CAPÍTULO DOS
Kathleen
La noche se estaba tornando helada y ventosa, ya empezaba a creer cuan mala era yo al tomar decisiones, tal y como quedarme acá fuera a esperar a Britt. Por suerte había dejado de llover, y mi ropa húmeda y mojada que resultaba incomoda por el frio, empezaba a sentirse un poco menos mojada.
La oscuridad y yo, nos llevábamos muy mal, y dudo que algún día eso vaya a cambiar; pero, una cosa era detestar la oscuridad, y otra cosa era estar sentada en un banco de cemento sucio con caca de palomas, que nadie limpiaba nunca, y a una hora en donde, ya nadie paseaba por los recintos de la universidad.
No era la primera, y calculaba que tampoco la última, que Brittany, me dejaba plantada.
Mi problema era no tener esa voluntad propia, de ponerle un alto a esta situación, en la que salía perjudicada siempre yo, y ella no parecía darse cuenta, aunque, si lo hacía; tampoco le interesaba demasiado, y la verdad es que actitudes como esta, de dejarme plantada a desoladas horas de la noche de un día de entre semana, era una de tantas que tenía.
Temía moverme en el propio banco, en el que estaba sentada, pero tendría que llamar a alguien para que pasará a buscarme; porque tampoco, tenía tanto coraje para ir hasta el otro extremo de la calle, a más de cien metros, donde solo una luz de mercurio funcionaba, y la parada estaba allí, envuelta en un hoyo oscuro y peligroso.
Odiaba permanecer en sitios tan solos y tenebrosos, cuando se hacía de noche, porque le temía a lo que no podía ver, le temía a la oscuridad, aun así, era lo que estaba en ella lo que me causaba espasmos en mi cuerpo, temblaba de miedo, de mis propios miedos nocturnos.
En mi cartera, siempre llevo un gas pimienta, nunca me lo dejo en casa. Aunque, en momentos como estos, solía recrearme un posible escenario en que alguien saliese de entre las sombras a mis espaldas, y trataba de mentalizarme por medio de visualizaciones, como sacaría el pote y le apuntaría al maleante.
Aunque cuando uno no estaba en una situación así, todos éramos algo así como esos personajes de la televisión, que sabían Karate y toda clase de movimientos, que la mayoría de la gente común y corriente, como yo, no sabíamos.
Vislumbre dos faros blancos, encandilándome justo a los ojos, mientras avanzaba en la calle de frente a mí. Trataba de no parpadear o bajar la mirada a la calle húmeda, por el incipiente roció de la noche. Sin embargo, los ojos instintivamente se fueron directo al piso, aunque de reojo, vi como el coche giro, deteniéndose de golpe justo delante de mí. Las luces enfocaban a la calle lateral, y podía ver el lujoso coche azul marino.
No mentiría si dijese que esperaba que fuera Brittany viniendo por mí, pero ese coche, no lo había visto nunca, y ahora ya no sabía a qué temerle, si a la oscuridad a mis espaldas, o el coche en marcha a pocos metros.
Dio marcha atrás, y la saliva se quedó acumulada en un nudo, en medio de mi garganta.
Retorcí el borde de mi chaqueta verde con los dedos de mis manos, y mis piernas, dejaron de moverse, solo estaban duras y petrificadas, pegadas contra el cemento del banco. La ventana del acompañante, empezó a bajarse, y el vidrio tintado de negro junto a la noche oscura, no eran buena combinación para ver más allá de la ventana.
Un rostro conocido se inclinó hacia la ventanilla, pero mi corazón no se alegró, se puso alerta, disparando señales de alerta a cada parte de mi cuerpo.
El rubio que había visto algunas veces junto al novio de Brittany, estaba asomado en lo que parecía ser un auto bastante costoso.
Estaba serio, pero su expresión seguía provocando estragos dentro de mí, porque la belleza que a simple vista podía ver, me dejaba sin aliento; pero, no podía distraerme en sus encantos, tenía que concentrarme y ver más allá de ello. Su personalidad se volvía cegadora, lo sabía porque solo dos veces había él tratado de entablar una conversación conmigo, y las dos veces, había huido lejos de él. Temía lo que de afuera ya él mostraba, me aterraba aún más saber que había dentro de esa sonrisa y extrovertida personalidad.
—Comienzo a pensar que esperas lo peor de cada situación —comenta irónicamente, sin sonreír, pero no hace falta que su boca se tuerza para arriba, porque ya veo sus ojos brillando mientras me mira de arriba abajo.
—Quizás eso quiero —musito agotada.
—Novio no tienes, así que, ¿Quién fue el idiota que te dejo tirada acá?
— ¿Por qué piensas que no tengo novio? —pregunto por curiosidad.