Ni siquiera contesta simplemente se sienta al otro extremo esperando. Me pregunto ¿qué esperará, porque si cree que le daré el libro está loco. De por sí no me gusta compartir, así que ni siquiera se inmuten en pedirme un libro prestado. Pero no puedo continuar mi lectura, su presencia me incomoda, el saber que me observa. me siento de cierta manera desnuda, como si de repente lo supiera todo de mí. Poco a poco comienzo a sentir ansiedad; una chica normal le encantaría tener su atención. Sin embargo, no soy cualquier chica y mucho menos normal.
- No estas leyendo. Puedo ver que ni siquiera observas el libro. - Dice mientras se acomoda como si fuera el dueño del lugar. Me incorporo tomando una posición de más seguridad y menos comodidad, en resumen, derecha como un soldado. Cierro el libro con fuerza.
- ¿Qué quieres? - Su presencia colma mi paciencia, me desconcentra, penetra en mi cabeza como taladro. Es ahí donde me percato que viste completamente de negro, bueno tenemos algo en común.
- Sencillo, que me concedas el libro, ya que no vas a leerlo. - Levanto una ceja para que vea que no se lo voy a dar y resopla expulsando el aire con exageración. Me sostiene l mirada y noto lo larga y gruesas que son sus pestañas y las tan perfectos lunares que tiene. Hay chicos que literalmente parecen galletas con chispas de chocolates, pero parece como si Dios se hubiera tomado la molestia de ponerlos en su lugar.
Carraspea su garganta y lo miro con mala cara. Ladeo mi cabeza para que vea mi señal de que se vaya.se para y se sienta en el suelo, pero a frente a mí, por lo que ruedo los ojos. Me relajo en mi lugar y veo como frunce el ceño y lo relaja rápidamente.
- ¿Quién dice que no lo leo? - Sonríe.
- Página 160. - Me tardo un poco en reaccionar, dudo en hacerlo, pero al final busco la dichosa página. Iba a leerla en voz alta. Peto vino una idea, más bien una estupidez.
- Si me declamas dos poemas del libro, considero tu oferta de esta mañana.
- Hecho. - Se pone de pie y se acomoda la chaqueta y el cabello.
- ¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas en mí tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
Se escucha un ¡shhh! A coro por lo que me tapo la boca para no reír. Mientras él rueda los ojos.
- Wao eso fue impresionante. - Digo sarcásticamente a lo que él responde subiendo los hombros y sacando el pecho como si de verdad lo hubiera hecho increíble.
- Gustavo Adolfo sí que sabía conquistar. - Dice coqueto mientras sube y baja las cejas.
- Te falta uno.
- Vaya genio. - Dice un poco más serio.
Se sienta de nuevo delante de mí, pero esta vez en la butaca verde que ha arrastrado mientras declamaba. Mientras mis ojos perciben cada movimiento. Se sienta casi en el borde y se acomoda de manera que descansa sus codos a la par con sus rodillas, para luego entrelazar sus dedos. Ahí observo el fino anillo color negro que tiene en su dedo anular en la mano derecha. Con el cual juega inconscientemente. Finaliza sus movimientos clavando su mirada penetrante en la mía. De ese modo resulta algo intimidante, como si hubiera cambiado de personalidad. Su semblante hace resaltar la forma de su quijada marcada. Cuando sus ojos notan que los míos lo estudian, sonríe de lado, una sonrisa casi invisible. Bajo mi mirad al suelo buscando con que distraerme. No se me da nada bien estar con hombre y mucho menos con Disdian.
- Página 165. - Les juro que hasta su tono de voz cambió. Ahor habla como si fuera a decir algo serio importante, Con una lentitud extrema paso cada hoja, por alguna razón mi corazón se acelera al ver el título este poema “Ojos astrales” de José Hernández. A mis ojos llega la nostalgia al recordarlo: a mi padre. Cada noche, antes de dormir, me leía este poema, al punto de parecía nuestra plegaría de cada noche y al terminar solo mor decíamos a coro “El sol no para de mirar tu brillo con celos las estrellas envidian el que te tengo". Lo repetía cada noche sin falta. Aún recuerdo que en el funeral fue lo único que pronuncie.
Si Dios un día
Cegara toda fuente de luz,
El universo se alumbraría
Con esos ojos que tienes tú.
Dios no podría
Tener la noche sobre la nada...
¡Porque aún el mundo se alumbraría
con el recuerdo de tu mirada!
- Haré que vuelvas a brillar, es una promesa. - Pasa su lengua por sus secos labios distrayéndome por completo de la realidad. Donde un chico por primera vez muestra interés en mí y donde yo como siempre no sé qué hacer. ¿Por qué se interesaría en una tormenta como lo soy yo? Ni siquiera me conoce, seguramente es una ficha que tira a cualquier chica, esperando que alguna quiera jugar. Pero no sabe con quién se mete y yo no soy de las que cae tan rápido. Lo siento Collins te equivocaste de chica. Y con ese pensamiento me voy.
Lo dejo como novia plantada y me dispongo a buscar a Alice. Por suerte ella también me buscaba. Sonrío de alivio cuando la veo, pero tengo tantos pensamientos y tantas preguntas que ni siquiera le hablo. Alice al percatarse de mi estado no pregunta, ni comenta solo me guía hasta su auto.
- ¿Estás bien? Te vez distraída. - suspiro.
- El chico misterioso (hago una mueca) Collins estaba ahí. - Alice frunce su seño, señal de que no entiende de que le hablo.
- ¿Te ha hecho daño? - Abre sus ojos asustada y me escanea como rayo láser.