Amor real entre tradiciones

Capítulo 27: Oscar, el guardián

La luz del atardecer se filtraba por los ventanales del Palacio de Amalienborg, bañando los pasillos de mármol en un resplandor dorado que contrastaba con el fresco aire otoñal que se colaba desde los jardines. Astrid Møller caminaba lentamente por el corredor del ala privada, una mano apoyada en la parte baja de su espalda para aliviar el peso de su vientre notoriamente abultado, y la otra rozando las paredes para mantener el equilibrio. El embarazo de gemelos era más exigente de lo que había esperado, pero cada vez que Oscar, su hijo de seis años, corría a su lado con una expresión seria, recordaba por qué cada paso valía la pena.

—Mamá, no debes caminar tan rápido —dijo Oscar, frunciendo el ceño con una seriedad que imitaba perfectamente la de su padre, Christian. Sus pequeños pies apenas tocaban el suelo mientras trotaba para mantener su ritmo.

Astrid sonrió, deteniéndose para mirarlo.

—Solo voy al jardín, cariño —respondió, su voz suave pero llena de afecto—. Está justo al final del pasillo.

Oscar cruzó los brazos, sus ojos grises brillando con determinación.

—Igual —insistió, señalando su vientre—. ¿Y si te cansas? ¿Y si los bebés se asustan?

Christian, que observaba desde la puerta de la biblioteca con un libro a medio cerrar en la mano, se acercó conteniendo una risa. Su camisa azul estaba ligeramente desabrochada, y su cabello estaba despeinado, dando un aire relajado que contrastaba con su título de príncipe.

—Oscar, tienes el instinto de protección de un verdadero príncipe —dijo, agachándose para quedar a la altura de su hijo—. Pero mamá es más fuerte de lo que parece, ¿sabes?

Oscar ladeó la cabeza, no del todo convencido.

—Estoy cuidando a mamá —declaró, señalando el vientre de Astrid—. Los bebés están ahí, y no quiero que nada les pase.

Astrid se agachó con cuidado, ignorando el leve dolor en su espalda, y lo abrazó con ternura, besando su frente.

—Eres el mejor hermano mayor del mundo —susurró, sus ojos verdes brillando con emoción.

—Y el más exigente —bromeó Christian, revolviéndole el cabello a Oscar—. Aunque eso me da un poco de celos, ¿eh?

Oscar lo miró con seriedad, sus manitas en las caderas.

—Papá, tú cuidas del reino —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Yo cuido a mamá.

Astrid y Christian se miraron, y una risa compartida llenó el pasillo, disipando la tensión acumulada de los últimos días. Christian levantó a Oscar en sus brazos, haciéndolo girar una vez antes de ponerlo de nuevo en el suelo.

—Trato hecho, pequeño guardián —dijo, guiñándole un ojo—. Pero no te olvides de cuidar a papá también, ¿de acuerdo?

Oscar asintió, corriendo hacia el jardín mientras gritaba:

—¡Voy a buscar flores para los bebés!

Esa noche, la familia se reunió en una sala privada del palacio para una cena íntima. Las velas parpadeaban sobre la mesa, y el aroma de un asado de cordero llenaba el aire. Margrethe, la reina madre, presidía la mesa con su elegancia habitual, mientras Jens Møller, el padre de Astrid, conversaba con Ingrid y Sofía sobre los últimos detalles de un evento benéfico. Emil, recién llegado de un viaje diplomático a Oslo, entró con Freja, su esposa desde hacía seis meses, ambos radiantes tras su boda íntima en una iglesia campestre rodeada de amigos y familia.

—¡Emil! —gritó Sofía, corriendo a abrazarlo—. ¡Cuéntame de Oslo! ¿Viste renos?

Emil rió, levantándola en el aire antes de sentarse junto a Freja.

—No renos esta vez, pequeña —dijo, guiñándole un ojo—. Pero traje un chocolate noruego que te va a encantar.

Freja, acomodándose junto a él, sonrió a Astrid, que estaba sentada con Oscar en su regazo, ayudándolo a comer pequeños trozos de pan.

—¿Cómo está mi cuñada favorita? —preguntó Freja, su tono cálido—. Y ese pequeño guardián, ¿te está cuidando bien?

Astrid rió, ajustando a Oscar, que estaba más interesado en apilar trozos de pan que en comerlos.

—Demasiado bien —respondió, mirando a su hijo con cariño—. No me deja dar un paso sin supervisión.

Margrethe, desde la cabecera de la mesa, alzó una ceja con una sonrisa divertida.

—Ese niño tiene el espíritu de un Valdemar —dijo, su voz llena de orgullo—. Y la determinación de un Møller. Es una combinación peligrosa.

Jens rió, levantando su copa de vino.

—Eso lo sacó de su madre —dijo, mirando a Astrid con afecto—. Siempre fue la más obstinada de mis hijos.

Ingrid, sentada junto a Sofía, dio un codazo juguetón a Emil.

—Y Emil se quedó con el título de ‘hermano más ruidoso’ —bromeó, haciendo que todos rieran.

Emil fingió indignación, cruzándose de brazos.

—Oye, alguien tiene que mantener esta familia entretenida —respondió, guiñándole un ojo a Freja, que rió suavemente.

Astrid tomó una respiración profunda, intercambiando una mirada con Christian, que estaba sentado a su lado. Él asintió, dándole un apretón suave en la mano bajo la mesa. Era el momento.

—Familia, hay algo que queremos compartir —dijo Astrid, su voz clara pero cargada de emoción. Oscar, sintiendo la atención en su madre, se giró para mirarla, sus ojos grises llenos de curiosidad.

Margrethe bajó su copa, sus ojos brillando con anticipación.

—¿Buenas noticias, querida? —preguntó, su tono cálido.

Astrid sonrió, su mano descansando en su vientre.

—Estoy embarazada —anunció, su voz temblando ligeramente—. De gemelas.

Un silencio de sorpresa llenó la sala por un instante, seguido por un estallido de exclamaciones. Jens, con los ojos abiertos de par en par, dejó caer su tenedor, claramente sorprendido.

—¿Gemelas? —preguntó, su voz llena de asombro—. ¿De verdad, Astrid? ¿Dos más?

Ella rió, asintiendo mientras Christian le rodeaba los hombros con un brazo.

—Es cierto, papá —dijo, su tono lleno de orgullo—. El médico lo confirmó esta mañana. Vamos a ser una familia de cinco.

Ingrid y Sofía saltaron de sus sillas, corriendo hacia Astrid para abrazarla. Sofía, con su entusiasmo habitual, casi derriba a Oscar, que protestó con un chillido.



#5143 en Novela romántica

En el texto hay: amor, realeza

Editado: 23.12.2025

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