Amor real entre tradiciones

Capítulo 8: Detrás de las cortinas

La embajada danesa en Copenhague brillaba bajo las luces de las arañas de cristal, sus salones llenos del murmullo de diplomáticos, el tintineo de copas y la música suave de un cuarteto de cuerdas. La recepción era en honor a Astrid Møller, una bienvenida oficial tras dos años de un trabajo impecable en Estocolmo. Vestía un conjunto azul oscuro, sobrio pero elegante, con la melena recogida en un moño bajo que dejaba al descubierto su cuello. Su sonrisa diplomática, perfeccionada en innumerables negociaciones y conferencias, era una máscara perfecta. Pero sus ojos verdes, inquietos, buscaban algo —o a alguien— entre la multitud.

Y él, como siempre, estaba allí.

Christian Valdemar entró al salón media hora después del inicio, sin fanfarria ni anuncio. Solo una figura alta, con un traje negro impecable, una copa de vino blanco en la mano y la mirada fija en Astrid. Los invitados apenas notaron su llegada, pero ella sintió su presencia como un imán. Cuando logró acercarse, sorteando saludos y conversaciones triviales, se inclinó hacia ella, su aliento cálido rozando su oído.

—Estás más hermosa que nunca —susurró, su voz baja, íntima, como si el resto del mundo no existiera.

Astrid no respondió de inmediato. Tomó la copa que él le ofrecía, sus dedos rozando los suyos por un instante, y sonrió con disimulo.

—Gracias por venir —dijo, manteniendo el tono formal, aunque sus ojos traicionaban una chispa de complicidad.

Christian alzó una ceja, su sonrisa torcida deshaciendo cualquier intento de protocolo.

—¿Creíste que no lo haría? ¿Que me perdería la oportunidad de verte brillar frente a todos estos aburridos diplomáticos?

Ella rió suavemente, inclinando la cabeza para ocultar el rubor que subía por sus mejillas.

—Creí que sería peligroso —respondió, bajando la voz—. Ya sabes, las cámaras, los rumores… la reina madre con su radar para los escándalos.

Él dio un paso más cerca, su presencia llenando el espacio entre ellos.

—Que miren —dijo, su tono desafiante pero suave—. Que hablen. No me importa. No después de todo lo que hemos pasado.

Por un momento, no fueron el príncipe heredero y la diplomática. Eran solo Christian y Astrid, dos almas atrapadas en un amor que ardía bajo la superficie, a pesar de las miradas curiosas y los murmullos que empezaban a circular.

La gala transcurrió entre discursos, brindis y un vals que Astrid no pudo rechazar cuando Christian extendió su mano con una reverencia exagerada.

—¿Me concede este baile, señorita Møller? —preguntó, su tono burlón pero sus ojos serios, como si el baile fuera más que un gesto social.

Ella puso los ojos en blanco, pero tomó su mano, dejando que la guiara al centro del salón.

—Estás disfrutando esto demasiado, Valdemar —murmuró mientras giraban al ritmo de la música, sus cuerpos perfectamente sincronizados.

—Y tú estás fingiendo que no —respondió él, su mano en su cintura apretándola un poco más de lo estrictamente necesario—. Admítelo, te encanta que te saque a bailar frente a todos.

Astrid rió, inclinándose ligeramente hacia él.

—Lo que me encanta es verte intentar mantener el decoro cuando claramente quieres arrastrarme a un rincón.

Christian soltó una risa baja, sus ojos brillando con picardía.

—No me tientes, Astrid. Porque sabes que lo haría.

Justo antes de la medianoche, desaparecieron. Nadie los vio salir, pero las cámaras captaron sus miradas cómplices, el roce de sus manos, y el momento en que se escabulleron por una puerta lateral. Los murmullos comenzaron casi de inmediato.

La pequeña casita en las afueras de Roskilde los esperaba, como siempre. Era su refugio secreto, un lugar que nadie más conocía. Sin sirvientes, sin protocolo, solo el crepitar del fuego en la chimenea y una cama desordenada que parecía contar su historia. Astrid se quitó los tacones en la entrada, dejando caer su abrigo en una silla mientras Christian cerraba la puerta tras ellos.

—Todo el mundo nos vio desaparecer —dijo ella, girándose hacia él con una mezcla de diversión y preocupación—. La prensa va a tener un festín mañana.

Christian la abrazó por la cintura, atrayéndola hacia sí.

—Y que vean —respondió, su voz firme, sus manos cálidas contra su espalda—. Que se pregunten. Que hablen. No pueden probar nada.

—Todavía —corrigió ella, alzando una ceja mientras apoyaba las manos en su pecho—. Pero están cerca, Christian. Freja ya lo sabe, Nikolai también. Y Emil… Emil me miró como si quisiera interrogarme cuando llegué esta mañana.

Christian suspiró, inclinándose para besar su cuello con una suavidad que contrastaba con la intensidad de sus palabras.

—Te extrañé cada segundo que estuviste en Suecia —murmuró contra su piel—. Necesitaba sentir esto… saber que no fue solo un sueño. Que eres mi esposa, aunque nadie más lo sepa.

Astrid cerró los ojos, dejándose envolver por su calor.

—No fue un sueño —respondió, girándose para quedar frente a él, sus manos subiendo hasta su rostro—. Nunca lo fue. Pero… ¿y si alguien descubre lo de Skagen? ¿La capilla? ¿Nosotros?

Él la miró, sus ojos azules cargados de una determinación que la ancló.

—Que lo descubran. No pienso negarte, Astrid. No después de todo lo que hemos pasado. —Hizo una pausa, su voz suavizándose—. Te amo. Y no voy a dejar que el miedo nos robe esto.

Ella sonrió, aunque el peso de la realidad seguía allí, acechando. Se besaron con la urgencia de quienes saben que el tiempo es prestado, pero también con la calma de quienes se conocen profundamente. Esa noche, como tantas otras, se pertenecieron sin palabras, con caricias que hablaban más que cualquier juramento real o promesa diplomática.

Al amanecer, la luz se filtraba por las cortinas blancas de la casita, iluminando sus cuerpos enredados bajo las sábanas. Astrid, con la cabeza apoyada en el pecho de Christian, escuchaba el latido de su corazón mientras él jugaba con un mechón de su cabello.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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