Amor real entre tradiciones

Capítulo 13: Verdades, traiciones y un paso al frente

El sol apenas despuntaba en el horizonte de Copenhague, tiñendo de un rosa pálido las cúpulas de Amalienborg, cuando Astrid Møller se preparaba para su primer acto público como la prometida oficial del príncipe heredero. La gala benéfica en el Teatro Real, en honor a los artistas emergentes del norte de Europa, sería su debut formal al lado de Christian Valdemar. Todas las miradas estarían sobre ella, y lo sabía. Mientras una estilista ajustaba el vestido de satén azul noche que abrazaba su figura, Astrid intentaba calmar los nervios que le recorrían la piel.

La puerta de la habitación se abrió de golpe, y Emil, su hermano mayor, entró con una sonrisa que iluminó el espacio. Llevaba una chaqueta de cuero y su habitual aire despreocupado, pero sus ojos brillaban con orgullo.

—Estás preciosa —dijo sin preámbulos, apoyándose en el marco de la puerta—. Aunque… te ves un poco más… ¿redondeada?

Astrid soltó una risa nerviosa, girándose para mirarlo mientras la estilista se alejaba discretamente.

—¿Tú también? —preguntó, alzando una ceja, aunque no pudo evitar que una sonrisa suave se dibujara en sus labios.

Emil se acercó, su expresión suavizándose. Le dio un beso en la frente, un gesto raro en él, pero cargado de cariño.

—Hermana mía, soy tu hermano. Te conozco mejor que nadie. —Hizo una pausa, bajando la voz—. No hace falta decirlo. Estoy feliz por ti… y por ese bebé que viene en camino.

Los ojos de Astrid se llenaron de lágrimas, y se lanzó a sus brazos, abrazándolo con fuerza.

—Gracias, Emil. De verdad. No sabes cuánto significa que estés de mi lado.

Él rió, apretándola un poco antes de soltarla.

—¿Christian está nervioso? Porque tú pareces a punto de salir corriendo.

Astrid sonrió, secándose una lágrima con la punta de los dedos.

—Él nació para esto. Yo soy la que tiembla como hoja en el viento.

Emil le guiñó un ojo, apoyándose en la cómoda.

—Pues tiembla con elegancia, hermana. Y que se note que los Møller sabemos reinar sin corona.

Antes de que Astrid pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo, y Nikolai irrumpió con el ceño fruncido, su rostro tenso por una mezcla de enojo y preocupación. Llevaba un traje impecable, pero su postura delataba que no estaba allí para charlas casuales.

—Astrid, tenemos que hablar —espetó, cerrando la puerta tras él con un golpe seco.

Astrid suspiró, enderezándose mientras lo miraba con calma, aunque por dentro sentía el peso de lo que venía.

—¿Sobre qué, Nikolai?

Él cruzó los brazos, su mirada fija en ella, casi acusadora.

—¿Estás embarazada?

El silencio llenó la habitación como una marea. Astrid no respondió de inmediato, pero no apartó la mirada, sosteniendo la de su hermano con una mezcla de desafío y vulnerabilidad.

—¿¡Cómo pudiste ocultarlo!? —espetó Nikolai, dando un paso adelante, su voz elevándose—. ¡A mí! ¡Tu hermano! ¡Tu familia!

Astrid respiró hondo, su voz firme a pesar de la tormenta en su pecho.

—¿Familia? —replicó, su tono endureciéndose—. ¿La misma familia que nunca me tomó en serio porque era mujer? ¿La misma que celebraba tus logros mientras mis ideas eran llamadas “caprichos”?

Nikolai apretó los puños, su rostro enrojeciendo.

—¡Eso no es verdad! —gritó, pero había un dejo de duda en su voz—. ¡No es por el embarazo, Astrid! ¡Es porque te casaste con él a espaldas de todos! ¡Incluso de mí!

Emil, que había estado observando en silencio, intervino con una risa seca, cruzándose de brazos.

—¿Y tú, Nikolai? —dijo, su tono cortante—. ¿Dónde está esa indignación cuando se trata de tus propios secretos con Frederikke?

Nikolai se quedó helado, su mirada pasando de Emil a Astrid con confusión.

—¿Qué? —preguntó, su voz más baja ahora, como si temiera la respuesta.

Astrid frunció el ceño, mirando a Emil.

—¿Qué estás diciendo, Emil?

Emil soltó un suspiro, pasándose una mano por el cabello.

—Nada, olvídalo. —Se volvió hacia Nikolai, su tono más serio—. Solo digo que si vas a juzgar a Astrid, al menos sé coherente. Todos tenemos secretos, hermano. No actúes como si fueras el único con derecho a estar molesto.

Nikolai abrió la boca para responder, pero se detuvo, claramente desconcertado. Finalmente, bajó los hombros, su enojo desinflándose.

—No quería atacarte, Astrid —dijo, su voz más suave ahora—. Es solo que… me duele que no confíes en mí. Somos familia.

Astrid se acercó, poniendo una mano en su brazo.

—Te quiero, Nikolai. Pero me casé con el hombre que amo. No le debo explicaciones a nadie más que a mí misma. Y ahora… —Hizo una pausa, su mano rozando su vientre—. Ahora hay más en juego que solo nosotros.

Nikolai la miró, sus ojos suavizándose al entender lo que no decía.

—¿Es cierto, entonces? —preguntó, casi en un susurro—. ¿El bebé?

Ella asintió, una sonrisa pequeña asomando en sus labios.

—Es cierto. Y espero que algún día estés tan feliz por mí como Emil.

Nikolai suspiró, pasándose una mano por el rostro.

—Voy a necesitar tiempo, Astrid. Pero… no estoy en tu contra. Solo quiero que estés bien.

Emil dio un paso adelante, poniendo una mano en el hombro de Nikolai.

—Entonces apóyala, idiota —dijo, con una sonrisa que quitó el filo a sus palabras—. Porque nuestra hermana está a punto de enfrentarse al mundo entero, y no va a hacerlo sola.

Esa noche, la gala benéfica en el Teatro Real fue un espectáculo deslumbrante. Astrid descendió del coche con Christian a su lado, su vestido de satén azul noche brillando bajo los flashes de las cámaras. La sutil curvatura de su vientre, apenas perceptible, no pasó desapercibida para los ojos más atentos. Christian, impecable en un traje negro, le ofreció su brazo con una sonrisa que era tanto un escudo como una declaración.

—¿Lista para deslumbrarlos? —susurró, inclinándose hacia ella mientras subían las escaleras del teatro.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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