Amor real entre tradiciones

Capítulo 18: El niño del amanecer

El cielo sobre Gotemburgo estaba cubierto de nubes grises, y el aire olía a humedad y a tierra recién regada cuando el coche blindado se detuvo frente a una villa discreta en las afueras de la ciudad. En el interior del vehículo, Astrid Møller mantenía los dedos entrelazados con los de Christian Valdemar, sus manos temblando ligeramente. Habían viajado en secreto, escoltados por un equipo reducido de inteligencia real, con el corazón latiendo al ritmo de una esperanza frágil. Este momento podía cambiarlo todo.

—¿Y si… no lo reconocemos? —susurró Astrid, su voz apenas audible, un nudo apretándole la garganta.

Christian giró hacia ella, sus ojos azules firmes pero cargados de calidez. Apretó su mano, su pulgar trazando círculos suaves sobre su piel.

—Astrid, lo sabrás en cuanto lo veas —dijo, su voz baja pero segura—. Lo sabrás en el alma. Es nuestro hijo.

Ella asintió, tragando saliva, pero la duda seguía allí, como una sombra persistente. La puerta del coche se abrió, y Lena Mikkelsen, la agente de inteligencia biométrica, los recibió con una expresión seria pero esperanzadora.

—Está dentro —dijo Lena, su tono profesional pero suave—. Los llevaré con él. Pero… prepárense. Es un momento delicado.

Astrid y Christian bajaron en silencio, sus pasos resonando en el camino de grava. La villa era sencilla, con paredes blancas y un jardín cuidado, pero la tensión en el aire hacía que todo pareciera irreal. Lena los condujo a través de un pasillo estrecho hasta una habitación al fondo. Cuando abrió la puerta, lo vieron.

Un bebé de apenas unos días, con ojos intensamente grises, como el mar del norte en invierno, y un mechón de cabello claro, casi dorado, que recordaba al de Astrid en sus mañanas despeinadas. Estaba acostado en una cuna improvisada, envuelto en una manta blanca, y sus pequeños puños se movían como si soñara. No lloró al verlos. Solo los observó, curioso, con una mirada que parecía atravesarlos.

—Dios mío… —murmuró Astrid, llevándose una mano al corazón. Sintió que el aire se le escapaba, que el mundo entero se detenía. Las lágrimas rodaron por sus mejillas sin que pudiera evitarlo—. Es él.

Christian, a su lado, sintió que su pecho se apretaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba al bebé, reconociendo en él algo que iba más allá de los rasgos físicos: una conexión que no podía explicar.

—Es nuestro hijo —dijo, su voz quebrada por la emoción—. Es él, Astrid.

Lena dio un paso atrás, dándoles espacio. Astrid se acercó con lentitud, sus manos temblando mientras se arrodillaba junto a la cuna. Extendió los brazos, su voz suave pero cargada de amor.

—Hola, mi amor… mamá está aquí —susurró, sus ojos fijos en los del bebé.

El pequeño parpadeó, sus labios formando una pequeña mueca que parecía una sonrisa. Luego, con un movimiento torpe pero decidido, estiró sus bracitos hacia ella. Astrid lo levantó con cuidado, abrazándolo contra su pecho, y el calor de su pequeño cuerpo le devolvió la vida que sentía haber perdido. Christian se unió a ellos, rodeándolos a ambos con sus brazos, su frente apoyada en la de Astrid.

—Es perfecto —murmuró, su voz temblando—. Es nuestro Oscar.

Astrid asintió, las lágrimas cayendo mientras acariciaba el cabello del bebé.

—Oscar Frederik Christian Valdemar —dijo, su voz suave pero segura—. Porque lleva el peso de nuestra familia, y la fuerza de nuestro amor.

Christian rió entre lágrimas, besando su mejilla.

—Un nombre digno de un futuro rey —bromeó, aunque su tono estaba cargado de orgullo.

Lena, desde la puerta, carraspeó suavemente.

—Los análisis genéticos confirman que es su hijo —dijo, su voz profesional pero cálida—. Lo encontramos gracias a la marca de nacimiento en el tobillo izquierdo que Emil describió. No hay duda.

Astrid levantó la mirada, sus ojos brillando con gratitud.

—Gracias, Lena —dijo, su voz quebrada—. No sé cómo podremos pagarte esto.

Lena sonrió, ajustándose las gafas.

—No me lo agradezcan a mí. Emil e Ingrid fueron los que no se rindieron. Y el rey… él movió cielo y tierra para que esto fuera discreto.

El regreso al Palacio de Amalienborg fue silencioso, un viaje envuelto en la calma frágil de la victoria. El pequeño Oscar, envuelto en una manta suave, dormía en los brazos de Astrid, mientras Christian no dejaba de mirarlo, como si temiera que desapareciera de nuevo. El otro bebé, el pequeño Frederik, había sido devuelto a su verdadera madre, Anna Sorensen, en una operación igual de discreta. No hubo escándalo, no hubo titulares. Solo verdad, y justicia.

En una sala privada del palacio, el rey Frederik los esperaba, junto con la reina madre Margrethe, Emil, Ingrid, Nikolai, y Sofía. La tensión de los últimos días parecía disiparse cuando Astrid y Christian entraron con Oscar en brazos.

—Dios mío… —murmuró Margrethe, levantándose de su sillón con una rapidez que desafiaba su edad. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se acercaba—. Es idéntico a ti, Christian, cuando naciste.

Christian rió, aunque su voz temblaba.

—¿Ves? Te dije que los Valdemar tenemos un encanto inconfundible —bromeó, guiñándole un ojo a Astrid.

Sofía corrió hacia ellos, sus ojos brillando de emoción.

—¿Es mi sobrino? —preguntó, estirándose para ver al bebé—. ¡Es tan pequeño! ¿Puedo cargarlo?

Astrid sonrió, inclinándose para mostrarle a Oscar.

—Claro, princesa, pero con cuidado —dijo, ayudándola a sostenerlo—. Es tu sobrino, Oscar Frederik Christian Valdemar.

Sofía repitió el nombre, frunciendo el ceño.

—¡Eso es un trabalenguas! —dijo, riendo—. Pero me gusta Oscar. Suena valiente.

Emil se acercó, su expresión suavizándose mientras miraba al bebé.

—Tiene tus ojos, Astrid —dijo, su voz cargada de orgullo—. Y esa sonrisa de Christian cuando cree que tiene razón en todo.

Christian fingió indignación, dándole un empujón juguetón.

—Oye, mi sonrisa es un tesoro nacional —bromeó, haciendo reír a todos.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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