El siguiente lunes, en el trabajo, Vicente tuvo que soportar los comentarios y preguntas de Germán.
—Oye, ¿no me vas a decir qué te pasa? Parece como si tu primo te haya quitado tu compañía, o como si hubieran entrado a robar a tu casa.
—Nada de eso.
—¿Entonces?
—No tengo nada.
—Y yo soy la reina del mundo…
Vicente no le respondió.
—De seguro que estás así porque te hace falta tener sexo… Si quieres luego te paso una amiguita que tengo por allí, ya no salgo con ella porque le gustan los regalos caros pero tú sí puedes con eso; no es muy guapa pero no está tan mal…
Vicente siguió sin hacerle caso pero lo que sí ya no pudo ignorar fue cuando Germán puso una canción de banda que trataba de desamor.
—Ay, no, quítame eso.
—¿Por qué?
—Sabes que no me gusta ese género.
—Tú no sabes nada de música —se quejó y subió el volumen.
Vicente salió un rato para no escuchar y se encontró con su amiga rubia. De hecho chocaron y ella tiró el montonal de papeles que llevaba cargando.
—Hola, Vicente.
—Hola —dijo mientras le ayudaba a recoger los papeles.
—Oye, ¿qué tienes? Has estado muy desanimado desde hace como una semana y no quieres decirme nada.
—No es nada —respondió cabizbajo.
—Dime… ¿Sucedió algo con Valeria? —Le susurró.
Él suspiró con pesadez mientras le daba todos los folders.
—No puedo contarte aquí.
—Bueno, estaría bien que después del trabajo fuéramos a tomar un café, ¿te parece?
—Está bien —aceptó, sonriéndole levemente.
Al final decidieron encontrarse en el café donde solían ir, a las ocho. Vicente le terminó por contar que se enteró de la farsa y, posteriormente, las palabras que le dijo Valeria.
—No me lo esperaba —comentó ella después de haberlo escuchado con atención.
—Ni yo… Fui un imbécil.
—Claro que no, solo estabas muy enamorado.
—Es lo mismo… Y lo peor es que lo sigo estando.
—Pero al parecer ella sí te quiere, por lo que me comentaste, parece que se enamoró de ti.
—Sí pero… Traicionó mi confianza.
—Pero al principio no te amaba, cuando se enamoró de ti ya no buscó hacerte daño, ¿o sí?
—Pues no, de hecho eso fue lo único… Pero con esto bastó. —Frunció el entrecejo—. Ahora que lo pienso detenidamente, comienzo a entender algunos de sus comportamientos. Las últimas veces que estuve con ella la noté rara, se quedaba absorta en sus pensamientos o parecía sentirse mal por algo… Ahora comprendo el porqué.
—Era la culpa, que no la dejaba estar tranquila.
—Sí, eso creo. —Le dio un sorbo a su taza de café.
—Tal vez deberías perdonarla.
—No podría, me decepcionó mucho.
—Vicente, amar a una persona significa querer estar toda tu vida con ella, y eso significa saber perdonar sus deslices e ir sorteando, juntos, los obstáculos que se presenten. Claro que hay de errores a errores, pero pon una balanza, ¿estás dispuesto a mandar todo al caño solo por eso?, ¿o a seguir luchando por lo que tuvieron y podrán tener?
—¿Y si ya no funciona?
—No sabrás a menos que lo intentes.
Vicente volvió a dar otro sorbo y se quedó pensativo.
—¿Rodríguez sabe que estás aquí? —Cambió de tema.
—Sí, le dije.
— Y no se puso celoso?
—Si lo hizo, no me lo demostró —rio un poco—. Ay, Vicente. —Se acercó para abrazarlo—. Por favor, piensa en lo que te dije.
—Lo haré —correspondió el abrazo.
***
Al llegar a la mansión, le dijo a Martina que no cenaría nada. La señora se excusó y se fue a dormir, y él subió las escaleras. Pensó en ir a su cuarto pero antes de hacerlo, tuvo una idea descabellada. Fue a la antigua habitación de Valeria, encendió la luz y observó con detenimiento todo lo que dejó la chica. «No se llevó mucho» pensó. La habitación no se veía tan vacía como creyó que estaría. Le echó un vistazo a todo mientras caminaba por allí con lentitud. Vio a todos los peluches amontonados en la cama y se acercó para buscar al león que le regaló pero no lo encontró. «Se lo llevó con ella» sin darse cuenta, sonrió. Las paredes tenían algunos posters de cantantes y en el suelo estaban revistas juveniles y algunas novelas clásicas. Se acercó al tocador, donde se encontraban pocos perfumes y productos de maquillaje, pero lo que llamó su atención fueron todas las joyas que él le había regalado, acomodadas cuidadosamente encima del mueble junto con una notita que decía: