Amor real entre tradiciones

Capítulo 6: Solo tú y yo

La decisión no se pronunció en voz alta. No fue planeada ni discutida en largas conversaciones. Simplemente nació en el silencio de una mirada compartida, un suspiro que decía más que cualquier palabra. Astrid y Christian habían escapado esa tarde a la costa de Skagen, donde el mar del Norte y el Báltico se encontraban en un abrazo imposible, rozándose sin mezclarse del todo, como si las aguas mismas entendieran lo que era amar a distancia.

Caminaban por la playa, descalzos, con la arena fría entre los dedos y el viento enredando el cabello de Astrid. Christian sostenía su mano, su agarre firme pero gentil, como si temiera que el viento pudiera llevársela.

—¿Si solo tuviéramos una noche más, qué harías? —preguntó él, deteniéndose para mirarla. Sus ojos azules reflejaban el gris del cielo, pero había un calor en ellos que la hizo estremecer.

Astrid se giró, sus botas colgando de una mano, y lo miró con una determinación que no sabía que llevaba dentro.

—Me casaría contigo —dijo, su voz firme, aunque el corazón le latía con fuerza.

Christian se detuvo en seco, su mano apretando la de ella. No era sorpresa lo que lo paralizaba, sino la certeza de que había soñado esas palabras tantas veces que escucharlas en voz alta le dolió el pecho.

—¿En serio? —preguntó, su voz apenas un susurro, como si temiera romper el momento.

Ella sonrió, una sonrisa que iluminó la playa más que el sol que se ocultaba en el horizonte.

—¿Tú no lo harías?

Christian la miró, su rostro suavizándose con una mezcla de amor y desafío.

—Ahora mismo. Aquí. Si pudiera, lo haría sin pensarlo.

Astrid rió, pero sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. En ese instante, el mundo se volvió más claro. No importaban los títulos, las expectativas de la corona, ni la oferta de Suecia que pesaba como una sentencia. Solo importaban ellos dos, de pie en una playa donde el tiempo parecía detenerse.

—Entonces, ¿por qué no lo hacemos? —dijo ella, medio en broma, pero con un dejo de seriedad que hizo que Christian la mirara con intensidad.

—¿Hablas en serio, Astrid? —preguntó, dando un paso más cerca, su voz cargada de esperanza y nerviosismo—. Porque si lo dices, no hay vuelta atrás. No conmigo.

Ella lo miró, su corazón acelerado, pero su decisión tomada.

—Nunca he hablado más en serio, Christian. No quiero esperar a que el mundo decida por nosotros. Quiero que esta noche sea nuestra.

Él la atrajo hacia sí, besándola con una urgencia que mezclaba amor y desesperación. Cuando se separaron, sus frentes seguían tocándose, y él susurró:

—Entonces hagámoslo. Solo tú y yo. Sin palacio, sin prensa, sin nadie más.

Horas después, una pequeña capilla de madera en un acantilado los recibió como únicos invitados. La estructura era sencilla, con una cruz de roble en el altar y ventanas que dejaban entrar la brisa salada del mar. Un sacerdote anciano, con el cabello blanco y una mirada compasiva, los esperaba en el interior. Había sido idea de Christian, un contacto discreto que no haría preguntas ni alertaría a la prensa. El hombre los observó con la sabiduría de quien ha visto muchas historias imposibles, pero ninguna como la de ellos.

—¿Están seguros? —preguntó el sacerdote, su voz suave pero firme, mientras sostenía un libro de oraciones gastado por los años.

Astrid asintió, apretando la mano de Christian con tanta fuerza que sus nudillos se blanquearon.

—Queremos casarnos como dos personas que se aman —dijo, su voz temblando pero decidida—. Sin títulos. Sin flashes. Sin familia. Solo nosotros.

Christian la miró, su expresión una mezcla de orgullo y devoción.

—Solo nosotros —repitió, su voz baja pero cargada de certeza.

El sacerdote sonrió, asintiendo, y comenzó la ceremonia. No había coro, ni flores, ni anillos de oro. Solo la luz de la luna filtrándose por las ventanas, el sonido del mar como música de fondo y dos corazones que latían al unísono.

—Christian Valdemar —dijo el sacerdote, su voz resonando en la capilla vacía—, ¿aceptas a Astrid Møller como tu esposa, en libertad, con amor y sin temor al juicio de los hombres?

Christian miró a Astrid, sus ojos brillando con una emoción que apenas podía contener.

—La acepto. Siempre la he aceptado —susurró, su voz quebrada por la intensidad del momento—. Desde el día en que la conocí, supe que era ella.

El sacerdote se volvió hacia Astrid, su mirada cálida pero seria.

—Astrid Møller, ¿aceptas a Christian Valdemar como tu esposo, sabiendo quién es… y el precio de este amor?

Ella lo miró, con lágrimas rodando por sus mejillas, pero su voz no titubeó.

—Sì. Lo acepto. Lo amo. Y no me arrepentiré jamás de esta noche.

Cuando el sacerdote los declaró marido y mujer, Christian la besó con una mezcla de ternura y desesperación, como si quisiera sellar la promesa antes de que el mundo pudiera arrebatársela. Astrid se aferró a él, sus manos temblando contra su pecho, y por un momento, no existió nada más: ni palacios, ni coronas, ni titulares.

Esa noche, en una cabaña junto al mar que el duque Henrik usaba como refugio de pesca, hicieron el amor con una devoción que no buscaba apresurarse. Cada caricia era una promesa, cada susurro una declaración. Las sábanas los envolvían como un capullo, y el sonido de las olas era el único testigo de su unión.

—Ahora eres mi esposa —susurró Christian, acariciando su rostro mientras yacían juntos, la luna iluminando sus siluetas.

—Y tú eres mi hogar —respondió Astrid, con una sonrisa melancólica que escondía el peso de lo que vendría.

Él la atrajo más cerca, besando su frente.

—¿Alguna vez imaginaste esto? —preguntó, su voz suave, casi como si temiera romper el momento—. ¿Nosotros, casados, escondidos en una cabaña como si fuéramos ladrones?

Astrid rió, apoyando la mejilla en su pecho.

—Cuando tenía dieciséis años, soñaba con casarme contigo en el salón de invierno, con un vestido ridículamente grande y Sofía tirando flores. —Hizo una pausa, sonriendo al recuerdo—. Pero esto… esto es mejor. Es real.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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