Amor o codicia

Capítulo 3.

Después del rosario, algunas personas los acompañaron a la mansión. Allí, Juliana ordenó a Martina que hiciera café, y a las sirvientas a que llevaran bocadillos a los invitados. A Vicente no le agradaba eso, él sufría por la pena de perder a un ser querido y esa gente insensible parecía que solo iba por la comida. Agradeció a los presentes con hipocresía y se despidió. Antes de irse, se dirigió a Juliana, que se encontraba apurada viendo que atendieran bien a sus amistades.

—Juliana…

—¿Sí?

—Te quería decir que…

—No, Ágata —lo interrumpió vilmente, prestando más atención a lo que hacía la sirvienta que a lo que él le decía—, no les des esas servilletas, usa las desechables.

—Sí, señora. —La chica fue con rapidez a la cocina para cambiar las servilletas.

—¿Qué decías? —La mujer le preguntó, viéndolo a los ojos.

—Nada. —Ya se encontraba muy molesto como para tener una conversación con ella.

Después de que subió a su habitación, se quedó pensando. Quería decirle a Juliana que no había necesidad de embarrar a Valeria en sus asuntos, pero después pensó que no decirle nada fue lo mejor. «No va a entender, va a seguir haciendo lo que quiera con el engendro número uno y el número dos, después de todo son sus hijos… Igual no me importa lo que haga con ellos». Era cierto, Juliana usaba a sus hijos para sus propios planes, de los cuales él, sin saberlo, estaba involucrado.

 

***

 

En el momento en que Vicente comenzó a subir las escaleras, Flavio se acercó a su hermana, que se encontraba sentada con un gesto apacible, sin conversar con nadie.

—¿Ya te lo echaste? —Le susurró divertido mientras señalaba a su hermanastro con discreción.

La chica agarró un cojín que tenía cerca y se lo aventó en la cara.

—Cállate, Flavio asqueroso.

Él rio en voz baja.

—Sí que estás muy irritable.

—Pues sí. Si tú estuvieras en mi situación, estarías peor.

—Eso creo. —Se sentó junto a ella—. Y bien, ¿cuál es la siguiente jugada?

—No sé.

—Vamos, piensa en algo —insistió.

—Por ahora esperaré a que pase todo esto de los rosarios y que se vaya la esencia a muerte —refunfuñó—. Después veré qué haré…

—Sí… —Miró hacia abajo—. Mamá confía plenamente en que serás capaz de hacer eso.

—Lo sé. —Hizo una mueca—. Facundo se murió antes de tiempo.

—La jodida muerte no los arrebató.

—Ay, sí, maldita.

—Se hubiera esperado un poco más hasta que mamá lo hubiera convencido.

—Exacto, pero no, ahora yo tengo que ir con ese intento de ser humano para tratar de enamorarlo. ¡Qué horror! Ni si quiera sé si le gustan las chicas.

—Tal vez sí.

—¿Y si es asexual?

—Quién sabe. —Flavio se encogió de hombros—. Tú eres la encargada de averiguar todas nuestras dudas.

—Agh… Si sale gay te lo echo a ti.

—Cálmate, Valeria, pero para tu información, a mí no me gustan los hombres como él.

—A mí tampoco.

—Me gustan más como Diego —sonrió con picardía, pues sabía que Valeria estaba obsesionada con ese chico desde hacía algunos meses.

La chica de nuevo tomó el cojín y se lo volvió a lanzar.

En ese momento se acercó Juliana y los reprimió por el hecho de que actuaban como si, en vez de perder al ser más cercano que tuvieron como figura paterna, hubieran perdido un pedazo de queso rancio.

—Lo siento, madre —dijeron los dos al unísono, como si estuvieran conectados.

—Vayan y hablen con los invitados.

—Sí —afirmaron, pero siguieron ahí sentados sin hacer nada.

—¡Ahora!

Ambos se levantaron con rapidez, cambiaron su expresión a una melancólica y fueron con los demás. Juliana también se acercó con lentitud y pudo oír algunos comentarios.

—Oh, pobres chicos, parecen más devastados que el propio hijo.

—Son muy buenas personas, les debió doler mucho esa pérdida.

—Se ve que querían mucho al señor Ortega, pero de su hijo no puedo decir lo mismo, casi no venía a visitarlo.

Juliana reprimió una sonrisa, pues las cosas estaban saliendo como ella quería. La gente sentía más empatía con ellos que con Vicente, así que estaba confiada de que, si se quedaban la mansión y lanzaban a la calle al frívolo hombre, nadie vería mal esa acción. Lo único que faltaba era que su hija lo convenciera de poner la propiedad a su nombre, pero eso, según ella, era sencillo, pues estaba más que segura de que un hombre tan solitario y falto de cariño como él, caería a los pies de una jovencita «simpática y agradable» como Valeria. Solo era cuestión de esperar un poco… Solo un poco.



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En el texto hay: hermanastros, amorodio, romance

Editado: 29.03.2021

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