Amor Prohibido

7. Enemigos Mortales

 

Esa noche ambos convinieron que lo mejor iba a ser volver a casa de Georgi. Teby no debía alterarse más de lo que estaba por lo que verse con Lázaro e inducirse en discusiones nuevas no sería buena idea. Además, ella había salido de la casa con la excusa de que se vería con unas vecinas de su pueblo natal a tomar el té, en cambio ahora, se vería en la obligación de mentirle acerca de un cambio de planes: se quedó a cenar. Pero nada de eso era cierto, ahora Teby se encontraba refugiada bajo el techo de Georgi.

Cuando llegaron, los padres de él ya habían ido a la cama, lo cual era perfecto para que no se cruzasen con la sobrina del sacerdote perdido. El muchacho encendió los leños de la chimenea en la sala y le facilitó una manta a Teby. La joven se recostó en un sofá frente al calor del fuego de los leños ardiendo mientras él fue a calentar un poco de leche. Buscó chocolate y lo fundió dentro de una taza.

Una vez que terminó con esta tarea, cerró la puerta de la sala que conducía a las habitaciones y alcanzó la taza de chocolate hasta Teby. La joven Vanderhoeven le dedicó una sonrisa y se sentó contra un apoyabrazos, refugiada dentro del calor de la manta. Georgi se incorporó a su lado y mientras ella bebía su primer trago, él había quedado con la mirada perdida en el fuego de la chimenea de su casa, en comparación con la de Bith. Por algún extraño motivo, la de esta mujer le producía escalofríos. Un mal presentimiento que envolvía hasta las últimas de sus terminales nerviosas.

Pero algo que Georgi ignoraba era lo que sentía Teby dentro de casa de Bith. La angustia que se apoderaba de ella, los fantasmas de su cabeza que despertaban terroríficos y despiadados en su interior, aniquilando con crueldad la paz interior de la muchacha.

Lo único que agradecía era el poder estar ahora en casa de Georgi. Aquí se sentía mucho más nerviosa que con Franco y Lázaro.

—¿En qué piensas?—preguntó Teby al notar la mirada perdida de Georgi.

—Ejem…nada—murmuró él incorporando su cuerpo en dirección a la muchacha en el sofá.

—Vamos bobo, a mí no me engañas, algo te pasa.

Con las últimas palabras de Teby, ambos tuvieron una oleada de incomodidad. ¿Qué no iba a pasarles si tenían la imagen de Bith obligándoles a comer de la tarta de frambuesa? Esa misma que por cierto…

—…estaba envenenada—dijo Georgi con un hilo de voz.

—¿Qué?

—La tarta, la envenenaste. Tebs, ¿qué pretendías lograr con eso? Bith de algún modo, no nos ha hecho nada a excepción de resultar insoportablemente hospitalaria pero escalofriante.

Ella sacudió la cabeza y dio un nuevo trago al chocolate caliente que llevaba en su taza. Luego suspiró.

—Lo sé pero es obvio que me arrepentí y no se cómo pero lo notaste.

—Creo saber que mientes en la mayoría de las ocasiones que lo haces. Tus intenciones y tus palabras las llevo grabadas a fuego en la memoria—objetó él con una sinceridad inesperada pero Teby no reparó en el sentimiento que aportaba Georgi al hablar. Él hizo una pausa hasta que se decidió a continuar—: pero tu manera de actuar fue algo cruel. Lo queramos o no, Bith no ha hecho nada malo.

—Aún.

Se hizo el silencio. Las respiraciones de ambos y los leños ardiendo junto con una que otra brasa saltar de vez en cuando dentro de la rejilla de la chimenea era lo único que podía oírse. Pero esos silencios no eran incómodos para ellos, al contrario, disfrutaban de esos minutos que tenían cada tanto para poder reflexionar.

Y a Georgi le sirvió puesto que llenó de aire los pulmones para animarse a hablar de nuevo.

—Tebs, ¿te puedo hacer una pregunta?

Ella rió.

—Claro bobo. ¿Desde cuándo nos pedimos permiso para hablar? Anda, hazlo con confianza.

—Es que… sé que no es tema de incumbencia y no quiero que te pongas incómoda por lo que quiero decir, es sólo que tengo dudas…

—Hazlo de una vez. Pregunta.

Él suspiró y finalmente lo dijo:

—¿Por qué en vez de salir corriendo de casa de Bith me pides venir aquí, a casa, en vez de querer estar en brazos de Lázaro, cuanto antes?

Teby lo observó como si hubiese sido una obviedad lo que Georgi acaba de decirle.

—Porque eres mi amigo, ¿no?

—Pero…pero él es tu prometido.

—¿Y?

Una sonrisa se dibujó en el semblante de Georgi al comprender que Teby ponía al mismo nivel a Lázaro que a él. Pero esta alegría duró poco ya que su sentimiento ambivalente, fue reemplazado por un atisbo de celos.

—Y a él lo amas, Tebs—sentenció.

—A ti también te amo, bobo.

El corazón de Georgi le dio un vuelco y sintió una corriente eléctrica que le envolvió todo el cuerpo hasta hacerle temblar las piernas. Era la primera vez que una chica le decía «te amo» y no eran los insulsos «te quiero» que su madre tenia para él.

Y ese «te amo» provenía de nada menos que de Teby Vanderhoeven.

Pero ese amor que ella tenía para darle a Georgi no era suficiente. No alcanzaba a ser el sentimiento que él quería que fuere, lo cual lo destrozaba por dentro. Pero esto no era dato menor. Teby lo lastimaba. Siempre fue así, desde pequeños. Consciente o no de esto, ella seguía haciéndolo a pesar de que lo «amaba». Y claro, ¿qué amiga no ama a su amigo?




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