El sol de mediodía brillaba sobre los jardines del Palacio de Amalienborg, sus rayos filtrándose entre las hojas de los sauces y pintando el césped de un verde vibrante. Habían pasado seis años desde las noches de desvelo, las discusiones por pasteles de boda y las promesas susurradas en la penumbra. El tiempo había suavizado los bordes filosos de aquellos días, y aunque la vida pública seguía siendo un torbellino de flashes y titulares, Astrid Møller y Christian Valdemar habían aprendido a construir una burbuja propia, un refugio donde su amor y su familia podían florecer sin restricciones.
En el jardín privado del ala oeste, Oscar, ahora un niño despierto de seis años con rizos dorados y ojos grises llenos de curiosidad, corría tras una mariposa, sus risas resonando como campanitas. Emil, su tío, lo perseguía con una sonrisa torcida, fingiendo tropezar para hacerlo reír aún más.
—¡Te voy a atrapar, pequeño príncipe! —gritó Emil, levantando los brazos como si fuera un monstruo juguetón.
Oscar chilló de emoción, esquivándolo con pasos torpes pero decididos, antes de girarse y correr directo hacia Astrid, que los observaba desde la terraza con una sonrisa. Sus manos descansaban en la baranda, y su vestido blanco ondeaba suavemente con la brisa.
—¡Mamá, ayúdame! —gritó Oscar, abrazándose a sus piernas mientras reía sin control.
Astrid se agachó, levantándolo con facilidad y besando su mejilla sonrojada.
—Oh, no, el tío Emil no te va a ganar hoy —dijo, guiñándole un ojo a su hermano—. ¿Verdad que eres más rápido, pequeño?
Emil se acercó, fingiendo estar exhausto, y se dejó caer en una silla de la terraza.
—Este niño va a ser mi fin —bromeó, secándose la frente con un gesto exagerado—. ¿Cómo haces para seguirle el paso, Astrid?
Antes de que ella pudiera responder, sintió unos brazos rodearla por detrás. Christian, con su camisa ligeramente desabrochada y un aire relajado, besó su mejilla con ternura.
—No te cansas de mirarlo —dijo, su voz suave pero llena de cariño—. Es un torbellino como tú.
Astrid rió, recostándose contra él mientras sostenía a Oscar, que ahora jugaba con un mechón de su cabello.
—¿Yo? Por favor —respondió, dándole un codazo juguetón—. Tú eras el que trepaba árboles en los jardines reales cuando éramos niños. Yo era la que tomaba té con la reina abuela.
Christian sonrió, sus ojos azules brillando con diversión.
—Mentira —dijo, inclinándose para susurrarle al oído—. Te vi trepar un roble una vez, y la reina madre casi tiene un infarto.
Emil soltó una carcajada, levantando una mano.
—¡Eso quiero verlo en las memorias reales! —dijo, ganándose una mirada de Astrid.
—Cuidado, Emil, o le contaré a Sofía cómo te caíste del caballo en la playa —respondió ella, haciendo que Oscar riera al escuchar el tono juguetón de su madre.
Christian, aún rodeándola con sus brazos, acarició su vientre con disimulo, como si intuyera algo. Su voz se volvió más seria, pero seguía cargada de calidez.
—Has estado más callada hoy… ¿estás bien? —preguntó, buscando sus ojos.
Astrid se giró, dejando a Oscar en los brazos de Emil, que inmediatamente empezó a hacerle cosquillas. Tomó las manos de Christian, respirando hondo antes de hablar.
—Te acuerdas cuando me dijiste que no importaba si teníamos uno o diez hijos, que mientras estuviéramos juntos, estarías feliz… —comenzó, su voz suave pero temblorosa.
Christian entrecerró los ojos, una chispa de esperanza encendiéndose en su mirada.
—Astrid… —dijo, su voz cargada de anticipación.
Ella sonrió, las lágrimas asomando en sus ojos.
—Estoy embarazada —susurró, su voz apenas audible—. Lo confirmé esta mañana.
Por un segundo, el mundo parecía detenerse. Luego, Christian rió con incredulidad, tomándole el rostro con ambas manos y besándola con una emoción que no podía contener.
—¿De verdad? —preguntó, su voz temblando de alegría—. ¿Vamos a ser padres otra vez?
Astrid asintió, riendo entre lágrimas.
—Sí —dijo, su sonrisa temblorosa pero radiante—. Y esta vez… creo que no será uno solo.
—¿Qué? —Christian abrió los ojos de par en par, su expresión una mezcla de sorpresa y entusiasmo.
—El médico dijo que sospecha que podrían ser dos —explicó ella, riendo mientras él la miraba con incredulidad—. Aún es muy pronto, pero…
Christian la abrazó con fuerza, girándola en un impulso de felicidad mientras reían juntos.
—¡Dos! — exclamó, su voz llena de asombro—. No importa cuántos sean, Astrid. Esta es la mejor noticia que podría haber imaginado. Nuestra familia está creciendo… y sigue siendo el milagro más hermoso de mi vida.
Emil, que había estado escuchando desde la silla con Oscar en sus rodillas, levantó una ceja.
—¿Dos más? —preguntó, fingiendo horror—. ¡Voy a necesitar un manual para ser el mejor tío de tres niños!
Oscar, confundido pero contagiado por la emoción, ladeó la cabeza y miró a sus padres.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó, su voz pequeña pero curiosa.
Astrid se agachó, tomando a Oscar en sus brazos mientras Christian lo rodeaba con un brazo.
—¿Sabes qué, pequeño príncipe? —dijo Christian, besando la frente de su hijo—. Vas a ser hermano mayor.
Oscar frunció el ceño, procesando la idea.
—¿Como Ingrid con Alex? —preguntó, sus ojos grises brillando con curiosidad.
Astrid rió, acariciando su mejilla.
—Sí, cariño —respondió—. Igual que ellos.
—¿Y puedo enseñarles mis juguetes? —preguntó Oscar, su voz llena de entusiasmo.
—Todos los que quieras —dijo Christian, levantándolo en el aire y haciéndolo reír.
Las dos bodas, planeadas con tanto cuidado, finalmente se celebraron en los meses siguientes, cada una con su propio encanto y significado. La primera, la íntima, tuvo lugar en una capilla sencilla en Skagen, donde Astrid y Christian se habían casado en secreto dos años antes. La brisa marina llenaba el aire, y el pequeño Oscar, vestido con un traje azul diminuto, fue el protagonista absoluto. Como portador de los anillos, caminó por el pasillo con una seriedad cómica, sosteniendo la almohadilla de terciopelo con ambas manos. Pero cuando llegó al altar, decidió que era el momento perfecto para hacer una mueca, sacando la lengua y guiñando un ojo, lo que hizo que Astrid y Christian se rieran internamente, luchando por mantener la compostura.