Después de una noche agitada en aquella estúpida reunión, ella estaba loca por llegar a casa, Adriano el hombre que llevaba varios días tratando de desentrañar, la acompañó hasta la puerta, le quitó las llaves de las manos y la abrió. Ella entró, pero él no se movió sino que estiró el brazo y colocó el manojo de llaves en su mano.
“Contrólate” se dijo a sí misma.
¿Qué le sucedía? Normalmente no se comportaba de aquel modo. Era una chica normal, pero bastante aburrida, y ciertamente no del tipo que va invitando a un casi desconocido a tomar una “última copa” sabiendo como sabía, las implicaciones de aquella invitación.
Por su parte, Adriano luchaba desesperadamente por no hacer lo que llevaba toda la noche queriendo hacer. En los tres días que llevaba conociéndola, Adriano había llegado a varias conclusiones. Isabel era una chica hermosa, sensual y provocativa, pero dudaba mucho que tuviese plena consciencia de ello. La deseaba y ese deseo lo estaba enloqueciendo, pero conocía sus limitaciones y más aún conocía su peligrosidad.
Isabel lo miraba expectante, aquel hombre era el sueño de cualquier mujer. Alto, bien formado, cabello negro, ligeramente ondulado y largo. Demasiado bien parecido, con unos ojos azules con destellos de un color indefinido por el borde y emanaba de él la seguridad del hombre que se sabe atractivo y deseado. La sonrisa de Isabel vaciló, sabía que ella no poseía la belleza clásica de una modelo de pasarela y aunque sabía que no era fea, probablemente no era el tipo de aquel sujeto. Con toda seguridad, y aunque no tenía idea de a qué se dedicaba, pero se respiraba su buena posición social, estaría acostumbrado a otra clase de chicas. Se preguntó entonces por qué seguía frecuentándola.
En un principio creyó que la demandaría, porque se conocieron en una situación bastante anómala que difícilmente podía pensar que terminaría en amistad, ya que Isabel lo había arrollado con su coche. Afortunadamente no le había causado ningún daño, pero se sintió terriblemente culpable y se ofreció a llevarlo a urgencias para que lo chequearan. El denegó el ofrecimiento, pero aceptó que lo condujera hasta donde se dirigía. Al parecer y según averiguó Isabel un poco más tarde, no era de la ciudad, de modo que se ofreció en descargo por lo que había hecho, a servirle de guía mientras estuviese allí.
Adriano seguía dudando en entrar, no porque no le gustase Isabel, sino por lo que podía hacerle. Sin embargo, al ver la invitación en aquellos ojos y la de esos labios que lo llevaban loco, se derrumbaron sus defensas. En el momento que Isabel estaba a punto de darle las buenas noches, él dio un paso al frente y con mano segura cerró la puerta tras de sí.
Isabel se quitó los zapatos, una vieja costumbre de su madre que se negaba a soltar. Caminó hacia el mueble-bar y miró por encima del hombro.
En realidad le daba lo mismo, lo que en realidad quería era lo que menos debería desear, al menos no de aquella dulce criatura, pero no podía seguir luchando contra sus instintos. Aun a esa distancia, podía sentir su olor, escuchar su pulso y su necesidad aumentó en forma impresionante.
Ella rio con aquella risa cristalina que se le metía bajo la piel.
Pero no pudo continuar, él la asió por la cintura y ella dejó caer los vasos. Adriano hundió la nariz en sus cabellos aspirando el olor a… ¿a qué? no lo sabía en realidad, pero era un olor floral exquisito. La miró un momento pensando que intentaría soltarse pero no lo hizo, de modo que descendió sobre sus labios con avidez. Fue un beso avasallador y candente. Isabel se sentía mareada. Fue largo, fue profundo, fue excitante. Sentía las manos de él recorriendo cada curva de su cuerpo, mientras sus besos le robaban hasta el último aliento. Aquel hombre estaba haciéndole el amor con un beso y no tenía ninguna duda de estar próxima a alcanzar el orgasmo.
Pero repentinamente él se apartó y le dio la espalda. Isabel se quedó pegada a la pared, experimentado diversas y encontradas sensaciones. Por un lado, una gran alegría, ya que nunca había sentido algo semejante, pero al mismo tiempo una gran frustración y un deseo irrefrenable de golpearlo por dejarla de esa manera. Pero todo esto cambió rápidamente a desolación al ver que él se dirigía hacia la puerta. Quiso correr y sujetarlo, pero sus pies parecían pegados al piso.
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Editado: 24.09.2021