El salón de prensa del Palacio de Amalienborg estaba abarrotado, un hervidero de expectación. Periodistas de toda Escandinavia, y algunos de más allá, esperaban con cámaras listas, micrófonos en alto y blocs de notas abiertos. Nadie sabía exactamente qué anunciarán el príncipe heredero y la joven diplomática danesa, pero los rumores, alimentados por meses de susurros y fotos borrosas, eran un incendio imposible de ignorar.
Astrid Møller se alisó la falda de su vestido marfil, sencillo pero elegante, mientras sentía el calor de la mano de Christian Valdemar apretando la suya. Estaban en un pequeño salón contiguo, esperando el momento de salir. Los nervios le recorrían la piel, pero su rostro mantenía la compostura que había perfeccionado en años de diplomacia.
—¿Lista? —murmuró Christian, inclinándose hacia ella, su voz suave pero cargada de complicidad.
—Tanto como se puede estar para mentir a medias frente a todo el reino —respondió Astrid, con una media sonrisa que no ocultaba del todo su ansiedad.
Él rió bajito, sus ojos azules brillando con una mezcla de amor y desafío.
—No es una mentira —susurró, acercándose aún más, su aliento rozando su mejilla—. Es solo… una versión pausada de la verdad. Somos esposos, Astrid. Esto es solo un trámite para el mundo.
Ella lo miró, su corazón acelerándose ante la seguridad en su voz.
—Espero que seas tan bueno actuando como lo eres besando, Valdemar —bromeó, intentando aligerar el momento.
Christian alzó una ceja, su sonrisa torcida deshaciendo cualquier rastro de tensión.
—Desafío aceptado, Señora de mi vida. Pero no me tientes, porque sabes que prefiero la segunda opción.
Antes de que pudiera responder, el vocero real abrió la puerta y les hizo una seña. El murmullo del salón se intensificó, y un estallido de flashes los recibió cuando entraron. El silencio cayó como una cortina cuando Christian se acercó al podio, con Astrid a su lado, sus manos aún entrelazadas.
—Buenas tardes a todos —comenzó Christian, su voz firme, proyectando la calma de un futuro rey—. Agradezco que hayan venido. Este anuncio es personal, pero también de gran importancia para la familia real y el país.
Hizo una pausa, dejando que las palabras se asentaran. Los periodistas se inclinaron hacia adelante, los objetivos de las cámaras capturando cada detalle.
—Durante muchos años, Astrid y yo hemos compartido una amistad profunda —continuó, mirando a Astrid con una sonrisa que era solo para ella—. Luego una relación cercana, y con el tiempo, lo que sentimos el uno por el otro dejó de poder ocultarse. Hoy, con mucha alegría… queremos compartir con ustedes que estamos comprometidos.
Los aplausos estallaron, un rugido que llenó el salón. Astrid dio un paso adelante, tomando el micrófono que Christian le ofrecía. Su corazón latía con fuerza, pero su voz salió clara, entrenada para mantener la compostura bajo presión.
—Esta decisión no ha sido apresurada —dijo, mirando a la multitud con una mezcla de confianza y calidez—. Nos conocemos desde la adolescencia, y aunque nuestras vidas nos llevaron por caminos distintos, siempre encontramos la forma de volver el uno al otro. Agradecemos a la familia real, especialmente al Rey, por su bendición y apoyo.
Las preguntas no tardaron en llegar, disparadas como flechas desde todas direcciones.
—¿Cuándo será la boda? —gritó un periodista del Berlingske.
—¿Desde cuándo están juntos? —preguntó otro, con un acento sueco.
—¿Qué opinan los hermanos del príncipe? —inquirió una reportera de la BBC, alzando su grabadora.
Christian sonrió, levantando una mano para calmar el aluvión.
—La boda será anunciada oficialmente en su debido momento —respondió, su tono ligero pero firme—. Por ahora, queremos disfrutar esta etapa con la gente que queremos. En cuanto a mis hermanos… bueno, algunos se sorprendieron. —Rió suavemente, y Astrid no pudo evitar sonreír, recordando la cara de Nikolai cuando se enteró del matrimonio secreto.
Astrid tomó la palabra, su mirada firme mientras enfrentaba las cámaras.
—Esto no es un cuento de hadas —dijo, su voz resonando con una sinceridad que silenció a la sala—. Ambos trabajamos, ambos servimos a nuestras naciones, y sabemos lo que implica un compromiso de este tipo. Pero no hay deber más grande que el amor con propósito. Y eso es lo que Christian y yo hemos encontrado.
El aplauso volvió, más cálido esta vez. Pero mientras respondían un par de preguntas más, Astrid sintió una punzada de inquietud. En algún lugar de la sala, sabía que había ojos que no aplaudían, que observaban con intenciones menos benignas.
Cuando la rueda de prensa terminó, salieron por una puerta lateral que daba al jardín privado de Amalienborg. El aire fresco del atardecer los envolvió, y Astrid suspiró, apoyándose en el brazo de Christian.
—¿Crees que nos crean? —preguntó, mirando los rosales que bordeaban el sendero.
Christian la atrajo hacia sí, besando su frente con una ternura que la hizo cerrar los ojos.
—No importa si lo hacen hoy —dijo, su voz baja pero segura—. Lo harán cuando vean que lo nuestro… es real. Que siempre lo ha sido.
Ella rió, inclinándose para besar su mejilla.
—Estamos casados hace dos años y ellos creen que apenas vamos a casarnos… esto va a ser interesante.
Christian soltó una carcajada, rodeándola con sus brazos.
—Bienvenida a la diplomacia real, Señora de mi vida. —Hizo una pausa, su tono volviéndose más serio—. Pero hablando en serio, Astrid… esto es solo el comienzo. Ahora que lo hemos dicho, la prensa no va a parar. Y Frederikke…
Astrid suspiró, su sonrisa desvaneciéndose.
—Frederikke —repitió, su voz cargada de preocupación—. La vi en la gala de bienvenida. Me miró como si ya supiera todo. Y no solo lo nuestro… creo que sospecha del bebé.
Christian frunció el ceño, sus manos apretando las de ella.
—No puede saberlo. Nadie lo sabe, excepto mi padre. Y él no dirá nada.