Amor Prohibido

3. El Rapto

El infierno estaba al alcance de sus manos.

Al fin se enfrentarían a aquel maldito patrón cultural que el pueblo les impuso por tanto tiempo: «No entrar al bosque.»

La regla abarcaba tanto de día como de noche pero esta última sería a la cual se enfrentarían. Diez años pasaron para poder cumplir ese objetivo y no importaba cuánto miedo sintiesen; la seguridad de estar acompañados en eso era absoluta y no había nada que temer.

Aunque era inminente el tener miedo a lo desconocido.

—¿Sientes la adrenalina, Georgi?

Él asintió con un movimiento de su cabeza a pesar de que lo único que sentía era el frío lamiéndole los huesos.

El lugar no se diferenciaba en nada a otros bosques, aunque quizá algunas especies de árboles que se resecaban con más rapidez que otras a causa del gélido viento y la falta de lluvias de la época.

Bajo sus pies, el suelo entre terroso y fangoso marcaba los pasos que dejaban. Hubo veces que Teby se hundió en pozos imprevistos y otros tropezones de Georgi, lo cual fue motivo de risas para ambos, tratando de cubrir el nerviosismo del momento.

Aunque hubo algo que no habían pensado: el viento. Las correntadas de aire helado de intensificaban y el abrigo ya no les era suficiente. Teby se limpiaba todo el tiempo unas gotitas de humedad que asomaban en sus fosas nasales y un dolor de garganta comenzaba a irritarle. Aún así, continuaron andando y Georgi volvió a tropezar con una rama.

—Ve con cuidado, bobo—le advirtió Teby.

Pero en el rostro del muchacho se dibujó una expresión de horror a causa de algo que lo tenía paranoico.

—Pero… Tebs, esto ya lo hemos pasado.

—¿Tebs? Hacía mucho que nadie me llamaba así—sonrió ella y de no haber sido por el frío, sus pálidas mejillas hubieran sonrojado.

—No es momento de nostalgia. Esta rama. Ya he tropezado antes con esta rama Tebs.

Ella lo miró asombrada.

—¿Qué dices? ¡Así que has estado antes aquí sin mí!

Pero él negó sacudiendo la cabeza.

—Me refiero a que hace media hora tropecé con esta rama y media hora antes también lo hice…

—Deja de hablar estupideces. El frío está haciéndote mal.

—Queramos o no, estamos dando vueltas en círculos, será mejor que volvamos.

Una brisa mucho más gélida le provocó escalofríos a Teby, lo cual la obligó a enfundarse mucho más dentro de su abrigo y de repente el vestido le quedaba demasiado corto para sus débiles piernas, que en cualquier momento caerían debido al cansancio y al frío.

La muchacha asintió.

Por consiguiente se dieron la vuelta y empezar a caminar en un recorrido lo más parecido posible al que habían emprendido recientemente. Después de unos minutos de haber emprendido su camino de vuelta a casa, un pie de Teby se hundió en un pozo pequeño pero en el que ya había caído momentos antes. Ellos lo interpretaron como buena señal de que iban por el camino correcto y convinieron el mismo pensamiento con una sonrisa.

Pero la alegría duró poco. Exactamente, 30 minutos luego de haber emprendido la marcha de nuevo a casa, Georgi tropezó con una rama… la misma que ya lo había tirado al suelo tres veces.

El horror se dibujó de repente en el rostro de ambos.

—Georgi, sácame de aquí—dijo ella con angustia.

—Tú nos trajiste hasta aquí y yo también estoy metido en el mismo círculo que tú Teby. De haber podido salir ya estaríamos fuera ¿no crees?—dejó entrever la irritación en su voz.

Ambos se quedaron en silencio y detuvieron su caminar de nuevo.

—¿Y si cambiamos el recorrido? Digo, tomemos la izquierda o la derecha.

Él se negó.

—Quizá es la oscuridad que no nos deja ver claramente donde vamos, por lo tanto, sería inútil que vamos por la derecha o la izquierda: siempre terminaríamos varados aquí.

—¿Estás queriendo decir que…?

Georgi asintió.

—Tendremos que pasar la noche aquí Tebs.

La mandíbula de Teby comenzó a temblar.

—Pero… pero… ¡hace frío aquí! ¡No me quiero quedar en este lugar bobo! ¡Sácame ahora de aquí!

Georgi comenzaba a hartarse de tener que cumplir las órdenes la caprichosa Vanderhoeven. Él ya tenía en sus planes que se queden a dormir ahí y no habría otra alternativa.

Teby tendría que amoldarse a la decisión o irse. Pero el muchacho conocía el orgullo inquebrantable de ella y estaba seguro que no importaba si le costada la vida o un resfriado pero Teby, si decidía irse, lo haría.

Y si ella andaba sola correría peligro; el frío la mataría o incluso su propia desesperación por querer salir de ahí.

Georgi tenía que obligarla a quedarse.

El muchacho se quitó su saco y se lo colocó a Teby por los hombros hasta cerrárselo sobre el pecho de la muchacha. Él la abrazó con fuerza encerrándola entre sus brazos enormes y fibrosos.




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