CAPÍTULO CINCO
Ethan
Karen me saluda con dos besos en cada cachete de mi rostro, apenas ingreso a la cafetería de los padres de Trevor. Su madre es una mujer muy cariñosa, una mujer llena de valores y principios, los cuales en el fondo ha logrado instalar algunos dentro de la cerrada mente de mi amigo.
—Trev, está en la mesa de siempre —Me señala ella, empujándome para que me vaya hacia allá.
Ella me conoce desde niño, sabe más de mí, de lo que a veces puedo saber sobre mí mismo. Irónico, realmente es pensar que el resto del mundo puede conocerte más que uno así mismo.
Tenía las manos en mis bolsillos, y caminaba lento, acentuando con cuidado cada paso, porque no pretendía dar un paso en falso que pudiera marearme. Además, la cabeza me la habían martillado esta mañana. Todo era color negro hoy.
El castaño con su cara rodeada de una incipiente barba castaña estaba sentado mirando algo por la ventana del café. Corrí la silla de madera y me senté en ella, justo enfrente de él; quien me diviso, y centro su atención en mí.
—Tienes mal aspecto —detecta él.
Niega con la cabeza, pareciendo decepcionado de verme con resaca una vez más, pero la verdad era que no había bebido demasiado, era la mezcla de lo poco que había dormido, el exhaustivo ejercicio de la mañana, y luego, el estrés que venía acumulando de estos últimos días.
—Ya lo sé, imbécil —Le contesto con pocas pulgas.
—Hoy sí que estás de malas, amigo —Deduce él sabiamente, rio irónicamente, intentando suavizar el ambiente entre ambos.
—Acá les dejo el desayuno, muchachos —Nos sorprende Karen en plena pelea verbal, le agradezco en silencio, y ella le lanza una mirada a su hijo, esa típica mirada cómplice de padres a hijos, en donde los más grandes regañan con un simple pestañeo al más chico.
—Oye, estas raro desde anoche —Recalca, sin mirarme, porque su atención está concentrada en la medialuna que está remojando en el café con leche, que suele tomar siempre que nos reunimos a hablar—. Una chica te rechazo, fin de la historia —Simplifica él, agregando: — ¡Vamos, supéralo!
— ¿Raro? —tercia alguien más, levanto la vista de la asquerosidad que está haciendo en su taza de café, y me fijo en el rubio de gran altura, que desliza una silla hasta colocarse en la punta de la mesa.
—Parece que Ethan es susceptible al rechazo —explica Trevor, sin mirar al rubio.
Éste me mira a mí, buscando una explicación, que en algún momento daré, pero que no es justamente ese el momento, menos ahora que mi cabeza parece estar pinchándome en cada palabra.
—No es el rechazo, Trevor.
No, estaba seguro que, no era una lamentosa perdida de mi orgullo, ni mi ego herido por haber sido rechazado por una mujer.
— ¿Y qué te hace tener cara de bulldog? —se anima a intervenir mi primo Lucas. Miro al rubio en la punta de la mesa incrédulo que se ría de mí hasta cuando estoy de malas—. Vamos, no puedes ser tan nena cuando alguien te rechaza, sé hombre. Ve y enfréntala de nuevo, o solo deja que se pierda esa parte de ti.
Lucas solía hacerse el gracioso frente a todo el mundo, casi todos los que lo conocían podían pensar que vivía con la cabeza en las nubes, que todo le resbalaba, pero, al final, cuando éramos solo él y yo, hablando de temas así, solía preocuparse más por mí, que en quedar menos entre las personas que lo rodeaban, y creo que desde pequeño había sido de esa forma.
Vi que me miraba en parte burlándose de mi cara de despecho, pero, por otra parte, sabía que se interesaba más en el tema que inclusive Trevor, que era bastante sabio y serio ya, pero el rubio terminaba de ganarle de mano. Aunque note que al tocar una de las medialunas en el plato del centro de la mesa, sus ojos la miraban con anhelo.
Claro, que eso únicamente yo me daba cuenta, ni siquiera él se disponía a admitirme cuanto desearía dejar de comer sano, para dedicarse a comer de vez en cuando comida menos sana.
—No me hago una nena —refunfuño, tomando un sorbo de café.
Trevor codea con disimulo las costillas de Lucas, y entre ambos se ríen, y espero que si lo hacen con tan poca discreción delante de mí, no sea debido a mí, aunque estaba claro que era una clase de festín para ambos, ahora que me veían así por primera vez, por una chica.
Aunque no era la chica en sí, era algo que sabía que me llevaría a seguir persiguiéndola hasta descubrir la verdad. Era la necesidad de entender que se le pasa por la cabeza a una persona para quitarse la vida, era esa mirada que había clavado en mí que quizás era parte de la razón, por la cual había llegado al punto de esa noche fatídica.