Amor Prohibido

4. La Zorra

Dulce era el calor de hogar que se sentía allí dentro. Todo bañado por un delicioso aroma a vainilla y las paredes de un apetecible color chocolate. Definitivamente aquél lugar, no estaba en los planes de Teby y Georgi. Al contrario, ellos buscaban a la “bruja”. Algo así como una mujer mitad cuervo, mitad persona o algún demonio en posesión de una humana; pero nada de eso. Ésta era una humilde viejecita que vivía en medio del bosque, aislada de Antwerpen.

A Teby le parecía cruel la actitud que siempre se tuvo de haberla confundido a aquella hospitalaria mujer con una temida bruja en busca de víctimas que entrasen al bosque.

Pero algo, dentro de la cabeza de Georgi le revelaba que no debían estar ahí. Si la mujer se mantenía en el anonimato, debía ser por algún motivo. Y no demoró en preguntarlo, a lo que su interlocutora contestó:

—Me angustia vivir entre muchas personas. Además, no soy una persona que me guste mucho salir de casa más que para buscar frutos silvestres para hacer mis tartas.

Teby lo fulminó con la mirada y Georgi se encogió de hombros. Ambos compartieron la ambigüedad que llevaban las inquisiciones del muchacho: que la mujer conteste con maldad o devele algún crimen cometido con saña o la peor de las crudezas.

Pero nada de eso. ¿Acaso no era suficiente motivo un hogar cálido y agradable, que parecía haber sido sacado de un libro de pastelería?

—¿Por qué no se sientan?—ofreció la mujer mientras hacía ademán de dirigirse a la cocina; en ese momento un gato de pelaje entre marrón y bordó se deslizó al suelo desde el tapizado de una silla al suelo—. Iré a por unos pastelillos y leche caliente. No se pongan incómodos de quedarse solos…mi gato Luzbel los estará vigilando.

Luego de decir esto les dedicó una sonrisa con cierta carga de ironía y malicia a los jóvenes; a continuación se fue camino a la cocina, cerrando una puerta a sus espaldas.

Teby y Georgi intercambiaron una mirada de sospecha y nerviosismo al ver que el gato realmente mantenía la vista fija en ellos. Luego la muchacha soltó una carcajada y se sentó donde anteriormente había permanecido el felino. Teby extendió sus brazos y llamó al gato con dulzura:

—Ven pequeño, qué bello eres.

Georgi dio un gruñido mientras el gato se acercaba a regañadientes hasta la preciosa Teby Vanderhoeven. Tanto ella como el animal compartían en su belleza cierta malicia felina, enfermizo detalle para el joven Petróvich quien miraba la escena extasiado.

—No seas malo con la mujer—objetó Teby mientras el gato se subía a su falta y mecía su cabeza por los brazos de ella—. Es un detalle demasiado bondadoso de su parte el no dejarnos morir de frío allá fuera.

Él se sintió casi herido y un poco celoso. Tuvo ganas de recriminarle a la muchacha diciéndole «¿tenías frío estando en mis brazos?» pero se contuvo. Teby parecía haber cedido un poco ante sus encantos pero ahora que nivelaban cordura nuevamente, ella volvía a usar sus mecanismos de defensa para rechazarlo a Georgi, una y otra vez…como siempre.

Finalmente él se cruzó de brazos y se dejó caer en una de las sillas.

—¿No es hermoso?—preguntó Teby mientras acariciaba al gato. Éste había comenzado ronronear a gusto de las caricias de ella.

—No lo sé Tebs. Hay algo que no me gusta.

—¿Qué? Tú adoras los gatos Georgi.

Una vez que dijo esto ambos se echaron a reír (lo cual cubrió el error de Teby; Georgi había dicho que no le gustaba la situación por la que estaban pasando, no se refirió a los gatos).

—¿Aún recuerdas qué me gusta y qué no?—Un brillo especial iluminó los ojos de él al sonreír.

Teby sacudió la cabeza.

—Ni siquiera era consciente de que recordaba eso.

Ella lo había admitido: No era «consciente» de que recordaba lo que dijo. Durante diez años desplazó a su inconsciente todos los rasgos que caracterizaban al pequeño Georgi de ocho años. En cambio, él, la mantuvo presente desde siempre.

Cada vez perdía más intensidad pero la llegada de ella trajo consigo el despertar de todas las emociones y las hormonas del muchacho.

Un sonido se oyó desde detrás de la puerta. Eran pasos. Tras unos segundos, ambos jóvenes se quedaron en silencio y el gato Luzbel se dirigió hasta su dueña quien regresaba a la sala con una bandeja en sus manos.

La mujer dejó la bandeja sobre un apoyadero en la chimenea para poder cerrar la puerta…y en el instante que sus manos dejaron la fuente sobre los ladrillos, una llama comenzó a arder en los leños encendiendo así una gran fogata. Georgi miró a Teby pero ella seguía con la vista fija en el incomprensible fuego.

«¿Ahora te das cuenta de qué es lo que no me gusta de todo esto?», pensó el muchacho mirándola a su compañera. Una vez que la otra mujer se acercó, Georgi se quedó mirándola hasta que finalmente se animó a preguntar:

—¿Cómo es su nombre?

Ella lo miró con dejadez pero luego sonrió.

—¿No lo he dicho? Disculpen, no contaba con mi olvido. Mi nombre en Bith. —se presentó la mujer sin despegar aquella sonrisa socarrona tan suya.

¿Bith? Les pareció un nombre extraño pero no se detuvieron a pensar en esto. Teby seguía en una especie de ensimismamiento, por lo tanto fue Georgi quien se animó a decir:




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