Amor o codicia

Capítulo 2.

Valeria se encontraba enfrente de su espejo de cuerpo completo. No habían pasado ni veinte minutos desde que salió de la habitación de su madre. Aún no entendía cómo la convencieron de hacer eso, ¡y para colmo fue su progenitora! Pensó que si dieran un premio a la peor madre del mundo, la suya se lo ganaría.

Todavía tenía puesto el vestido que usó en el funeral y llevaba el listón rosado que Juliana le colocó como diadema. Se encontraba delante del espejo, retocando su maquillaje. Era muy ligero debido a la situación en que se encontraba y su brillo labial era rosa pálido a pesar de que amaba los labiales de colores fuertes. De repente, aunque no venía al caso, las palabras de su hermano sonaron en su cabeza: No actúes como puta y tal vez le gustes... «Idiota, claro que no soy… eso». Frunció el entrecejo. «Ya quedó» se contempló con atención. «Ojalá funcione». Muy en sus adentros, no quería que pasara. Vicente era un hombre, a su parecer, extraño, insípido y grotesco. Físicamente tampoco le atraía, no era muy alto, pálido a más no poder, tenía ojeras y una nariz aguileña; parecía, según ella, sacado de una película antigua de vampiros, cuando estos últimos aún daban miedo. Lo único rescatable, más bien atractivos, eran sus ojos, que tenían el color ámbar más bonito que había visto, pero de ahí en fuera, ¡nada! ¿Qué iba a hacer cuando tuviera que besarlo? O peor aún, ¿y si se tenía que acostar con él? La idea le repugnó, así que prefirió no seguir pensando en eso.

Se dirigió con paso ligero a la oficina y tocó con suavidad. Al no escuchar respuesta, giró la perilla, que para su sorpresa no tenía seguro, y entró con lentitud. No esperaba ver la imagen con que se encontró. Vicente lloraba en silencio, reprimiendo sus sollozos y temblando un poco. Era un poco incoherente el hecho de que fue con ellos para no pasar soledad pero se encerraba en una habitación buscándola, pero así era él y nadie podía juzgarlo. Según todos, Vicente era un hombre frío y sin corazón, por eso verlo en ese estado la sorprendió más de lo que esperaba. Lo encontró patético. Le parecía absurda toda la situación, tal vez por el hecho de que ella nunca sintió un cariño genuino por su verdadero padre. No podía comprender lo que Vicente sentía al perder al suyo.

El hombre no parecía darse cuenta de su presencia, así que carraspeó un poco para llamar su atención. Él dio un brinco por el susto, y al darse cuenta de que el engendro del mal número uno estaba enfrente de él, viéndolo con una mezcla extraña e incomprensible de lástima e indiferencia, se enjugó las lágrimas con un pañuelo.

—¿Qué quieres? —Preguntó con tono hostil.

«Tengo que ser amable» pensó Valeria con fastidio. Se acercó más a él, casi con miedo y lentamente colocó su mano en su espalda y comenzó a darle palmaditas. Eso lo tomó por sorpresa, hizo un ademán para alejarla pero no funcionó, al contrario, se acercó más.

—Siento lo de tu padre.

—¿En serio? —Trató de ser lo más indiferente posible, a pesar de que no estaba funcionando.

—Mira… —Comenzó diciendo. Se detuvo porque no supo cómo continuar, así que se quedó pensando qué decir. Vicente imaginó, con molestia, que de seguro terminaría diciéndole algo típico, como los consuelos banales de sus conocidos—. La vida apesta —dijo luego de unos segundos—, pero hay que sobrellevarla, ¿no?

Y ahí estaba, por fin alguien que decía justo lo que él quería escuchar, nada de optimismo imaginario ni de falsedades, sino una verdad absoluta para él.

—Es cier… to… —Quiso responderle pero no pudo, se le quebró la voz.

—No digas nada, en verdad. —Era cierto que no quería que dijera nada más, no tenía ganas de comenzar ahí alguna discusión filosófica que se saliera de su conocimiento. Se limitó a abrazarlo.

Vicente, al principio, no correspondió el abrazo. Unos diez segundos después, ella, viendo que no la abrazaría de vuelta, estuvo a punto de separarse de su hermanastro. Justo cuando se estaba alejando, la rodeó con sus brazos y la atrajo de nuevo hacia él. Valeria pudo sentir su cuerpo temblar un poco, de seguro estaba llorando de nuevo.  Al no saber qué decir o hacer, se resignó a palmearle la espalda otra vez.

—Gracias —le susurró después de un rato en que estuvo consolándolo simplemente con su pura presencia y un abrazo. En verdad agradecía de corazón que alguien estuviera ahí para él, a pesar de la indiferencia que se dignaba a mostrar. Le extrañó que ese gesto viniese del engendro número uno, pero no quiso darle más vueltas al asunto, a lo mejor la estuvo juzgando mal todo ese tiempo o, lo más probable para él, la chica se sintió culpable por no haber puesto atención a la misa y quería compensar eso con una buena acción. Lo que sea que fuese, el agradecimiento era el mismo.

 

***

 

Al día siguiente, muy temprano, Juliana se dirigió al comedor, donde ya se encontraban sus dos hijos y su hijastro desayunando. Ninguno de los tres hablaba. Flavio estaba apurado, atragantándose porque se le hacía tarde para ir a la escuela. Valeria removía su comida sin ánimos y de cuando en cuando se metía un bocado a la boca. Vicente se veía igual que la noche anterior pero por alguna razón lucía un poco más tranquilo.

—Buenos días. —Saludó a todos al sentarse al lado de Flavio. El chico hizo ademán de querer contestar el saludo, pero no lo dejó—. No, no, tú termina de comer, por favor… —Quiso darle a entender que no debía hablar con la boca llena.




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