Enfundada en su chaqueta se dirigió con paso firme hasta la casa de Georgi. Llevaba una canasta entre sus manos y caminando entre los árboles con su capa oscura y la mirada enfermiza con el objetivo fijo de atentar contra Bith, podría haber sido una versión sombría de Caperucita Roja.
Esa tarde el frío se había acentuado en Antwerpen y la hierba a medio secarse del terreno del pueblo, estaba recubierta por una fina materia helada: escarcha. Las motas blancas en el suelo, en conjunto del suelo aire helado le revelaban a los habitantes que las nevadas comunes de la época se estaban aproximando (a pesar de que uno de los días de nieve se adelantó tiempo atrás).
Teby levantó su puño y cuando estuvo a punto de llamar a la puerta de casa de Georgi, él en persona se apareció tras ella. El muchacho tenía arremangada una chaqueta del pelaje de algún animal y en manos sostenía una carreta repleta de leños para la chimenea. Él al ver a Teby reposó el elemento en el suelo y se quedó mirándola.
—Tebs, no te esperaba por aquí.
Ella se acercó hasta el muchacho y se quitó la capucha dejando al descubierto sus rizos dorados que hacían juego con sus ojos azules, cuales relucían como piedras preciosas.
—Yo tampoco esperaba pasarme por tu casa hoy—admitió la joven—pero me ha surgido una urgencia.
Georgi contempló la canasta que traía la muchacha.
—¿Necesitas ayuda con algo?
—No. Bueno, si bobo. Me dijiste que tenemos una deuda pendiente con respecto a Bith, ¿recuerdas? Su gesto de darnos refugio esa noche.
Él negó sacudiendo la cabeza.
—Tebs sólo fue paranoia mía. Jamás dije que Bith se haya cobrado la deuda con tu tío. Nadie sabe donde está y…
—Lo se—le interrumpió—. Esa mujer me drogó con su comida, motivo por el cual me quedé dormida. Tú no comiste nada bobo, por eso permaneciste despierto y gracias a ese movimiento inteligente de tu parte logramos salir de ahí. Las intenciones de Bith no fueron buenas.
Ella se silenció de inmediato y Georgi comprendió que la muchacha en verdad no encontraba las palabras exactas para proseguir.
—¿Sin embargo…?—trató de reanimarla él.
—Le llevo mi “buen gesto” como mero motivo de que saldemos nuestra deuda y ya quedarnos con la conciencia tranquila. Preparé una tarta de frambuesa y otros frutos.
Él la miró con asombro y luego dirigió lentamente su mano hasta la canasta pero Teby se la quitó de un golpe.
—Hey, solo tenía la idea de que en vez de entregarle la tarta nos olvidemos del caso Tebs. Ven a casa y comamos la tarta, debe saber deliciosa.
Pero ella negó con la cabeza mirando a Georgi muy seria.
—No bobo. De esto—señaló la canasta—no podemos comer ninguno de los dos. Sólo asegurarnos que Bith lo haga… ¿comprendes?
Georgi no temía por lo que no podría llegar a comprender sino por el punto al cual si entendía.
—Tebs, ¿drogarás a…?
—Para nada—mintió.
—Entonces… ¿Qué quieres de ella?
Teby dirigió lentamente su vista al bosque. Aquél donde asechaba la mayor de sus dudas. El mismo lugar donde fue visto su tío Domenico junto con los demás hombres.
Lo cierto era que ese lugar esconde más verdades que historias, en conjunto que ambas partes comparten el horror.
—La verdad Georgi. Bith no será la bruja malvada y horrible que nos contaban de niños pero algo esconde. Conoce a cada uno de los habitantes del pueblo sin embargo nadie la conoce a ella.
—Eso no nos incumbe a nosotros.
—Si no quieres venir, iré sola.
Teby le dio la espalda a Georgi y comenzó a caminar. El muchacho le pidió a gritos que no se marche sin él; por lo que ella accedió y espero a que el joven ingrese los leños a la casa. Una vez fuera se dirigió donde ella y caminaron en silencio. Hubo una pausa cuando estuvieron a punto de adentrarse al bosque pero finalmente decidieron avanzar.
Y esta vez no sería difícil dar con la casa puesto que Bith les enseñó como llegar… «Si en verdad deseas llegar ahí… sólo pasará y ya estarás. En este bosque todo funciona así.»
En efecto, sólo transcurrieron cinco minutos y ya tenían la casa frente a ellos. Parecía un enorme pastel chocolate y dulces.
Mientras más se acercaban, más fuerte era el aroma a vainilla.
Y también, más fuerte corría la brisa helada del bosque.
Georgi y Teby se miraron antes de golpear, casi como si hubieren discutido cuál de los dos golpearía la puerta, aunque todo fue demasiado claro: el peso de valentía recaía sobre Georgi por ser el hombre. Ya no quedaba opción para la cobardía, el hombre por ser tal no puede ser cobarde.
Sólo fueron tres golpes y guardó su mano, avergonzado del tembleque producido por la situación incómoda.
—No saldrá, mejor vamos—objetó él, intentando que no se note el miedo en su voz peor le fue imposible mantener la voz sin titubeos.
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Editado: 29.09.2021