Ana entró a la oficina de la inmobiliaria y como todas las mañanas tomó las carpetas para ver las citas del día, los clientes que tendría que atender, entonces leyó un nombre: Finn O'Connell y sintió que el mundo se le venía encima.
Era imposible, debía ser alguien más con el mismo nombre, no podía ser.
-Ana querida, ¿estás bien? – preguntó Helena, su jefa.
-No, sí, sólo estoy un poco mareada...
-Seguramente porque estás cansada y no has desayunado de nuevo...siéntate , estás blanca como el papel.
-Sí, sí...-respondió como una autómata y se sentó porque no podía tenerse en pie. Su jefa se acercó a darle una taza de té.
-Bebe esto, ¿quieres ir al médico?
-No, sólo necesito un segundo – dijo y también se lo decía a sí misma.
-Deberías ir a casa a descansar.
-Estoy bien, Helena. Dime, este cliente...
-Ah sí, es un hombre joven que está pensando venir a vivir aquí, cuestiones de trabajo creo. Vendrá hoy en la tarde, va a alquilar la casa de los Clayton , con opción a compra , si se decide a quedarse.
-¿Viene a quedarse?- preguntó.
-Creo que no lo decide aún. Depende de su trabajo.
-¿Por qué aquí? – preguntó en voz alta aunque esa pregunta iba dirigida al destino y no a su jefa.
-¿Qué tiene de malo este lugar? Tú también viniste un día y te quedaste...
-Lo sé, pero...
-Ay querida, estás muy rara. Por lo que sé, nuestro cliente está trabajando en el proyecto del nuevo resort que se está construyendo en la bahía.
-¿El de ricos?
-Ése. ¿Te sientes mejor?
-Sí, sí – respondió aunque no lo creía.
Ana no sabía qué hacer, si se trataba del mismo Finn O'Connell que ella conocía, era una broma muy cruel del destino. Se había alejado tanto como había podido, había cambiado hasta su nombre, no imaginaba volver a verlo nunca, y ahora él llegaba al lugar que se había convertido en su nuevo hogar. No podía ser, no era justo.
Tomó un trago de té y mientras lo saboreaba cerró los ojos un momento, y recordó.
Finn O'Connell había sido su pesadilla durante la escuela secundaria, él y sus compañeros siempre estaban burlándose de ella y le dolía, mucho más porque estaba totalmente enamorada de él, aunque fuera un muchacho inmaduro.
Ella era una jovencita tímida, criada en una casa extremadamente religiosa, además tenía bastante sobrepeso y no muy buena apariencia en general. Su ropa estaba pasada de moda, su cabello corto y con rebeldes rulos, hacían parecer más gorda su cara, y los lentes completaban el terrible panorama. Era el blanco de las bromas de sus compañeros y era incapaz de defenderse, pero se sentía muy herida por las palabras burlonas y los apodos.
Lo más doloroso era que Finn también era parte de aquel molesto grupo de chicos populares, era el líder por naturaleza en cualquier lugar al que iba , y ella lo amaba y odiaba en igual medida.
Pero sus vidas habían cambiado en el final del último año. En la escuela corría el rumor de que la madre de Finn había abandonado a su marido para irse con otro hombre y el chico no había aparecido en la escuela por varios días.
Era la noche antes del baile de promoción y ella se había quedado a decorar el salón, porque todos los demás se habían marchado, no se suponía que hubiera nadie más allí, sin embargo
Finn había aparecido. Estaba allí, parado en la entrada, mirándola.
-Todos se fueron...- dijo ella nerviosa.
-¿Te ayudo? – se ofreció él y antes de que pudiera contestar se acercó a ayudarla. Entonces Ana lo miró, se lo veía triste , su mirada estaba apagada y parecía no haber dormido bien.
-¿Estás bien? – preguntó ella preocupada y él la miró.
-No, la verdad que no – dijo con la voz quebrada y sin poder controlarse ella le corrió el mechón de cabello que le caía sobre la frente. Quería consolarlo.
-Alana...-susurró él llamándola por su nombre y la besó.
Y así, simplemente pasó, sin pensarlo, sin dudarlo, se entregó a él en aquel lugar, y ya nada fue lo mismo.
La noche de la fiesta, Leslie Thompson le dijo que sabía que se había acostado con Finn, que él estaba demasiado borracho y se arrepentía de aquello, aunque ella debía agradecer porque era la única forma en que podría tener un hombre como él.
Ana había esperado que alguien apareciera, que Finn llegara y le explicara, que dijera que aquellas palabras venenosas eran una mentira, pero él simplemente la había ignorado después de lo que había pasado entre ellos. Su corazón había terminado de romperse aquella noche.
Pero lo peor había llegado mucho después, al descubrir que esperaba un hijo, estaba sola, sin nadie que la ayudara y su padre la había echado de su casa mientras le gritaba que era una cualquiera. Había tomado un colectivo hasta donde vivían sus tíos, allí la habían acogido, allí había cambiado su nombre y su apellido, allí había se había convertido en la madre de Sean.
Luego, cuando se había podido mantener a sí misma, se había marchado y encontrado su lugar en aquella pequeña ciudad.
Y ahora Finn volvía a aparecer.
-No va a recordarme, no va a reconocerme – se dijo volviendo al presente , después de todo era diecisiete años mayor, pesaba veinte kilos menos y había cambiado tanto que ni ella se reconocía al mirarse al espejo.
Alana Byrnes ya no existía, ella era Ana Hunt y no tenía nada que temer.
Aunque se había estado preparando desde la mañana para esa posibilidad, ver entrar a Finn O'Connell a la oficina fue un impacto mayor de lo esperado. Y también fue el fin de su esperanza, no había habido una confusión, era él.
Ya no era un adolescente, sino un hombre en sus treintena, pero seguía teniendo los ojos azules y el cabello negro como el ala de un cuervo, era mucho más alto y sus facciones habían cambiado, pero era atractivo, mucho más que antes.
Helena fue quien se levantó a atenderlo, aunque Ana supo que no tenía escapatoria, después de tantos años tendría que enfrentarse con él.