Amor real entre tradiciones

Capítulo 9: Lo que el cuerpo calla

El regreso a Dinamarca había sido un torbellino de celebraciones y elogios, pero Astrid Møller sabía leer entre líneas. Bajo las sonrisas diplomáticas y los brindis en su honor, había miradas largas, susurros apagados y tensiones que flotaban como nubes de tormenta. La recepción en la embajada había sido solo el comienzo. Ahora, de vuelta en Copenhague, sentía el peso de los ojos que la seguían, especialmente los de Frederikke, la prometida de Nikolaj, cuya elegancia fría escondía una vigilancia que ponía a Astrid al borde de los nervios.

Era una tarde gris en Amalienborg, durante una reunión privada organizada por la familia real. El salón, con sus paredes de marfil y arañas de cristal, estaba lleno de rostros familiares: la reina madre, con su porte impecable; Nikolai, bromeando con Henrik; Sofía, dibujando en una esquina; y Frederikke, que parecía no perder detalle de cada movimiento de Astrid.

—Has regresado muy cambiada —dijo Frederikke, acercándose con una copa de vino en la mano, su voz suave pero cargada de intención. Llevaba un vestido verde esmeralda que resaltaba sus ojos, y su sonrisa era tan afilada como un cuchillo.

Astrid, con un vestido gris perla, mantuvo su expresión serena, aunque su pulso se aceleró.

—El trabajo en el extranjero hace eso —respondió, alzando su copa de agua con una sonrisa diplomática—. Suecia te enseña a ser más… paciente.

Frederikke dio un sorbo a su vino, sin apartar la mirada.

—O quizás sea el amor —murmuró, acercándose un paso más—. El tipo de amor que se oculta en casas rurales, lejos de las cámaras.

Astrid sintió un escalofrío. La copa tembló ligeramente en su mano, pero mantuvo la compostura.

—No sé de qué hablas, Frederikke —dijo, su voz firme, aunque por dentro su mente corría a toda velocidad.

Frederikke inclinó la cabeza, su sonrisa volviéndose más afilada.

—Oh, yo sí. Sé mucho más de lo que tú crees, Astrid. —Hizo una pausa, bajando la voz—. Y no soy la única que está empezando a sospechar.

Antes de que Astrid pudiera responder, Sofía corrió hacia ellas, sosteniendo un dibujo de un castillo cubierto de flores.

—¡Astrid! ¡Mira! —gritó, ajena a la tensión—. ¡Es para ti y Christian!

Frederikke alzó una ceja, su mirada pasando de Sofía a Astrid con una precisión quirúrgica.

—Qué dulce —dijo, su tono goteando ironía—. Parece que la pequeña princesa también tiene sus sospechas.

Astrid tomó el dibujo, sonriendo a Sofía para ocultar el torbellino en su interior.

—Es hermoso, princesa. Christian estará encantado —dijo, alborotando el cabello de la niña antes de que corriera de vuelta a su rincón.

Frederikke se acercó un poco más, su voz ahora un susurro.

—Ten cuidado, Astrid. Los secretos como el tuyo no duran mucho en un lugar como este.

Y con eso, se alejó, dejando a Astrid con el corazón latiendo en la garganta.

Esa noche, en su pequeño apartamento en el centro de Copenhague, Astrid se encerró con las cortinas cerradas y el corazón acelerado. Estaba acostumbrada a la presión, a los rumores, incluso a las amenazas veladas. Pero esto era diferente. Frederikke no era solo una observadora; era una amenaza con motivos propios, y Astrid lo sabía. Proteger el secreto de Skagen, su matrimonio con Christian, ya era bastante difícil. Pero ahora había algo más, algo que su cuerpo no podía seguir ocultando.

Llevaba días sintiéndose mal. Náuseas al despertar, fatiga que la dejaba exhausta después de reuniones cortas, un cansancio inexplicable que había intentado atribuir al estrés del regreso, al jetlag, a cualquier cosa menos a la verdad que temía. Pero esa mañana, frente al espejo de su baño, lo supo. Su cuerpo no mentía.

Temblando, salió a la farmacia más cercana, con gafas oscuras y una bufanda cubriéndole la mitad del rostro. Compró tres pruebas de embarazo distintas, como si necesitaras confirmarlo tres veces para creerlo. De vuelta en su apartamento, se sentó en el borde de la bañera, mirando los resultados.

Todas positivas.

—No puede ser —susurró, su voz apenas audible—. No ahora. No así.

El timbre de la puerta la sacó de su trance. Era Christian, con una chaqueta negra y esa mirada preocupada que siempre parecía leerla mejor de lo que ella quisiera.

—Te ves pálida —dijo al entrar, dejando caer su abrigo en el sofá y acercándose a ella con rapidez—. ¿Estás bien?

Astrid intentó sonreír, pero sus ojos evitaron los de él.

—Estoy bien —mintió, caminando hacia la ventana para ganar tiempo—. Solo… cansada.

Christian no insistió de inmediato. En cambio, la abrazó por detrás, rodeándola con sus brazos y apoyando la barbilla en su hombro. El silencio entre ellos era cálido, pero Astrid sabía que no podía durar.

—Algo está mal —dijo él, su voz suave pero firme—. Conozco esa mirada, Astrid. Dímelo.

Ella cerró los ojos, sintiendo el calor de su abrazo como un ancla. Finalmente, se giró, tomando su mano y guiándola hacia el sofá. Se sentó a su lado, respirando hondo antes de hablar.

—Christian… necesito que me prometas que pase lo que pase, no te vas a alejar de mí.

Él frunció el ceño, su mano apretando la de ella.

—Nunca me alejaría de ti. Lo sabes. —Hizo una pausa, buscando sus ojos—. ¿Qué sucede?

Astrid tragó saliva, su mano temblando mientras la llevaba al vientre, aún plano, aún sin señales visibles, pero tan real.

—No estoy enferma —susurró—. Estoy embarazada.

Christian se quedó inmóvil, sus ojos abiertos de par en par. No era miedo ni desconcierto lo que lo paralizaba, sino un torrente de emociones que parecía desbordarlo. Lentamente, una sonrisa comenzó a formarse en su rostro, aunque sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

—¿Estás segura? —preguntó, su voz quebrada por la sorpresa y algo más profundo.

Ella asintió, mordiéndose el labio para contener sus propias lágrimas.

—Tres pruebas. Todas positivas. —Hizo una pausa, su voz temblando—. Y no sé cuánto tiempo más podremos ocultarlo, Christian. Frederikke… ella intuye algo. Está esperando un solo paso en falso para hundirnos.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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