Después de algunos días de convivir con Abigail, Vicente se dio cuenta de que la joven le agradaba mucho más de lo que creyó al principio. No supo con exactitud cómo pasó pero más o menos tres semanas después de que la rubia se incorporó al equipo de trabajo, ambos quedaron un fin de semana para salir a algún lugar bonito y llegar a conocerse más. En realidad ella fue la que sacó el tema y le preguntó si quería salir a algún lado, claro que el tono que usó fue como si le hubiera dicho a un amigo, y él aceptó gustoso. Ninguno de los dos mencionó la palabra «cita», aunque Germán juraba y perjuraba que era una.
En seguida que Vicente le dijo a su «amigo», nada más como un simple comentario, que saldría con Abigail, se arrepintió, pues el hombre lo estuvo molesta y molesta con lo mismo, diciendo cosas como: «¿Pero por qué te invitó a ti? Si eres tan raro », «Rodríguez está mejor que tú… No me malinterpretes, pero entre hombres también se reconoce quién está mejor o peor que uno» o «a lo mejor ya se enteró que tienes mucho dinero y que solo estás aquí para matar el tiempo». Cuando Vicente se hartaba de ese tipo de comentarios, él también le contestaba.
—Cállate ya, métete en tus asuntos y saca a pasear a tus hijos.
—Ni que fueran perros para que los saque a pasear. —Se quedó pensando—. Aunque no me creas, a veces me dan ganas de ponerles correas de tan inquietos… No le digas a María Eugenia que te dije esto.
—No, pero ya cállate.
El sábado de esa semana, aproximadamente a las seis de la tarde, Vicente se estaba terminando de arreglar. Estaba usando ropa casual porque había acordado con Abigail no llevar nada formal. En el momento en que se encontraba perfumándose, Valeria entró a su habitación con semblante feliz. Ya era una mala costumbre que tenía pero el joven no la detuvo desde el principio, así que, como no le quedó de otra, ya se estaba acostumbrando a esa situación.
—Hola —saludó sin que su expresión de alegría se le quitara del rostro. En seguida se sentó en la cama.
—Hola. —Dejó el perfume en el tocador y volteó a verla.
—¿Qué crees?
—¿Qué?
—¡Adivina!
Vicente se quedó pensando, o mejor dicho, fingió hacerlo porque nunca le había gustado el juego del «adivina» y no se quebraría el cerebro tratando de pronosticar algo que no era de su incumbencia.
—No sé —dijo después de algunos segundos.
—Trata.
Verla en ese estado lo hizo sonreír un poco. Al parecer ya había olvidado por completo a ese chico que la había lastimado, suponía que era ese tal Diego pero no estaba cien por ciento seguro.
—Pues… De seguro los extraterrestres están atacando el Planeta Arcoíris de los unicornios mágicos y únicamente los gnomos-duende del Mundo Cariñoso son los encargados de salvarlos.
Valeria empezó a reír.
—Casi atinaste —siguió riendo—, pero no.
—¿Qué es?
—¡Pasé el examen de la universidad! —Chilló emocionada. Ya le había comentado a su mamá, a su hermano, a sus amigas, que no les había hablado desde el día del cine pero la tentación le ganó y quiso platicarles la buena noticia, a las sirvientas y a la cocinera, pero estaba tan emocionada que quería contarles a todos sus conocidos. En seguida se acercó y le dio un fuerte abrazo.
—Genial, ¡muchas felicidades! —Dijo él con sinceridad. Correspondió el abrazo y le dio dos palmaditas.
La chica se alejó de él y, por primera vez desde que llegó a la habitación, lo miró detenidamente. No estaba acostumbrada a verlo con ropa casual, siempre formal y con colores oscuros, pero ese día llevaba un pantalón de mezclilla y una camisa azul cielo de manga larga. Le pareció extraño pero no le desagradó.
—Al rato voy a festejar con mi mamá y Flavio, saldremos a cenar, ¿quieres venir?
—Me encantaría pero ya tengo un compromiso. Lo siento.
—No te preocupes. —Volteó a ver la habitación con un gesto distraído. Luego se levantó—. No te quito más el tiempo, hasta luego.
—Hasta luego.
—Pásala bien, Vicentito.
Vicente alzó una ceja al oír ese diminutivo; nunca le habían gustado, ni mucho menos los apodos pero no le comentó nada, no quería arruinar su buen humor con una observación que ni al caso, y al menos, para sus oídos, «Vicentito» sonaba mejor que «Chente», como solía llamarlo su primo Román para hacerlo enojar cuando eran niños.
—Igualmente, Valeria.
Después de hablar con la chica, se fue en su auto hacia el café donde acordó ir con Abigail. En cuanto llegó, decidió sentarse en un lugar apartado y fresco. En seguida una mesera apareció y le extendió la carta pero él le dijo que esperaba a alguien. La chica sonrió y dijo que regresaba en un rato. Unos minutos después, vio a Abigail llegar. La chica llevaba puesto unos jeans, una blusa roja y unos zapatos bajos del mismo color, además su maquillaje era muy ligero. No pudo evitar pensar que, en todo sentido, era muy contraria a Valeria: en personalidad, forma de vestir, manera de hablar, aspecto físico, ¡en todo! Sacudió su cabeza para quitarse esos pensamientos, pues no estaba bien comparar a las personas. En seguida agitó su mano para llamar su atención. Abigail lo localizó con su mirada, sonrió y se acercó a él con rapidez.