Amor Prohibido

-8- Secuelas-

Simon.

Luego de ser botado y rechazado cómo una paria, lo mejor era irme de esa mierda de fiesta y así lo hice. Tenía tanta rabia acumulada en mi interior, que solo quería una cosa: Sangre.

Necesitaba cazar. Necesitaba despedazar y alimentarme.

Por lo que corrí como nunca hasta las zonas restringidas, con cuidado les di esquinazo a los guardias y salte la valla que separaba la escuela con el mundo exterior. Eran no más de las once, por lo que New York estaba aún en la flor de la vida nocturna.

Fingí y me integre siguiendo el río de gente sin pensar demasiado hacia donde iría o a que chica atacaria; mis pies me llevaron a una discoteca, nuevamente, burle la seguridad y entre como Pedro por su casa. Para no llamar la atención, torne mi esclerótica negra a blanca, dándole un aspecto netamente humano.

Me ligue a una chica de cabello castaño y ojos azules,  se parecia un poco a ella, con la diferencia que esta chica era un hueso. La embriague, la bese, la lleve a un hotel barato que rentan la habitación por horas y a muy bajo precio, o sea vulgarmente hablando, la lleve a un "matadero".

Allí simplemente, la despoje de la ropa y tuve sexo con ella mientras la desangraba. Al acabar encima de su cuerpo, limpie los rastros de sangre de mis labios con un poco de asco. Odiaba beber directo de la vena, simplemente por su contextura gomosa, pero en este  preciso momento, no estaba para exquisiteces. Solo me vestí y me fui dejando a la chica desnuda y muerta encima de la cama...

A eso de las tres, ya estaba de vuelta al internado, con la mente un poco mas clara y con una culpabilidad tan fuerte, que comenzaba a carcomerme  por dentro, tanto que la desgraciada ya tiene indigestión.

Abrí la puerta de mi casa, y lo primero que note al entrar, fueron unas maletas y un olor conocido...y justo la persona que pensaba, se asoma por el borde de la entrada de mi cocina, masticando un sándwich.

- Espero que eso lo hayas traído tú, Magnus.

- Claro, lo acabo de sacar de mis nalgas, ¿Quieres uno Simon?- me sonrió y yo simplemente no estaba de humor para las bromitas de mi mejor amigo de la infancia.

Magnus Cornelius Barone, hijo del más respetado Barón italiano: Cornelius Barone, el quinto hermano de siete y el vampiro más inestable del mundo.

Sus ojos refulgieron como dos flemas azules, cuándo pasé por su lado, intentó en vano analizarme, pues le quite la mirada evitando que viese el rayo en mis ojos. Aunque claro, fue imposible, ya que me obligó a mirarlo a los ojos fijamente.

-¿Tan malo es?

- Es humana- suspiré- y estoy comprometido con Olivia McMahon.

- Sí- comentó- Es muy malo.

- ¿Y tú que haces aquí?

- Il mío padre- explicó- quiere que estudie en un internado con chicos de clase social mixta  para..."enderezarme "- rió calmadamente- como si yo tuviese arreglo.

Y era cierto, no lo tenía. Él es mentalmente inestable, abusa de las drogas humanas, le gusta auto inflingirse dolor, y a veces sufre de episodios graves de esquizofrenia, arranques de ira, locura o entra en un estado pasivo casi zombie. Y todo por un horrible evento traumático.

Pero lo que más le gusta, es usar, engañar y dañar seriamente a los humanos, torturarlos hasta el punto de dejarlos entre esa estrecha y delgada línea entre la vida y la muerte. Sin duda debo alejar a María de mi simpático mejor amigo.

El tema regresó de nuevo a mi, y tuve que explicarme con cada detalle el porque mi rayo y yo aún no estábamos juntos. A Magnus le parecía niñerías.

- Si en verdad la amas, deberás plantarte en su casa y decirle: -Escuchadme bien Marcela...

- María- le interrumpí.

- María- se corrigió- tú y yo estamos destinados a ser uno, este evento sagrado solo se puede dar solo una vez en la vida de un vampiro y mi destino te eligió a ti...ahora sacate la ropa, y dime cosas sucias.

Yo estalle en carcajadas junto a él, por algo era casi mi hermano, le palmee el hombro, él tenía razón, no puedo darme por vencido, no con ella.

- Iré ahora mismo.

- Espera, espera, espera- me detuvo cerrando la puerta de la entrada de un portazo- la chica sigue molesta, dale espacio, deja que se le pase que te extrañe un poco, luego la abordas sin brusquedad y listo.

- ¿Le hablo mañana entonces?

- ¿Escuchaste lo que te dije?

- Sí. Mañana hablare con ella.

- Señor dame paciencia- dijo en italiano mirando al techo- ¡Bien! ¡ve con ella - abrió de nuevo la puerta- y luego no llores cuando te parta una maceta en la cabeza!




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