Después de ir con Germán a entregar unos papeles a otro centro de trabajo por órdenes de su jefe Alberto, Vicente comprobó, con alivio, que aún había tiempo de regresar a la mansión para arreglarse mejor. Le marcó a Valeria para preguntarle si ella estaba ahí, pues así tal vez se irían juntos hacia el restaurante, pero la chica le respondió que mejor se quedaban de ver allí, como habían quedado desde un principio, puesto que ella no estaba en casa.
Se dio una rápida ducha, se vistió con un traje formal y miró su reloj: marcaba veinte para las ocho. El restaurante no quedaba tan lejos pero pensó en irse de una vez para manejar con calma, además de que quería estar allí antes de que Valeria llegara, ¿si no qué impresión le daría a su amada?
Cuando llegó a Le Petite, eligió sentarse en un lugar fresco y un poco apartado de la demás gente y le indicó a un mesero que si una chica preguntaba por Vicente, la llevara donde él se encontraba. Mientras esperaba, comenzó a revisar su celular. No esperó mucho tiempo, pues exactamente a las ocho con cinco, el mesero se apareció junto con Valeria y la dirigió donde estaba sentado.
Vicente la miró con atención, se veía preciosa. Llevaba puesto un vestido azul rey con un diseño que era la mezcla perfecta entre elegante y sensual, las zapatillas eran del mismo color pero con un tacón pequeño, pues con zapatos bajos él apenas era seis centímetros más alto que ella; también llevaba el hermoso collar de diamantes que él le había regalado y los aretes que le hacían juego. Sus delicadas manos mostraban sus uñas arregladas y pintadas perfectamente con barniz azul, y su cabello color chocolate, que dejó suelto, se le veía más largo puesto que se lo había alaciado; también la maquillaron adecuadamente para que combinara con lo que llevaba puesto. Vicente se levantó para hacer el gesto caballeroso de mover la silla para que se sentara.
—Todo es muy bonito y elegante —comentó una vez que estuvo sentada—. Es nuevo, ¿verdad?
—Sí, no hace mucho fue inaugurado… —dijo él mientras se colocaba de nuevo en su silla—. Por cierto, te ves hermosa.
—Gracias, Vicente. Tú igual te ves muy bien.
En ese momento el mesero, que se había alejado un poco para darles privacidad, volvió a acercarse y tomó la orden de ambos. Vicente se limitó a pedir una ensalada de entrada, salmón a la plancha y una copa de champaña. Valeria no tenía mucha hambre pero no quería que pareciera que todavía tenía problemas de alimentación, porque ya no los tenía, así que pidió lo mismo que él. En lo que llegaba su orden, comenzaron a charlar.
—¿Qué hiciste el día de hoy? —Preguntó Valeria.
Él le contó a detalle lo que hizo desde la mañana hasta ese momento y Valeria lo escuchó con atención.
—Ahora dime, ¿qué hiciste tú?
—Amm, yo… No hice mucho. Desde temprano fui con mi mamá a un salón de belleza y algunas tiendas.
— ¿Con tu mamá? ¿No te preguntó para qué?
—Solo le dije que iba a salir con alguien. No preguntó más… No le dije que el hombre con el que saldría es el más maravilloso de todos. —Se dieron un pequeño beso—. Por cierto, espero que sí haya valido la pena ir a todos esos lugares.
—Por supuesto que valió la pena, mi amor, pero tú te ves hermosa de cualquier manera.
El corazón de Valeria comenzó a latir frenéticamente, ¿desde cuándo la llamaba “mi amor”? Siempre solía llamarla por su nombre, así que el oír salir de sus labios esa expresión romántica la hizo sentir emocionada. En ese momento llegó el mesero con los platillos y bebidas que le pidieron en una bandeja. Colocó todo cuidadosamente, les preguntó si no se les ofrecía nada más y, como dijeron que no, se excusó y los dejó solos.
Comenzaron a hablar acerca de todo, alguno que otro plan, actividades favoritas, recomendaciones de libros. En un momento en que se quedaron callados, Valeria recordó lo que había acordado con su madre. «Tengo que decirle, ¿pero cómo…? Vicente, tengo que hablar contigo de algo muy importante» comenzó a ensayar en su mente, «deberías poner a mi nombre tu mansión… ¡Agh! Eso sonó tan estúpido como interesado. Tal vez: oye, ya que estamos en una relación seria, ¿no sería correcto que yo también…? ¡No! O mejor: Vicente, sabes que mi familia y yo no contamos con nada, tu mansión es el único techo que tenemos… Sí, tal vez debería empezar con eso». Estuvo a punto de decir lo último que pensó e ir viendo cómo se desarrollaba la conversación, pero Vicente, que también se quedó cavilando acerca de algo importante, comenzó a hablar, alejando en ese momento todas las intenciones de ella.
—Valeria, tengo que decirte algo muy importante.
Ella lo miró con perplejidad.
—Dime, cariño.
—Tal vez sea demasiado pronto para decirte esto, y puedes decirme si te incomodo o no lo ves de esa forma, pero estoy muy enamorado de ti. —La miró con atención. Una expresión de incredulidad se formó en el rostro de la chica; ya lo sospechaba y obviamente sentía lo mismo, pero que Vicente se lo dijera en voz alta fue algo insólito para ella—. Te amo —continuó, sintiendo una turbación interior al pensar que quizás la joven no lo amaba tanto como él a ella, o que tal vez no fue el momento adecuado para decirle eso.
La chica, por su parte, sintió una mezcla de angustia, felicidad y tristeza. «Vicente me ama. Y yo que estuve a punto de decirle acerca de la mansión y él… él…realmente me ama». Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, sintiendo que la culpa que la había estado atormentando en la mañana y los días anteriores regresaba con más fuerza que nunca para acuchillarle el corazón. Él la miró con preocupación.