El día siguiente, lunes, Vicente se la pasó aún más distraído en su trabajo. Ni siquiera había ido por su auto el domingo, así que tuvo que irse en taxi y pasar por el vehículo después del trabajo. Germán bromeaba continuamente, diciéndole que los extraterrestres le robaron su cerebro pero ni siquiera tenía ánimos para contestar las insultantes bromas. Desde antes de llegar a la mansión, pensó con decisión en arrancar de raíz las intenciones de Valeria y terminar de una vez con esas insólitas circunstancias, pero sus planes se fueron a caño al llegar a la mansión, entrar a su oficina y ver a la hermosa castaña sentada en su silla de escritorio rodante, con las piernas cruzadas y usando un sensual y elegante vestido rojo. Aunque era impropio usar un vestido de noche a esas horas, no pudo evitar pensar en lo atractiva que se veía.
—¿Qué haces aquí?
—Sabía que más o menos llegarías a esta hora —sonrió con sus carnosos labios pintados de carmín.
Vicente, sin dejar de verla, colocó su portafolio en el suelo y trató de recordar, sin mucho éxito, todo lo que había planeado decirle.
—Mira, tú no tienes nada que estar haciendo aquí pero ya que estás, tengo que decirte que…
—¿Qué? —Lo interrumpió y caminó hacia él con paso lento.
—Que… —Comenzó a alejarse un poco. Sus nervios aumentaban cada vez más y era muy notorio, pues empezó a desviar su mirada hacia uno de los archiveros, a juguetear con los botones de su camisa, a tratar de zafarse la corbata y a respirar con pesadez. Aunque Valeria representaba todo lo que no le gustaba en una mujer que veía como pareja, su corazón palpitaba rápidamente y no podía evitarlo por más que quisiera.
—No estés nervioso. —Se acercó aún más y rodeó su cuello con sus brazos—. Yo no muerdo… no mucho — sonrió con picardía.
—Tú estabas enamorada de otro chico, ¿cómo se llama? ¿Dylan? ¿Diego? —dijo, tratando de alejarla en vano.
—Exactamente, estaba —recalcó—, tiempo pasado. Pero ese traidor ya no me importa.
—¿Y tratas de olvidarlo jugando conmigo? —Frunció el entrecejo mientras se hacía para atrás. Sin darse cuenta terminó chocando contra la pared. Estaba acorralado, literalmente.
—He dicho que Diego ya no me importa, tú no tienes que ver él… pero he de decirte que has sido muy simpático y amable conmigo. —Se pegó aún más a su cuerpo—. Siempre me has parecido lindo —mintió. En seguida se relamió los labios y le susurró—. ¿Ya te he dicho que me encantan tus ojos?
Vicente comenzó a sudar, ¿por qué tenía que pasarle eso a él? Se sentía entre la espada y la pared. Perversa Valeria que conseguía ser su espada, y no cualquiera, sino una muy filosa.
—Quítate —ordenó en su intento desesperado por alejarla de allí.
—Está bien, pero antes necesito que me respondas algo.
—¿Qué quieres saber?
—¿Te gusto?
Vicente se quedó callado unos segundos.
—No —respondió finalmente.
—¿Seguro?
—Sí.
Valeria negó con la cabeza y Vicente notó que en ningún momento dejó de sonreír.
—Mentiroso —canturreó—. Yo sé que te gusto, tanto como tú a mí.
—Eso no es cierto. —La empujó ligeramente—. Ni yo te gusto ni tú me gustas.
—¿Ah, no? —Acercó su rostro al de él hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de distancia. Vicente entrecerró los ojos y trató de pensar con coherencia, cosa que no logró—. Te dije que no estés nervioso, Vicente —susurró acercándose aún más—. No voy a lastimarte —sonrió burlona.
Posó lentamente sus labios en los de Vicente y en una acción impropia de él, pues normalmente acostumbraba a pensar sus actos, le correspondió. Esta vez no tendría la excusa de echarle la culpa al alcohol. La chica rodeó su cuello con más fuerza y él posó una de sus manos en la nuca de Valeria, acariciando su cabello de cuando en cuando; la otra mano la posó en su cintura y la atrajo más hacia él. En un momento, la joven mordió ligeramente el labio inferior de Vicente y él no pudo evitar soltar un pequeño gemido. Era inútil tratar de decirse a sí mismo que Valeria no le gustaba, por supuesto que le gustaba, ¡y mucho! Ya no se iba a empeñar en negar lo evidente, pero el problema no solo se quedaba allí, temía que las cosas se salieran aún más de control. Cuando se separaron, se vieron directo a los ojos.
—¿Entonces qué opinas? —Quitó sus brazos de su cuello.
—Valeria… —La miró a los ojos—. Sí me gustas —aceptó—, pero no podemos seguir con esto.
—¿Por qué no? —Su tono de voz se endureció—. ¿Por qué siempre te pones a pensar en todo? Por una vez deberías hacerle caso a tus emociones y no a tu cerebro —lo reprimió.
—Piensa en tu madre.
—Mi madre no tiene nada que ver con esto. —En seguida que dijo esto, se sintió un poco vil, pero continuó fingiendo—. Además no tiene por qué enterarse.
—Valeria, sal, por favor. —Casi suplicó—. Necesito estar solo.
—¡No, Vicente! —Exclamó—. ¿Por qué no quieres que esté contigo?
—Porque no. Vete.