El Palacio de Christiansborg resplandecía bajo la luz natural de una mañana de invierno, los vitrales de la capilla real proyectando destellos de colores que danzaban sobre los rostros de la realeza, la nobleza y un selecto grupo de invitados. Era el día del bautizo de Oscar, el primogénito de Christian Valdemar y Astrid Møller, un evento que había capturado la imaginación de Dinamarca. La nación entera, desde las calles de Copenhague hasta los cafés de Aarhus, esperaba con ansias las imágenes de la ceremonia, y los medios ya llenaban las redes con especulaciones sobre el futuro heredero.
Astrid, con un vestido largo de seda blanca y encaje que caía como un susurro sobre su figura, sostenía a Oscar con una delicadeza que escondía la fuerza de una madre que había luchado por él. El bebé, de apenas unos días, estaba envuelto en una antigua túnica de bautizo familiar, bordada con hilos dorados, que había vestido a generaciones de herederos reales. Christian, a su lado, impecable en su uniforme de gala azul marino, no le quitaba los ojos de encima, su mirada cargada de un orgullo que no necesitaba palabras.
—¿Lista? —susurró, tomando su mano mientras los asistentes comenzaban a levantarse para su entrada en la capilla.
Astrid sonrió, su mirada fija en Oscar, que dormía plácidamente en sus brazos.
—Lo he estado desde el momento en que supe que llevaba una parte de ti en mí —respondió, su voz suave pero firme, inclinándose para rozar la mejilla de Christian con un beso fugaz.
Él rió bajito, apretando su mano.
—Siempre sabes cómo hacerme sentir invencible —dijo, guiñándole un ojo antes de que avanzaran juntos hacia el altar.
El sacerdote, Lars Henningsen, el mismo que los había casado en secreto en una capilla de Skagen dos años antes, los esperaba con una sonrisa cómplice. Sus ojos brillaban con una calidez que contrastaba con la solemnidad de su túnica litúrgica.
—Hoy no solo bendecimos a un niño —comenzó, su voz resonando en la capilla abarrotada—. Hoy sellamos la continuidad de una historia que comenzó con amor, sacrificio… y secretos guardados por amor.
Las palabras, aunque suaves, alcanzaron cada rincón de la sala, y un murmullo de emoción recorrió a los presentes. La reina madre Margrethe, sentada en la primera fila, sonrió con una mezcla de orgullo y nostalgia, mientras Jens Møller, el padre de Astrid, asentía con una expresión seria pero cálida. Emil, Ingrid, y Sofía, en una fila cercana, intercambiaban miradas, la pequeña Sofía apenas conteniendo su emoción mientras sostenía un pequeño ramillete de flores.
Tras la ceremonia, los jardines reales de Christiansborg se transformaron en un escenario de celebración. Las mesas, decoradas con manteles blancos y centros de flores, estaban llenas de risas y brindis. Los invitados, desde nobles daneses hasta diplomáticos extranjeros, circulaban con copas de champán, mientras los fotógrafos capturaban cada momento. Astrid, con Oscar aún en brazos, se había retirado a una zona más tranquila del jardín, un rincón sombreado con bancos de piedra, para amamantarlo discretamente bajo una manta ligera.
Christian se acercó, llevando una copa de agua para ella.
—¿Cómo está nuestro pequeño príncipe? —preguntó, sentándose a su lado y rozando la cabeza de Oscar con ternura.
—Perfecto —respondió Astrid, sonriendo mientras ajustaba la manta—. Aunque creo que está más interesado en dormir que en toda esta fiesta.
Christian rió, inclinándose para besar su frente.
—Igual que su madre después de una gala —bromeó, ganándose un codazo juguetón.
Antes de que pudieran seguir, Nikolai Møller, el hermano mayor de Astrid, se acercó con una expresión más seria de lo habitual. Vestía un traje impecable, pero la ausencia de Frederikke a su lado era notoria. La reina madre, que conversaba con Jens cerca de una fuente, murmuró algo con incomodidad, y algunos nobles comenzaron a lanzar miradas curiosas. Astrid frunció el ceño, su instinto alertándola.
—¿Qué pasa, Nikolai? —preguntó, su voz baja mientras acunaba a Oscar.
Nikolai suspiró, pasándose una mano por el rostro antes de hablar.
—Necesito hablar con ustedes —dijo, mirando a Astrid y Christian—. Y con papá y Emil. Es importante.
Jens y Emil, que había notado la tensión desde el otro lado del jardín. Sofía, ajena al ambiente, corrió hacia Astrid, asomándose al bebé.
—¿Puedo darle un besito a Oscar? —preguntó, su voz llena de entusiasmo.
Astrid sonrió, inclinándose para que Sofía pudiera ver al pequeño.
—Claro, princesa, pero con cuidado —dijo, guiñándole un ojo.
Mientras Sofía besaba la mejilla de Oscar, Jens cruzó los brazos, mirando a Nikolai con preocupación.
—¿Dónde está Frederikke? —preguntó, su voz grave—. No la vi en la ceremonia.
Nikolai apretó la mandíbula, su mirada endureciéndose.
—Ya no importa —respondió, su tono frío pero controlado—. El compromiso ha terminado.
El silencio cayó como una losa. Emil, que estaba bebiendo un sorbo de champán, casi se atraganta.
—¿Qué? —preguntó, sus ojos abriéndose de par en par—. ¿Terminaste con Frederikke? ¿Hoy?
Nikolai asintió, mirando al suelo antes de levantar la vista hacia Astrid.
—Descubrí que no solo me ocultó parte de su pasado —dijo, su voz tensa pero firme—, sino que también mantuvo correspondencia con un noble sueco mientras planeábamos nuestra boda. Quería una alianza política, no una vida conmigo.
Astrid sintió un nudo en el estómago, pero no de sorpresa. Había sospechado que Frederikke tramaba algo, pero no esperaba que Nikolai fuera la víctima de sus maquinaciones. Se levantó con cuidado, entregándole a Oscar a Christian, y se acercó a su hermano.
—¿Lo sabías hace mucho? —preguntó, su voz suave pero cargada de preocupación.
Nikolai suspiró, sus hombros cayendo.
—Lo sospechaba desde hace semanas —admitió, mirando a Astrid con una mezcla de dolor y resolución—. Pero hoy tuve pruebas. Un amigo en Estocolmo interceptó unos mensajes. No iba a manchar el bautizo de Oscar con una mentira más. Este día es para él… para ustedes.