Amor Prohibido

8. Dios, Ven

 

—Me tiene harto.

Dijo Georgi a la sazón que el hacha se injertaba en el tronco del árbol, cual lentamente se inclinaba cada vez más. Las astillas saltaban con cada golpe en seco, disparadas por doquier y con una ferocidad producto de todas las frustraciones y heridas al orgullo del muchacho.

Un golpe, dos golpes, tres golpes…y así siguió hasta que finalmente el árbol se inclinó lo suficiente. Immanuel incorporó un pie sobre el tronco quebrado casi por completo y dio el aviso de:

—¡¡¡Fuera abajo!!!

El árbol cayó y Georgi tuvo el deseo de que todos sus sentimientos reprimidos hubiesen sido aplastados y destrozados con cada hachazo hasta finalmente derrumbarse. Pero no era así, él tenía que vivir y soportarlo así, al menos hasta que el infierno aquél se terminase.

Ambos amigos y compañeros de trabajo se quedaron mirando las motas de nieve levantándose producto del impacto y compartieron un largo silencio. Incómodo pero productivo: el tronco del árbol estaba en el suelo y despejado de la nieve cual lo llenó mientras estuvo de pie.

Immanuel miró a Georgi y finalmente decidió romper el silencio con la mejor interpretación que se le vino a la cabeza:

—Mira ese pedazo de árbol, pronto a convertirse en madera… Estaba de pie, firme, pero lleno de nieve y frío que lo fue resecando. Hasta que finalmente llegaste tú con tu tarea de derribarlo y le das hachazos, una y otra vez, con motivo de derrumbarlo. Hasta que lo logras. No permitas que la mimada de Teby Vanderhoeven te complique la vida. Estás firme, de pie, Georgi, ella no tiene poder sobre tú vida ni tú sobre la de ella. Que haga lo que quiera de sí misma pero contigo no. No permitas que Teby te destroce.

Georgi se quedó aturdido, sumido en profundidad dentro de sus pensamientos, que pasaban de ser autodestructivos a un firme orgullo. Él se sentía completo, como nunca antes con Teby cerca suyo pero lo cual no quitaba que se sintiere dañado. Si la perdía de nuevo…no sería capaz de soportar de nuevo el vacío y la desesperación.

Quién sabe de lo que era capaz de hacer Georgi Petróvich mientras la angustia hiciera de las suyas con él.

 

 

Las pesadillas vivieron en su cabeza durante muchos años, podría decirse que los recuerdos más fuertes de su infancia fueron sus noches intranquilas invadidas por monstruos enormes fundiéndose en la oscuridad, esperándolo tras la ventana de su cuarto, el fantasma de la soledad halándole las piernas con ansias de encadenarlo a su tortura eterna, el miedo atragantado en su garganta que amenazaba con cerrarle la vía respiratoria, pero la peor de todas se escondía tras los árboles del bosque. ¿Por qué, él con su tarea de leñador no se animaba a ingresar al bosque de Bith?

Sería un bueno motivo para tirarle un árbol encima.

Desde que visitó a aquella mujer, los espectros de su mente rondaban hasta el más recóndito rincón de su imaginación y por muchos años manifestó su soledad y dolencia por la marcha repentina de Teby en dibujos, palabras proféticas en las paredes de su cuarto, arañazos en las tablas de su cama, llantos inesperados en los momentos menos indicados…

Sin embargo, ahora Georgi era una masa de músculos enorme con un rostro de facciones aniñadas que delataban sus dieciocho años y unas manos grandes y firmes, cuya fragilidad perdieron el día que el hacha llegó a sus manos y los madereros tuvieron una subida importante de materia prima para su trabajo.

Pero la situación lo superaba. Leslie y Rebecca habían llegado para llevarse a Teby Vanderhoeven en el momento que ninguno de los dos podría esperarse, por lo tanto ¿qué sentido tenía seguir insistiendo con algo que no sería fructífero para su vida y lo destruía lentamente?

Sólo una cosa podría hacer que Teby se quede: Domenico. Si Georgi hallaba relación alguna entre la desaparición del sacerdote y Bith, la mujer escalofriante del bosque, quizá, solo quizá, la hija de Franco Vanderhoeven extendería su estadía en Antwerpen, por lo tanto su boda quedaría oficialmente postergada. Era un hecho, Georgi había asumido una difícil tarea, en la cual, suerte era poco decir respecto a lo que necesitaba para ese momento.

 

 

—Te…te sienta hermoso…

Leslie tenía los ojos llenos de lágrimas mientras observaba con detenimiento el vestido blanco y vaporoso de Teby. Ella y su hermana Rebecca se lo habían hecho diseñar personalmente para su amiga. De bordados delicados y cintura ceñida, la preciosa Vanderhoeven era digna de la realeza dentro de aquél precioso vestido.

El espejo no mentía: la imagen que le devolvía a Teby era realmente estupenda. Sólo había un problema: el gesto de la prometida. No existía entusiasmo ni el fiero deseo por casarse ahí en ese rostro.

Sin embargo ella se quedó en silencio y unos golpes a la puerta de su habitación despertaron a las tres muchachas del ensueño.

—¿Si? —inquirió Leslie con miedo a que fuere Lázaro. Se consideraba de gravísimo error que el novio vea a la novia con el vestido antes del momento de la boda.

Pero no era ese muchacho, sino Franco Vanderhoeven.

—Hija, venía a anunciarte que recibimos correspondencia hoy: tu abuela viene, se enteró lo de Domenico.




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