Amor real entre tradiciones

Capítulo 2: Una noche en palacio

El reloj de pared en el ala oeste de Amalienborg marcaba las dos de la madrugada, su tictac apenas audible bajo el silencio que envolvía el palacio. Astrid Møller avanzaba descalza por el pasillo, con una copa de vino en la mano, el cabello castaño suelto sobre los hombros y un vestido de seda que se deslizaba con cada paso. La cena de bienvenida había terminado hace horas, los sirvientes se habían retirado, y los ecos de las risas de los Valdemar y sus propios hermanos resonaban en su memoria como un sueño lejano. Sin embargo, algo la había impulsado a no volver a su habitación, a deambular por los corredores como cuando era niña y el palacio era su patio de juegos.

Una voz la detuvo en seco.

—¿Sabes que estás invadiendo territorio real, Møller? —Christian, apoyado contra el marco de la puerta de la biblioteca, tenía los brazos cruzados y una sonrisa ladeada que desarmaba cualquier intento de compostura. Su camisa blanca estaba desabotonada en el primer botón, y el cabello rubio, ligeramente revuelto, le daba un aire más humano que principesco.

Astrid alzó una ceja, deteniéndose a pocos pasos de él.

—¿Y tú sabes que tienes una obsesión con esta biblioteca desde que tenías doce? —respondió, señalando con la copa hacia las estanterías que se vislumbraba tras la puerta entreabierta—. ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿Ensayando discursos para el consejo real?

Christian rió, un sonido grave que llenó el pasillo. Abrió la puerta del todo, invitándole a entrar con un gesto.

—Algo mejor que discursos. Ven, no muerde.

Ella dudó un segundo, pero la familiaridad de la biblioteca, con sus estanterías infinitas y el olor a cuero viejo, la atrajo como un imán. Entró, dejando que la puerta se cerrara tras ellos. El silencio se llenó de recuerdos: tardes robadas leyendo novelas prohibidas, noches estudiando para exámenes reales en el sofá de cuero desgastado, risas compartidas cuando se escondían de los tutores. Y, en el fondo, algo más, algo que siempre había estado ahí, pero que Astrid nunca se había atrevido a nombrar.

Christian cerró la distancia entre ellos, apoyándose en una mesa cercana. La luz de la luna, filtrándose por los cortinajes, dibujaba sombras suaves en su rostro.

—¿Por qué te fuiste sin decir nada? —preguntó, su voz baja, casi un susurro, pero cargada de una intensidad que hizo que Astrid apretara la copa con más fuerza.

Ella dejó el vino sobre la mesa, buscando tiempo para ordenar sus pensamientos. Giró hacia las estanterías, fingiendo interés en los lomos de los libros.

—No quería hacer una escena, Christian. No soy de las que se despiden llorando en el aeropuerto.

Él dio un paso hacia ella, su presencia llenando el espacio.

—No me refiero a una despedida con lágrimas. Un mensaje, una carta, cualquier cosa. —Hizo una pausa, buscando sus ojos—. Cuatro años, Astrid. Cuatro años sin saber si estabas bien, si me odiabas, si... —Se detuvo, pasándose una mano por el cabello—. Si alguna vez pensaste en mí.

Astrid lo miró, sorprendida por la vulnerabilidad en su voz. El príncipe heredero, el hombre que enfrentaba a embajadores y consejos reales sin inmutarse, estaba ahí, frente a ella, desarmado.

—No te odiaba —dijo, su voz más suave ahora—. Nunca podría. Pero... me estaba enamorando de ti. Y tú ibas a casarte con una princesa sueca.

Christian frunció el ceño, como si las palabras lo hubieran golpeado.

—¿La princesa sueca? ¿Ese acuerdo de estado? —Soltó una risa amarga—. Ni siquiera llegamos al compromiso oficial. Era una idea de los consejeros, nada más. ¿Por eso te fuiste? ¿Por un rumor?

—No era un rumor, Christian. —Astrid cruzó los brazos, sintiendo el peso de esos años—. Vi las fotos, las noticias, las sonrisas en las cenas de gala. Y luego estaba... todo lo demás. Mi vida se complicó, y no quería arrastrarte conmigo.

Él avanzó, lento pero decidido, hasta quedar a un paso de ella. La biblioteca parecía más pequeña ahora, el aire cargado de una tensión que ninguno podía ignorar.

—¿Arrastrarme? Astrid, eras mi mejor amiga. La única persona que me veía como Christian, no como el heredero. ¿Y crees que no habría querido saber qué te pasaba?

Ella tragó saliva, sintiendo el calor de su cercanía. Quería retroceder, pero sus pies no se movieron.

—No sabía cómo decírtelo. No quería que me vieras... rota.

Christian la miró fijamente, sus ojos azules buscando los de ella como si pudieran leer cada verdad que escondía.

—¿Y ahora? —preguntó, su voz más baja, casi un murmullo—. ¿Por qué estás aquí, Astrid? ¿Qué cambió?

Ella abrió la boca, pero las palabras se atoraron. Antes de que pudiera responder, un ruido en la puerta los hizo girar. Nikolai, el segundo mayor de los Valdemar, entró con una botella de licor en la mano y una sonrisa traviesa.

—¿Interrumpo algo? —preguntó, alzando las cejas al verlos tan cerca—. Porque parece que estoy interrumpiendo algo.

Christian puso los ojos en blanco, pero no se alejó de Astrid.

—Nikolai, ¿no tienes un club nocturno al que escaparte o algo por el estilo?

Nikolai rió, apoyándose en una estantería.

—No esta noche, hermano. Además, quería asegurarme de que no estuvieras aburriendo a Astrid con tus discursos sobre el deber real. —Miró a Astrid con un guiño—. ¿Ya te contó lo de la vez que intentó colarse en la cocina real y terminó cubierto de harina?

Astrid sonrió, agradeciendo la interrupción aunque no lo admitiera.

—Oh, sí, recuerdo esa historia. Creo que aún tengo una foto en alguna parte.

Christian gruñó, pero había un brillo divertido en sus ojos.

—Traidores, los dos.

Antes de que Nikolai pudiera responder, una pequeña figura apareció en la puerta: Sofía, en pijama rosa y con un osito de peluche bajo el brazo, frotándose los ojos.

—¿Qué hacen? —preguntó con voz somnolienta, mirando a los tres con curiosidad.

Christian se agachó de inmediato, su expresión suavizándose.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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