Amor o codicia

Capítulo 29.

 

Semanas después, una noche en que Vicente se encontraba jugando con Coco, le llegó un mensaje que lo dejó contrariado y confundido. Estaba acariciando a la gatita mientras ésta lo mordía, cuando su celular vibró ligeramente. Ignoró a Coco, tomó el aparato y vio en mensaje.

 

Vicente, solamente te informo que mañana a las once sale nuestro camión de la central para irnos. Te aviso por si quieres despedirte. Soy Flavio.

 

«¿Apoco Flavio tenía mi número? ¿Y a dónde se van…? De seguro ya se van para acomodarse en su departamento… No recordaba que las vacaciones ya van a terminar. ¿Pero por qué me manda esto?, no es que yo quiera despedirme» pensó con duda. «Además tampoco es que yo pueda ir, mañana es viernes, tengo que ir a trabajar». En ese momento Coco se acurrucó junto a él e inconscientemente, acarició el lomo del animalito. La gata comenzó a ronronear.

—Coco, ¿qué debo hacer? —Preguntó sin dejar de acariciarla.

Al día siguiente, en el trabajo, Vicente se encontró con Abigail y le comentó acerca del mensaje.

—Entonces ya se va.

—Ya.

—¿Y no irás a despedirte?

—No, no soy mucho de despedidas, además no tengo nada que decirle.

—¿Seguro?

—Sí.

Abigail suspiró.

—Está bien, ¿pero estás consciente de que la perderás para siempre si se va y no le dices nada?

Vicente no le respondió.

— Mira, no es que no te haya querido, pero es joven, bonita, irá a la universidad, conocerá muchas personas y te superará en poco tiempo…

—Estoy consciente, Abigail

—Bueno —siguió, ignorándolo—, eso es lo que creo, he visto casos así, por decir mi prima estaba enamoradísima de su novio, pero él la dejó cuando cumplieron un año de noviazgo. Ella estaba súper triste, lloraba mucho, no comía, etcétera. El caso es que le dijimos que se dejara sus dramas de adolescente y que saliera a conocer gente, y en menos de un mes era la misma de siempre, igual de pesada y alegre, y al tipo ni lo voltea a ver… Creo que lo odia…

—¿Por qué me dices eso?

—Bueno, me parece que tú dijiste que ya estabas consciente de todo. —Frunció el entrecejo.

—Sí, lo estoy.

—¿Y por qué te molesta que te lo repita?

—Porque sí. —Se dio la media vuelta y se alejó.

Abigail rodó los ojos y siguió en lo suyo.

Vicente, por su parte, se fue a encerrar en su cubículo y una vez allí, miró el reloj que Valeria le regaló, el cual seguía usando porque era elegante y combinaba con sus trajes —y, aunque no lo admitiera, seguía teniendo valor sentimental para él—, y vio que marcaba cuarto para las diez. «Aún no se va». En ese momento, su mirada se enfocó en una foto que colocó en el escritorio hacía algún tiempo; era de él cuando era pequeño, junto con sus papás. Se sentó para contemplar la imagen y sonrió, pues recordaba a la perfección el día en que tomaron esa foto, fue en un cumpleaños de Facundo; vio con detención a su padre y recordó las palabras que una vez dijo a Valeria: Los rencores no te dejan aprovechar tu vida al máximo… Solo se vive una vez… Dejé que ese rencor me fuera separando de él… Hay que saber perdonar… «Además hice una promesa».

En ese momento se levantó con rapidez y se dirigió a la oficina de su jefe. Alberto se encontraba hablando con Germán pero no le importó interrumpir la conversación.

—Jefe, ¿me daría permiso de salir…?

El señor y Germán lo miraron con una mezcla de extrañeza y asombro.

—¿Tardarás mucho?

—Tal vez.

—¿A dónde vas? —Preguntó Germán, pero los dos lo ignoraron.

Alberto frunció el entrecejo.

—¿Es cuestión de vida o muerte? —Alberto lo miró con fijeza.

—Sí.

—¿Qué es? —Insistió Germán.

—No te creo —expresó su jefe—, no luces tan desesperado, pero si no te doy el permiso, ¿aún te irías?

—Sí —respondió, decidido.

—¡Dimeeeee! —Pidió Germán.

—Entonces vete, Vicente, pero trata de no tardar —indicó Alberto.

—Haré lo que pueda, ¡gracias!

Sin decir más, salió corriendo. Abigail, que estaba cerca de allí, lo vio pasar.

—¡¿Irás?! —Le gritó.

—¡Sí!

—¡Éxito!

Rodrigo se acercó a ella con lentitud.

—¿A dónde va? —Preguntó con curiosidad.

—No puedo decirte mucho, pero tiene que ir con el amor de su vida.

—Él… ¿Tiene pareja?

—Sí, ¿qué tiene?

—No, nada.

—Dime.

—No es nada.




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