Amor o codicia

Capítulo 4.

Vicente no dudó en regresar al trabajo el día siguiente y, después de que acabaron los nueve días de luto con respecto a su difunto padre, las cosas se volvieron monótonas para él. Toda la mañana y parte de la tarde se la pasaba en el trabajo, y después de comer se encerraba en la oficina para distraerse, fingiendo que hacía algo muy importante. Cuando comenzaba a oscurecer leía un poco el periódico o algún libro hasta las nueve de la noche, la hora de la cena. En el comedor platicaba un poco con Juliana o a veces con los chicos, pero una vez que terminaba de comer se despedía con educación y se iba a su habitación a dormir.

Estuvo más o menos dos semanas así, en irritable monotonía, hasta que una tarde en que limpiaba el archivero de los bichitos que salían del polvo, escuchó que alguien tocaba la puerta. Supuso que sería Martina, Ágata o la otra chica que también trabajaba allí pero que en ese momento no recordaba su nombre. Abrió la puerta y curiosamente no se sorprendió mucho de ver a Valeria allí.

La joven, por su parte, esperaba que su madre no insistiera en eso de seguir con el coqueteo, pues parecía que Vicente ya se estaba acostumbrando a la presencia de todos, pero sintió un gran desconcierto esa misma mañana cuando Juliana se acercó a ella y dijo que era tiempo de seguir con el plan. Se maldijo en la mente desde que su madre le avisó eso hasta tocar la puerta de la habitación donde estaba, pero una vez que ésta se abrió y su hermanastro quedó cara a cara con ella, puso una expresión llena de cortesía y bienestar. Él la miró con atención, alzando una ceja y preguntándose qué hacía allí.

—Hey.

—Buenas tardes.

La chica le mostró una sonrisa mientras imaginaba que lo lanzaba de un precipicio.

—Últimamente has estado muy solo.

—Esperaba que ya te hubieras dado cuenta de que soy un hombre solitario.

—Qué raro —rodó los ojos— que seas así. Mejor te hubieras quedado solo en tu depar… —Se interrumpió a sí misma al darse cuenta de la estupidez que acababa de cometer. «Si la mansión es de él, ¡qué idiota soy!». Antes de que le respondiera algo, y estuvo a punto de hacerlo, se adelantó—. Bueno, como sea, no vengo a hablar de esto, vengo por otra cosa, ven conmigo. —Lo tomó de la mano e hizo un ademán para que la siguiera. Vicente alzó una ceja sin comprender.

—¿Qué es lo que buscas? —Preguntó mientras bajaban las escaleras.

—Como dije, has estado terriblemente oculto en tu soledad y tus papeles, necesitas distraerte. —Lo soltó de la mano en cuanto llegaron a la sala de estar—. Así que estaba pensando en…

—¿En? —La interrumpió.

—¡En ver una película! —Aplaudió un poco—. Necesitas un poco de distracción, si no vas a terminar suicidándote.

Vicente frunció el entrecejo.

—Estoy ocupado —dijo con sequedad.

—Vamos, solo una película y ya… —Se dirigió hacia el estante donde estaban los DVD’s y eligió uno de terror. Se imaginó que ese tipo de filmes eran los que le gustaban a causa de su aspecto lúgubre, ¡no se imaginaba qué tan lejos estaba de la realidad!

—No quiero ver ninguna película.

—Una y ya… Si no jamás te dejaré en paz.

—Está bien —dijo con pesadez mientras se preguntaba por qué la chica lo buscaba tanto. ¿Era una figura fraternal para ella? De seguro que no, ya tenía a Flavio. ¿Entonces estaba allí porque su madre la enviaba? Era lo más probable, pero la pregunta era para qué. Mientras él cavilaba todo esto, la chica puso la película y le indicó que se sentara.

Vicente pensó que tal vez no estaba mal un poco de distracción, así que se sentó sin protestar, pero al ver que la muy méndiga puso una película de demonios, poseídos y espectros, se arrepintió, pues él nunca fue fan de ese tipo de filmes. Valeria, por su parte, había visto esa película un montón de veces con Flavio, así que su atención se enfocó por completo en su hermanastro. Se pasó las dos horas viéndolo con discreción y aguantándose la risa, pues las expresiones corporales de Vicente le parecieron muy graciosas. El hombre se la pasó tenso todo el tiempo, sudando frío y reprimiendo sus exclamaciones llenas de terror por vergüenza de que la joven lo escuchara. Valeria hasta tuvo que morderse el dedo índice para no carcajearse ahí mismo. Al terminar la cinta, la chica la quitó  y lo volteó a ver.

—¿Te gustó la película?

—No. —¿Para qué mentir?

—¿Por qué no? Tuvo un buen final.

—No me gustó… Pero se ve que tú sí disfrutaste mucho, ¿qué tanto te divertiste?

—No sé de qué estás hablando. —Se hizo tonta.

—Toda la película te la pasaste burlándote de mí y aguantándote la risa, no digas que no porque sí me di cuenta —dijo con tono neutral.

Valeria lo miró con seriedad y trató de seguir con ese semblante pero no pudo, pues en seguida comenzó a reírse con fuerza.

—Es que… —Tomó aire—. Hubieras visto tu cara. —Siguió riendo—. ¡Fue épica!

—Muy gracioso —dijo sarcástico.

—En verdad lo fue. —Se carcajeó con fuerza. Incluso se sentó y se agarró el estómago—. Ay, no puedo con eso. —Hizo el intento de tomar aire pero no podía dejar de reír.




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