Aproximadamente a las diez de la mañana, Vicente se despertó. Abrió los ojos con lentitud y se sentó en la cama con la mente en blanco. Se sentía fatigado, le dolía la cabeza y tenía náuseas. Pero lo peor vino cuando comenzó a recordar lo que sucedió esa madrugada. Recordó cuando la chica volvió a besarlo y, todavía peor, cuando él mismo volvió ese beso más apasionado. No pudo evitar ruborizarse hasta las orejas cuando se acordó de que él fue el que metió su lengua en la boca de Valeria. «¡¿Pero qué carajos hice?!» pensó, entre preocupado y avergonzado. Aparte de la resaca, ese era el motivo por el cual no le gustaba ingerir alcohol y lo evitaba cada vez que podía, pues siempre que bebía de más terminaba involucrado en situaciones vergonzosas y nada favorables para él. Era de ese tipo de bebedores que perdían la razón y el decoro, en especial con las mujeres.
Recordó la vez en que fue a una fiesta en la universidad donde hubo grandes cantidades de alcohol y terminó acostándose con la novia de un compañero con el cual tomaba varias materias. Fue demasiado bochornoso pero nadie más se enteró, así que acordaron guardar el secreto, aunque eso no quitó nunca su sentimiento de culpa cada vez que veía al chico. La situación que estaba viviendo también era infame desde su propio punto de vista, sintió que, de alguna forma, se había aprovechado de Valeria… Lo único bueno de todo el asunto fue que no se le ocurrió participar en el concurso de eructos y flatulencias, si no estaba segurísimo de que Germán lo chantajearía con eso durante mucho tiempo.
Puso las manos en su cabeza, «¿qué puedo hacer?» pensó. No había nadie a quién pedirle consejo, pues no tenía la confianza suficiente para comentarle a su primo y ni loco le comentaría a Germán acerca de eso. De la nada, se preguntó qué era lo que estaría pasando por la mentecita retorcida de Valeria. «¿Quién sabe?».
Suspiró con fuerza y bajó a la cocina para pedirle a Martina que le preparara un café. Para su suerte, cuando llegó a su destino solo se encontraba la señora amable y rechoncha.
—Buenos días, Martina.
—Buenos días, Vicente… ¿Qué te pasó? —Preguntó al verlo en el estado en que se encontraba.
—No quiero hablar de eso… ¿Podrías hacerme un café, por favor?
—Está bien —sonrió un poco y comenzó a preparar el café.
Vicente volvió a quedarse sumido en sus pensamientos pero una melodiosa voz lo interrumpió abruptamente.
—Buenos días…
—Buenos días —respondió Martina.
«¡¿Por qué?!» pensó Vicente conmocionado. La castaña se sentó justo enfrente de él y lo miró a los ojos con atención.
—He dicho buenos días, Vicente —dijo mientras una sonrisa entre cruel e inocente se formaba en sus labios.
—Buenos días —respondió y desvió la mirada con rapidez.
Valeria no podía coquetearle descaradamente, pues ahí se encontraba Martina, pero podía hacerlo de forma sutil. Comenzó a contarle una anécdota graciosa acerca de algo que le pasó cuando estudiaba el bachillerato y aprovechó esa situación al máximo.
—Vicente… —Se detuvo de repente—. Me has dicho que cuando una persona te habla, mínimo debes mirarla a los ojos, si no es de mala educación.
—Claro. —Volteó a verla, visiblemente incómodo—. Continúa.
—Bueno, como te estaba diciendo, no supe cómo pasó pero Marisa…
Vicente dejó de prestarle atención y se quedó sumido en sus pensamientos. Sin darse cuenta, bajó de nuevo su mirada en lo que ella parloteaba acerca de lo que había vivido con sus amigas. Valeria volvió a llamar su atención y él volvió a mirarla. Estuvieron un rato así, hasta que Martina le sirvió el café y preguntó si no querían algo más. Al responder que no, la cocinera se fue y los dejó solos, cosa que fue un alivio tanto para uno como para el otro.
—Entonces no sé bien cómo sucedió pero Gisela…
—Valeria —la interrumpió. La chica calló por completo y lo miró con fijeza, alzando una ceja—. Tenemos que hablar.
—No sé si no te has dado cuenta pero estamos hablando, Vicente.
—Me refiero a… lo de ayer. —Soltó al fin. Estaba nervioso y no podía disimularlo.
— Bien — respondió ella pero no dijo nada más, esperó a que él comenzara.
—No sé qué fue lo que me pasó —mintió—, pero estate segura de que no volverá a pasar; siento haber actuado de esa manera tan… —Trató de pensar en la palabra correcta—. Deshonrada. —Agregó con cierto tono de duda, preguntándose si su expresión tenía que ver o no con la situación.
—No tienes porqué disculparte.
—Claro que sí, no fue moralmente correcto.
—Vicente —rio ligeramente—, tú sabes que no me guío mucho por la moral.
—Yo… —La miró, apenado—. Valeria, no se volverá a repetir.
Ella colocó su mano encima de la de él.
—No digas eso, Vicente, eres cruel al tratar de matar así mis ilusiones.
La miró con atención, tratando de buscar una respuesta lógica a toda esa situación.
—¿Por qué? —Apartó su mano bruscamente de la de ella—. ¿Por qué haces esto?