Amor real entre tradiciones

Capítulo 16: El eco del silencio

El nacimiento del primer hijo de Astrid Møller y Christian Valdemar fue anunciado con un júbilo que resonó en todo Dinamarca. Las campanas de las iglesias repicaron al amanecer, las calles de Copenhague se llenaron de flores rojas y blancas, y en las redes sociales, el hashtag #HerederoReal se convirtió en tendencia mundial. El comunicado oficial, leído desde el balcón de Amalienborg, confirmó que un varón saludable había nacido en la clínica privada del palacio a las 3:47 de la madrugada. El reino entero suspiraba con ilusión, celebrando a la pareja que había conquistado sus corazones.

Pero en la intimidad de la suite real, algo no estaba bien.

Astrid, recostada en la cama con el bebé en brazos, lo miraba con una mezcla de amor y desconcierto. Sus manos temblaban ligeramente mientras acariciaba su mejilla, pero sus ojos verdes estaban nublados por una duda que no podía nombrar. Christian, sentado a su lado, sostenía su mano, su rostro reflejando una preocupación que intentaba disimular.

—¿Éste… es nuestro hijo? —preguntó Astrid en voz baja, su voz apenas un susurro mientras estudiaba los rasgos del pequeño—. Tiene los ojos muy oscuros, Christian… como si no me viera.

Christian inclinó la cabeza, rozando con ternura la cabecita cubierta de un fino cabello negro. Sus propios ojos azules se detuvieron en los del bebé, buscando algo familiar, pero no lo encontró. No era solo el color oscuro, casi negro, de los ojos del niño, ni la forma de su rostro, más angulosa de lo que esperaba. Era algo más profundo, una sensación que apretaba su pecho.

—Debe ser el cansancio, Astrid —murmuró, apretando su mano para reconfortarla, aunque su voz temblaba ligeramente—. Es nuestro hijo. Lo sabremos con el tiempo. Los bebés cambian, ¿no?

Ella asintió, queriendo creerle, pero la duda seguía allí, como una sombra que no se disipaba. Forzó una sonrisa, inclinándose para besar la frente del pequeño.

—Tienes razón —susurró, más para sí misma que para él—. Es solo… que todo esto es nuevo.

Christian la abrazó, besando su cabello.

—Estamos juntos en esto, amor. Siempre.

Los días pasaron, pero la certeza que esperaban no llegó. El bebé, al que habían nombrado Oscar en honor al Rey, era saludable, tranquilo, pero algo en él seguía sintiéndose… extraño. No se parecía a Astrid, con su cabello castaño y ojos verdes, ni a Christian, con su mirada azul y rasgos suaves. Incluso su llanto, agudo y casi musical, parecía pertenecer a otro lugar.

Fue Ingrid, la hermana menor de Christian, quien se atrevió a decirlo en voz alta primero. Estaban en la sala familiar del palacio, un espacio cálido con sofás de terciopelo y retratos antiguos. Ingrid, con dieciocho años y una intuición afilada, sostenía al pequeño Frederik mientras Sofía jugaba con un rompecabezas en el suelo.

—Este bebé no se parece a nadie de la familia —dijo Ingrid, su tono directo pero suave, como si temiera herir a alguien—. Ni a ti, Christian, ni a Astrid. Y no lo digo con maldad… es que siento algo raro. Como si no perteneciera.

Astrid, que estaba sentada junto a Christian, sintió un escalofrío. Sus manos, que sostenían una taza de té, se detuvieron en el aire.

—¿Qué estás diciendo, Ingrid? —preguntó, su voz tensa, aunque intentaba mantener la calma.

Ingrid levantó la mirada, sus ojos verdes encontrando los de Astrid.

—No sé cómo explicarlo —admitió, meciendo al bebé con cuidado—. Es solo una sensación. Sus ojos, su cara… no son como los nuestros. Ni siquiera como los de la familia Møller. ¿No lo has notado?

Christian frunció el ceño, inclinándose hacia adelante.

—Ingrid, es un recién nacido —dijo, su tono defensivo pero no agresivo—. Los bebés no siempre se parecen a sus padres al principio. Y es nuestro hijo. Lo vimos nacer.

Sofía, ajena a la tensión, levantó la cabeza desde el suelo.

—¡Es lindo! —dijo, sonriendo—. Pero… ¿por qué no tiene tus ojos, Christian? Tú y yo tenemos los mismos, como papá.

La inocencia de la pregunta cortó el aire como un cuchillo. Astrid y Christian intercambiaron una mirada, la duda creciendo como una marea. Antes de que pudieran responder, Emil entró en la sala, con su chaqueta de cuero y una expresión que oscilaba entre la preocupación y la determinación.

—Perdón por interrumpir la reunión familiar —dijo, apoyándose en el marco de la puerta—. Pero… hay algo que no me deja tranquilo.

Astrid lo miró, su corazón acelerándose.

—¿Qué pasa, Emil? —preguntó, su voz apenas conteniendo el nerviosismo.

Emil se acercó, sentándose en el brazo del sofá junto a ella. Bajó la voz, como si temiera que las paredes escucharan.

—Estuve en la clínica esa noche, Astrid. Cuando nació el bebé. —Hizo una pausa, mirando al pequeño Frederik en los brazos de Ingrid—. Vi al niño justo después del parto, antes de que lo llevaran a limpiar. Tenía una manchita de nacimiento en el tobillo izquierdo. Pequeña, como una estrella.

Astrid sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Christian se inclinó hacia adelante, su rostro endureciéndose.

—¿Y? —preguntó, su voz tensa—. ¿Qué estás diciendo?

Emil miró al bebé, luego a Astrid.

—¿Lo han revisado? ¿Tiene esa marca?

Astrid y Christian se miraron, el silencio entre ellos pesado como plomo. Astrid tomó al bebé de los brazos de Ingrid con cuidado, levantando la manta que lo cubría. Con manos temblorosas, revisó su tobillo izquierdo. Nada. La piel era lisa, impecable.

—No —susurró, su voz quebrándose—. No tiene nada en el tobillo.

Christian se levantó de golpe, pasándose una mano por el cabello.

—Esto no tiene sentido —dijo, su voz temblando de incredulidad—. Lo vimos nacer, Emil. ¡Estábamos ahí!

Emil levantó las manos, intentando calmarlo.

—No digo que no sea su hijo, Christian. Pero… algo no está bien. Lo sentí esa noche, y lo siento ahora.

Ingrid, que había estado escuchando en silencio, se puso de pie, su expresión seria.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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