CAPÍTULO UNO
12 de septiembre del 2014
Ethan
Cada músculo de mis piernas empieza a arder cuando mi reloj inteligente indica que he alcanzado el décimo doceavo kilómetro de hoy, pero estoy tratando de alcanzar los quince desde hace semanas, y hoy es el día.
Al margen que estoy muriendo de calor, me contengo de quitarme los puñeteros guantes que tapan mis manos para que no muera de hipotermia. En medio del camino de Wissahickon Gorge Orange, el cielo empieza a tronar, aunque el pronóstico del celular decía que estaría soleado hoy, el cielo no opina lo mismo.
Zeus camina rápido a mi lado, siguiéndome el paso desde que salimos de la casa. Un ruido de hojas secas, hace que el perro se detenga, pero continúo corriendo varios metros más, creyendo que mi ovejero alemán de tres años volverá, pero no es así.
Solo lo veo correr hacia el rio, ladrando enfurecido, y eso no es una buena señal. Sé que no lo es, porque lo conozco más a él que a mí mismo. Sin detenerme para no perder mi kilometraje, doy la vuelta y salgo del camino de madera para meterme por el mismo sitio en que desapareció Zeus.
Al no ser un camino, debo bajar la velocidad para esquivar las ramas secas de los árboles, y mantener mi equilibrio en el terreno empinado que lleva hacia las orillas del río Wissahickon, me guío por el sonido de los ladridos, y al llegar a la orilla, no hay nada.
Nada de nada.
Solo silencio.
Giro sobre mis pies, preocupándome por primera vez desde que salió disparado en el ruido proveniente de los alrededores.
— ¡Zeus! —Llamo, mirando en todas direcciones. Pero ningún rastro suyo—. ¡Zeus, ven aquí! —Vuelvo a llamarlo, pero nada.
Avanzo al lado de la orilla del rio, buscando sus huellas en medio de la tierra húmeda por la lluvia de anoche, pero apenas se notan, y empiezo a dudar que sean las de mi perro. Chiflo, y luego vuelvo a gritar su nombre.
Entonces desde atrás de mi espalda, las pisadas de alguien rompiendo las hojas y ramas secas del suelo, me obligan adarme la vuelta.
Y allí está él. Callado y con sus orejas bajas.
—Ven aquí, campeón —Él se acerca, pero noto algo raro en su comportamiento. No es el mismo de siempre. Está asustado, o eso quiero creer yo. — ¿Dónde te habías metido? ¿Eh?
Acaricio su pecho y detrás de sus orejas, el lugar sensible suyo, es su mayor debilidad.
—Vamos, te juego una carrera hasta el coche —Empiezo a trotar cuesta arriba, y Zeus me sigue, retomando algo de su confianza, pero sigue estando muy silencioso.
Las primeras gotas de lluvia empiezan a mojarme en la cabeza a medida que llegamos al camino. Otro día más de lluvia en lo normal de esta ciudad.
Apoyo el pulgar sobre el panel de reconocimiento de huellas digitales en el portón de entrada de la casa de mi padre, y la máquina pronuncia mi bienvenida. Las puertas se abren, y yo aprieto el acelerador; de la cantidad de agua que está cayendo, se forma una nube detrás.
Dejo el auto en donde siempre, y me bajo seguido de Zeus, que sale corriendo despavorido al patio trasero. No me molesto en poner la alarma, estaré un rato nada más. Subo las escaleras y como ya estaba esperando, Lily, nuestra ama de llaves, me abre la puerta antes de que sea yo quien lo haga.
Su dulce sonrisa se transforma en cuanto ve como me encuentro, todo mojado y chorreando agua de todas partes.
— ¡Ethan! ¡¡ ¿Qué haces así empapado?!! —Chilla, con los ojos preocupados —. No te quedes ahí, nene. Ve a cambiarte.
—Ahora lo hago —respondo, cerrando la puerta con la espalda. Ella se cruza de brazos, sin moverse, aguardando a que accione.
—Anuncian tormentas eléctricas, y tú andas por ahí entrenando sin importarte nada.
—No es para tanto.
—Te vas a enfermar, y la que va a tener razón voy a ser yo —Concluye ella, zanjando el tema, mientras me tiene un cesto que saca del closet a la derecha de la entrada para que lance las prendas mojadas allí—. Dejé una carta en tu cama, vino con la correspondencia.
Perfecto. Es lo que necesitaba para arrancar la semana con el pie izquierdo. Gesticulo con la cabeza, y subo dando grandes zancadas, hasta llegar al piso de arriba y detenerme en el pasillo, observando a la mujer pelirroja que está saliendo del cuarto de mi padre.
Su cabello está algo desordenado, y su vestido algo desacomodado desde atrás, porque dudo que se lo haya puesto pretendiendo mostrar la mitad de su trasero a todo el mundo. Me quedo embobado viendo su redondo y firme trasero, o parte de él.