "Ojalá nunca hubiéramos bailado juntos en esa pista de hielo."
¿Acaso no le importó ese momento? ¿Ese baile cuando éramos niños? Cerré los ojos por un instante, y el recuerdo se deslizó en mi mente con una claridad dolorosa.
Era una tarde fría, con la pista de hielo iluminada por las luces suaves del castillo. Todos estaban ocupados con sus risas y juegos, pero él y yo habíamos terminado juntos, casi por accidente. Recuerdo cómo al principio estábamos incómodos, como si fuéramos polos opuestos forzados a compartir el mismo espacio. Pero luego, algo cambió.
Lo vi sonreír, una sonrisa sincera, sin rastros de esa arrogancia que ahora parecía parte de él. Me tomó de la mano, inseguro pero decidido, y comenzamos a deslizarnos sobre el hielo. Al principio, fue un desastre: tropezamos, nos caímos, y nos reímos como si el mundo fuera un lugar más simple.
Por un momento, parecía que todo era diferente. No había insultos ni desafíos, solo dos niños compartiendo un instante. En ese entonces, pensé que quizá... quizá podríamos llevarnos bien, incluso ser amigos.
Abrí los ojos, sintiendo un peso en el pecho. Ese recuerdo había sido uno de los pocos en los que Hugo no parecía odiarme, ni yo a él. Pero ahora... ahora parecía tan distante, como si hubiera ocurrido en otra vida.
"¿De verdad no le importó?" me pregunté, mordiéndome el labio para evitar que las lágrimas regresaran. Todo parecía ir mejor ese día, pensé con amargura. Entonces, ¿por qué ahora era todo tan complicado?
Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en el presente, pero la herida seguía ahí, abierta. Quizá Hugo tenía razón en una cosa: éramos demasiado diferentes.
Llegamos al palacio cuando el sol comenzaba a bajar en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y anaranjados. Amber, James y yo cruzamos el gran salón de entrada, nuestras voces rebotando suavemente en las paredes mientras hablábamos de cosas triviales. Amber se reía de algo que James había dicho, pero yo apenas prestaba atención. Mi mente seguía atrapada en las palabras de Hugo.
Cuando entramos al comedor, mis padres ya estaban allí, esperándonos. Mi madre, con su elegante porte y esa sonrisa cálida que siempre lograba calmarme, nos saludó al instante.
—¡Bienvenidos, niños! ¿Cómo les fue hoy en la academia? —preguntó mientras tomábamos asiento alrededor de la mesa.
Mi padre, sentado a su lado, asintió con interés mientras un sirviente comenzaba a servir el almuerzo.
Amber fue la primera en responder, por supuesto, llena de entusiasmo:
—¡Oh, fue un día interesante! Practicamos danza en la clase de etiqueta, y, mamá, deberías haber visto a James. ¡Casi tira a la profesora al suelo! —bromeó, ganándose un bufido fingido de James.
—Eso no fue mi culpa. La profesora insistió en que intentáramos ese giro absurdo —replicó James, rodando los ojos, lo que provocó risas alrededor de la mesa.
Yo me forcé a sonreír y asentí distraídamente mientras servían mi plato.
—¿Y tú, Sofía? —preguntó mi madre, girándose hacia mí con curiosidad. —¿Cómo fue tu día?
Sentí un nudo formarse en mi garganta. Podía sentir las miradas de mis hermanos y de mis padres sobre mí, esperando una respuesta. Pero no podía contarles lo que había pasado con Hugo. No quería preocuparlos, y, además, sabía que mis emociones estaban demasiado a flor de piel como para explicarlo sin que se notara mi molestia.
#5917 en Novela romántica
#575 en Fanfic
#romance #fantasía #recuerdos, #romance #amor #drama, #romace
Editado: 24.03.2025