Como Flavio no lograba convencer a su madre de que lo que dijo no era una broma de mal gusto, como ella pensaba, le sugirió que mejor fuera y le preguntara a su hija. Juliana se dirigió a la habitación de la chica y Flavio la siguió. Al llegar, se sorprendieron de ver a Valeria recostada en su cama, llorando con amargura y abrazando un leoncito de peluche con fuerza. Juliana se acercó con preocupación y se sentó a su lado mientras Flavio quitaba la laptop de la cama y la colocaba en la mesita de noche.
—¿Qué te pasó, Valeria? —Preguntó, apartando los mechones de cabello de la cara de su hija.
—¡Mamá! —Sollozó con fuerza y abrazó aún más el peluche.
—¿Qué te pasa?
—Vicente sabe todo.
Juliana y Flavio se voltearon a ver con preocupación.
—¿A qué te refieres? —Se entrometió Flavio.
—¡Él sabe que todo fue una mentira! Que me acerqué por interés —lloriqueó.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! —Exclamaron Juliana y su hijo al mismo tiempo.
—No sé bien, creo que los escuchó hablar. —Tomó el pañuelo que le extendió Flavio y limpió su nariz enrojecida. Sus ojos comenzaban a hincharse y sus mejillas también estaban coloradas.
Juliana vio a su hijo con reprobación, como echándole la culpa de no fijarse que Vicente estaba cerca de ellos. El chico solo se encogió de hombros.
—¿Y qué te dijo? ¿Acaso quiere que nos vayamos esta misma noche? — Preguntó la señora, alarmada, imaginando que ese era el motivo por el cual lloraba.
—No dijo nada de eso pero…
—¿Pero? — Repitió con tono de duda.
—¡Pero me odia! ¡Mamá, Vicente me odia! —Volvió a sollozar con más fuerza—. Mamá, ¿por qué…? —De nuevo abrazó su peluche—. ¡Soy tan horrible y cruel! Se veía tan triste y decepcionado de mí, ¿qué puedo hacer? Él me odia y yo lo amo tanto…
En lo que Valeria lloraba, Juliana miró a su hijo con culpa por no haber creído sus palabras; después vio a Valeria y su culpa se acrecentó, pues en primera, ella la obligó a seducir a su hijastro y, en segunda, fueron sus expresiones duras las que escuchó el joven.
—Ya, ya, pequeña, no llores. —La abrazó con ternura y comenzó a acariciar sus cabellos. Valeria en seguida correspondió el gesto.
—Quiero morir…
—No digas eso, Vale, todo estará bien. —Con una mano palmeó su espalda con suavidad. Sabía muy bien lo que era sufrir por amor y el hecho de ver a su hija pasando esas situaciones solo por su causa, la hacía sentir una madre terrible. Con un gesto le indicó a su hijo que las dejara solas por un momento. El chico obedeció y salió sin hacer ruido—. ¿Por qué no me comentaste nada?
—Porque creí que no lo aprobarías y… y… no quería que te sintieras decepcionada de mí.
—¿Por qué iba a sentirme así? —La dejó de abrazar y la miró a los ojos.
—Por… Porque tú no quieres habladurías, además yo quería que tú te sintieras orgullosa de mí y pensé que si te decía, te molestarías y… y… —Volvió a soltarse en llanto.
—Shhh, ya, calma. —Volvió a abrazarla—. Yo siempre estaré orgullosa de ti, mi pequeña, siempre, nunca lo dudes.
—¿Qué hago, mamá? —Preguntó luego de un rato—. ¿Qué puedo hacer para que Vicente me perdone?
Juliana, por más que pensó, no supo qué contestarle, así que se limitó en seguir abrazándola y diciéndole palabras llenas de cariño y consuelo.
***
El resto de la semana, Vicente estuvo evitando encontrarse con Valeria y su familia. Comenzó a desayunar más temprano, le pedía a Ágata que le llevara la comida a la oficina y cenaba mucho más tarde. Las muchachas y Martina también se enteraron de la farsa y, aunque no comentaron nada con Vicente, se la pasaron hablando entre ellas acerca de todo. Ágata y Martina se pusieron en contra de Juliana y sus dos hijos. Una tarde en que estaban platicando en la cocina, surgió ese tema.
—¡Qué mala onda! Pobre Vicente, él que ha sido tan bueno con todas nosotras y mucho más con ella —dijo Ágata.
—Sí, es igual de falsa que su madre —murmuró Martina—. Además no sé por qué siguen aquí, ya deberían largarse.
—Pero… Pobrecita —comentó Carmela—, se ve muy arrepentida y triste, además parece que sí lo quiere, y no tienen donde quedarse.
—Solo está fingiendo, a mí los chicos no se me hacían tan avaros, pero me equivoqué, son iguales a su madre —dijo la cocinera—. Me caen mal, que vayan encontrando otro lugar.
—¡Sí! ¡Qué miserables! Y esa Valeria es como una prostituta pero peor, porque además es mentirosa y falsa…
En ese momento Ágata se calló porque Flavio entró junto con su hermana a la cocina. El chico la fulminó con la mirada pero Valeria lucía cabizbaja, parecía como si no hubiera escuchado nada.
—Martina, por favor —dijo con hipocresía—, sírvenos un café.
—Sírvetelo tú.
—Joder… —murmuró—. Quítate —le ordenó.
Nadie dijo nada y las sirvientas salieron con rapidez para hacer sus deberes. Una vez que tuvieron su taza de café en las manos, Flavio se llevó a su hermana de la mano y la dirigió a la sala.