El domingo, muy temprano, Valeria estaba profundamente dormida cuando Vicente se dispuso a ir a su habitación. Aún seguía molesto, por supuesto, pero no tanto como hacía algunas horas. El día anterior fue a casa de su compañero, al igual que todos los demás, pero aproximadamente a las nueve y media les avisaron que la reunión se pospondría para la siguiente semana. Vicente había querido regresar a casa más temprano, pero los demás lo convencieron de quedarse a pasar el rato. Terminó aceptando y convivió algunas horas, pero a la una y media decidió regresar a su casa.
Cuál fue su sorpresa que al llegar, vio un montón de coches estacionados fuera de la mansión. La reja se abrió automáticamente cuando él entró con su auto y al acercarse más y más comenzó a escuchar la música cada vez más fuerte. En su mente iba maldiciendo a Valeria, enojadísimo por su atrevimiento, pero terminó de encolerizarse al llegar a su sala de estar y ver a un montón de jóvenes en estado de ebriedad, casi desnudos, las botellas carísimas y finas que guardaba su padre todas destrozadas y/o vacías, el jarrón, que le había regalado su padre a su mamá en un aniversario, roto, y lo peor: ¡una mancha de vómito en la alfombra! Tomó a un chico de la camisa y le ordenó que le dijera dónde estaba Valeria. El chico no dijo nada, solo señaló la puerta de la habitación oscura donde nadie había entrado en mucho tiempo hasta ese momento. Y para colmo, cuando abrió la puerta se encontró a la señorita —engendro malévolo número uno en esos momentos— a punto de tener relaciones con un tipo igual de ebrio que ella. ¡Qué osadía el hacer eso en una casa que no era de ella!
Vicente tocó la puerta de la habitación que ocupaba Valeria. Al no recibir respuesta, tocó más fuerte, pero al ver que tampoco contestaba, decidió entrar, no fuera que le hubiera dado a la chica una congestión alcohólica o algo por el estilo. Para su alivio, ella sólo estaba dormida. Vicente se acercó a ella y comenzó a agitarla del hombro, a lo que obtuvo por respuesta un quejido.
—Valeria, despierta.
La chica abrió los ojos con lentitud y colocó una mano en su cabeza, ¡le dolía demasiado! Fue recordando poco a poco lo que pasó la noche anterior y cuando su mirada se enfocó completamente en Vicente, se sintió muy avergonzada. Ella no quería que las cosas hubieran terminado así, solo quería convivir un rato con sus excompañeros, eso era todo, no quería causar tanto desastre, pero la cosa se arruinó desde el principio, desde que decidió abrir las botellas de su padrastro muerto. No pensó bien sus actos y ahora estaban las consecuencias.
—Vicente…
—No digas nada, muchachita irresponsable. ¿Qué te creíste? Esta no es tu casa —recalcó—. Y aunque lo fuera, ¿crees que tu madre estaría feliz de verte en el estado en que te encontré ayer?
—No. —Bajó la mirada.
—Y la pregunta del millón, ¿acaso pensabas que ibas a arreglar todo ese desastre el día de hoy antes de que yo llegara…? Veme a los ojos cuando te hable.
Ella lo miró a los ojos y tragó grueso.
—Lo siento, yo… no pensé que…
—Exactamente, ¡no pensaste tus actos! Yo a tu edad, si bien no era tan responsable, al menos sabía diferenciar un acto imprudente y estúpido de uno que no lo es.
—Sí, yo…
—Eso no es todo —la interrumpió—. Ya me di cuenta de que no están ni Martina ni las chicas, no sé a dónde las mandaste pero no me importa en estos momentos, así que tú vas a limpiar todo el desastre antes de que llegue tu madre, ¿entendido?
—Sí.
—Y quiero que esa mancha de vómito desaparezca por completo de mi preciada alfombra.
—Sí. —Volvió a asentir, esta vez con asco. Maldito estúpido el que vomitó en la alfombra pero más ella, que no lo obligó a limpiar el desastre en el momento.
—Y no creas que te has salvado de la regañiza de tu vida, cuando llegue tu madre, le contaré todo.
—No, por favor —suplicó—. No volverá a pasar y limpiaré todo muy bien. —Junto sus manos—. No le digas a mi madre.
—No te vas a salvar de eso, mañana mismo ella sabrá todo. En realidad no tengo idea si te regañe o no, pero es mi deber decirle.
La chica suspiró con fuerza.
—Sí lo hará, así que no te preocupes… Oye…
—¿Qué?
—¿Tienes algo para el dolor de cabeza?
Hubo un momento de silencio.
—Sí, ven conmigo.
Después de tomarse un analgésico y una taza de café negro, Valeria se la pasó limpiando todo el día, arreglando el desastre que habían hecho los otros chicos. Vicente de vez en cuando iba a revisar lo que hacía y no pudo evitar sonreír con ironía al verla con los útiles de limpieza, haciendo un gran esfuerzo para quitar la mancha de vómito.
—¿Te gusta lo que ves? —Preguntó la chica al terminar de limpiar la jodida mancha gigante mientras se recostaba con pose sensual en el sillón. Todavía llevaba su camisón de dormir puesto, aquel que era muy corto y se transparentaba un poco.
—No te mentiré, así que sí —reconoció el hombre. Ella alzó una ceja y relamió sus labios—. En verdad me gusta verte haciendo algo útil de vez en cuando —agregó con diversión oculta.