Amor real entre tradiciones

Capítulo 22: Vínculos de sangre y certezas del corazón

La luz del atardecer se filtraba suavemente por las ventanas del ala este del Palacio de Amalienborg, bañando la sala en un resplandor dorado que parecía calmar los ecos de las tormentas pasadas. La nieve del exterior se había asentado, dejando un paisaje sereno que contrastaba con la calidez del interior. Astrid Møller, sentada en un sillón junto a una cuna decorada con estrellas doradas, acunaba a Oscar, que balbuceaba felizmente mientras sus pequeños dedos jugaban con el borde de su manta. Christian, estaba apoyado en el marco de la puerta, observaba la escena con una sonrisa que no podía contener.

—Nunca te había visto tan tranquila —dijo, entrando con pasos suaves, su voz baja para no despertar al bebé si se dormía—. Parece que Oscar tiene un don para hacerte olvidar el mundo entero.

Astrid levantó la mirada, sus ojos verdes brillando con una mezcla de amor y diversión.

—Es un mago, este pequeño —respondió, inclinándose para besar la frente de Oscar—. Pero no creas que no estoy pendiente de todo. Todavía tengo que revisar los planos para la boda y responder un correo de la Cancillería.

Christian rió, sentándose en el brazo del sillón y rozando el cabello de Oscar con un dedo.

—Siempre la diplomática incansable —bromeó, su tono cargado de afecto—. Pero hoy, déjame ser yo quien te distraiga. Quiero hablarte de algo… algo importante.

Astrid alzó una ceja, ajustando a Oscar en sus brazos mientras lo miraba con curiosidad.

—¿Algo importante? —preguntó, su voz suave pero con un toque de cautela—. Suena serio, Valdemar. ¿Debo preocuparme?

Él negó con la cabeza, sonriendo, y se inclinó para besar su mejilla.

—No es nada malo, lo prometo —dijo, su voz cálida—. Solo estaba pensando… en lo que viene después. La boda, el palacio, nuestra vida juntos. Quiero que rediseñemos esta ala, que sea nuestro hogar de verdad. Para ti, para mí, para Oscar… y para quien más venga en el futuro.

Astrid rió, dándole un empujón juguetón con el hombro.

—Uno a la vez, alteza —dijo, imitando su tono de broma—. Oscar apenas tiene unos días, y ya estás planeando el próximo.

Christian guiñó un ojo, inclinándose para susurrarle al oído.

—Solo digo que Oscar podría necesitar un compañero de juegos —respondió, su voz llena de picardía—. Pero en serio, Astrid, quiero que este lugar sea tuyo. Que elijas los colores, los muebles, todo. Que sientas que es nuestro.

Ella lo miró, sus ojos suavizándose mientras acunaba a Oscar, que empezaba a cerrar los ojitos.

—Eres imposible —dijo, su voz llena de amor—. Pero… me encanta la idea. Vamos a hacer de este palacio un hogar. Para los tres.

Antes de que pudieran seguir, la puerta se abrió, y Nikolai Møller entró con una expresión que oscilaba entre la ternura y su habitual seriedad. En sus brazos, Oscar parecía aún más pequeño, y sus manitos jugueteaban con los botones de la chaqueta informal de su tío. Nikolai, normalmente reservado, le hizo una mueca al bebé, que respondió con una carcajada aguda.

—Nunca pensé verte así —dijo Emil, entrando detrás de él con una taza de café en la mano y una sonrisa torcida—. El tío serio y distante convertido en un completo derretido por un bebé.

Nikolai resopló, sentándose con cuidado para no molestar a Oscar.

—Es mi sobrino —respondió, alzando una ceja—. ¿Esperaban que no me importara? Además… —hizo otra mueca al bebé, provocando otra risita— este pequeñito es imposible de ignorar.

Astrid rió, entregándole a Oscar a Christian para acercarse a Nikolai.

—Es increíble, ¿verdad? —dijo, su voz llena de emoción—. Después de todo lo que pasamos, verlo aquí, con nosotros… es como un milagro.

Nikolai asintió, su mirada suavizándose mientras miraba al bebé en los brazos de Christian.

—Es más que eso —dijo, su tono sincero—. Es una prueba de que ustedes dos son más fuertes que cualquier cosa. Incluso que Frederikke y sus juegos.

Christian frunció el ceño al mencionar a Frederikke, pero antes de que pudiera responder, Emil se dejó caer en el sofá con un suspiro teatral.

—Hablando de Frederikke —dijo, tomando un sorbo de café—, escuché que está furiosa. Más de lo normal. Sus planes se desmoronaron como un castillo de naipes. No pudo separarlos, no pudo quedarse con Nikolai, y ahora Oscar está aquí, sano y salvo.

Astrid cruzó los brazos, su expresión endureciéndose.

—Que lo intente de nuevo —dijo, su voz baja pero firme—. No va a tocar a mi familia. No después de todo lo que hemos pasado.

Christian, acunando a Oscar, asintió con una determinación que resonaba en su mirada.

—Nadie va a tocar a nuestro hijo —dijo, su tono oscuro pero controlado—. La seguridad está reforzada, y el rey está personalmente supervisando la investigación. Frederikke no tiene dónde esconderse.

Nikolai suspiró, pasándose una mano por el cabello.

—Lamento haberla traído a nuestras vidas —admitió, su voz cargada de culpa—. Creí que era diferente, pero… estaba equivocado.

Astrid se acercó, poniendo una mano en su hombro.

—No fue tu culpa, Nikolai —dijo, su tono suave pero firme—. Todos confiamos en alguien alguna vez. Lo importante es que ahora estamos juntos. Y Oscar está aquí.

Antes de que Nikolai pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo, y la reina madre Margrethe entró, seguida por Sofía, que llevaba un dibujo en la mano. Margrethe, con una manta azul a medio tejer en los brazos, sonrió al ver a Oscar.

—Tiene tus ojos, Astrid —dijo, acercándose a la cuna donde Christian había dejado al bebé—. Pero esa expresión terca cuando no quiere dormir… es exactamente como Christian cuando tenía su edad.

Christian rió, fingiendo indignación.

—Abuela, ¿siempre vas a recordarme mis defectos? —bromeó, ganándose una mirada divertida de Margrethe.

—Es mi deber como abuela —respondió, guiñándole un ojo—. Pero en serio, este pequeño es una bendición. Y ustedes… —miró a Astrid y Christian— están haciendo un trabajo maravilloso.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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